Dicen los que saben de las noches frías bogotanas, que por sus calles entre la luz y la sombra, múltiples habitantes de la penumbra deambulan con sus sueños o con sus pesadillas.
Dicen los que conocen los recovecos bogotanos, que dentro de esos habitantes, están los artistas callejeros, los que acompañados de tarros de aerosol, buscan paredes blancas, para expresar a través de un dibujo, de una frase, de un esténcil, de una 'pinta de aerosol' sus sueños. sus inconformidades, sus criticas.
Dicen los que saben de grafitis, que las paredes expresan lo que los medios callan, y que ha sido una de las expresiones mas importantes de protesta de la gente. Expresan en muchas ocasiones un contenido político o social, y nadie olvida la Primavera del 68, cuando uno de los grafitis más hermosos jamás creados, llenaba las calles de Paris. L'imagination au pouvoir: la imaginación al poder...
Dicen los que saben de libertad de expresión, que el grafiti, en muchas partes está prohibido, pero solo en las dictaduras como la de Pinochet fue convertido en delito.
Dicen los que saben de rebeldías y de jóvenes, que muchos de ellos, hacen sus 'pintas' expresando sus esperanzas y sus frustraciones, y otros tantos, sus utopías por un mundo más justo, sin madres con dolor, sin hijos muertos.
Dicen que en Bogotá, en las noches, se juega un juego: el del gato y el ratón. Policías que persiguen delincuentes, delincuentes que se ocultan.
Y dicen los que saben de ciudad, que en este juego, también incluyen a los grafiteros: porque ellos, SIN SER DELINCUENTES, son los que clandestinamente, que no delictivamente, pintan en las paredes de la ciudad, las frases y voces de la conciencia, que los medios no publican.
Son jóvenes cuya única arma es un aerosol, que su 'arte callejero' o su humor negro, o sus frases críticas, son vistas como 'delitos' por muchos ciudadanos que escriben sus comentarios en diarios, comentarios que no toleran, que no permiten, que no posibilitan que la ciudad sea como el bosque: diverso, plural, amplio, con sus árboles y helechos, con sus hierbas, y sus bejucos, son sus sombras y sus soles. Que quieren que Bogotá sea como un césped de una cancha de golf : podado, castrado, sin diversidad, sin diferencias. Una Bogotá, aséptica, sin pluralismo, donde todos sean césped y nadie puede parecerse al bosque.
Dicen los que saben de la noche bogotana, de sus encantos y desencantos, que Diego Felipe, de apenas 16 años, cargaba su mochila de sueños y aerosoles, para pintar la Vida.
Que su cuarto era una amalgama multicolor de imágenes y de formas. de manos entrelazadas formando corazones.
Dicen los que lo conocieron, que quería pintar la Vida en las calles y en los muros, y que salía a hacer 'pintas' dejando en ellas la huella de su paso por un muro que antes estaba vació y no decía nada.
Dicen que un Policía le disparó dos veces por la espalda, y su último aliento fue para decirle al amigo que le avisaran a su familia.
Dicen los Policías que él había participado en un asalto. Y muchos, muchísimos, no les creemos- Otros muchos, muchísimos les creen.
Pero el final de esta historia, es que un chico de 16 años, que quería pintar la Vida y los muros y los puentes de colores, ha sido muerto. Acribillado por la espalda.
Pero el final de esta historia, es que en Colombia, NO EXISTE LA PENA DE MUERTE, y Policías como el que disparó al joven grafitero, desdicen el mandato de la Constitución: "la vida es sagrada" señalaba Antanas Mockus.
Pero el final de esta historia, es que aún, si hubiese sido cierta la historia policial, lo sucedido sigue siendo un crimen, un HOMICIDIO AGRAVADO, que viola las más elementales normas de los 'PRINCIPIOS BÁSICOS SOBRE EL EMPLEO DE LA FUERZA Y DE ARMAS DE FUEGO POR LOS FUNCIONARIOS ENCARGADOS DE HACER CUMPLIR LA LEY' de las Naciones Unidas, que todos los Policías conocen o debieran conocer. Y que en muchas Estaciones de Policía, se encuentran "pegados" en sus muros.
Dicen finalmente los que saben de historias y de represiones, que en Colombia, para los grafiteros, pareciera vivirse la época del Chile de Pinochet, donde pintar un grafiti era un delito, y se te encarcelaba. Aquí, eliminan el encierro y te matan. Al menos en el caso de Diego Felipe.
Que los sueños de tantos grafiteros del mundo, que expresan en las paredes lo que no queremos saber, lo que no queremos leer, porque golpea nuestras conciencias, se reivindiquen, haciendo justicia en el caso del joven grafitero asesinado,porque aún la pena de muerte en Colombia, - pese a muchos que quisieran que existiera- al menos oficialmente- NO EXISTE.
Que ese chico que murió con la ternura intacta, y su sus sueños comprimidos en un tarro de aerosol, sea el motivo para que jamás nunca justifiquemos la muerte.