Verdades, mentiras y exageraciones
Opinión

Verdades, mentiras y exageraciones

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diciembre 13, 2013
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No es la plaza Tahir, no se trata de las abarrotadas avenidas chavistas, no es un movimiento nacional tras un líder poderoso, es simplemente la rabia y la solidaridad que ha despertado la torpe decisión de la Procuraduría contra Gustavo Petro.

Exagera el alcalde al proclamar desde el balcón que estamos en la primavera de los indignados, pero algo es algo. Petro ha conseguido mucho más apoyo del que esperaban sus contradictores y tiene asustado a más de uno, incluyendo al procurador que desató las iras del alcalde y sus seguidores y ahora anda pagando escondederos a peso.

Hasta el propio gobierno se la jugó en su defensa al cuestionar a Ordóñez por boca del ministro de Justicia que ofreció improvisadamente revisar las atribuciones de este inquisidor. Claro, muy al estilo santista, quieren enderezar las cosas después de que aparecen los problemas. Pero esta vez no se trata de un proyecto de ley que se retira o de un funcionario que se desautoriza. Aquí es una destitución acompañada de una sanción política de repercusiones enormes, la inhabilidad para ejercer cargos públicos por quince años, y eso no se puede cambiar de un plumazo.

La exageración del castigo, que no hace justicia con la falta encontrada, ha levantado una ola de solidaridad impresionante. (Ni siquiera la sanción contra Piedad Córdoba tuvo ese nivel de rechazo). Cuando se compara el castigo de Petro con el de Samuel Moreno se lo encuentra todavía más desproporcionado: ese que se robó a Bogotá entera, recibió tres años menos de inhabilidad que un alcalde que quiso hacer un cambio de modelo en la recolección de basuras.

La discrecionalidad del procurador preocupa, pero mucho más preocupa esa obsesión de las “IAS” por revisar los temas más desde la forma que del fondo. Les encanta sancionar por una tilde, por una coma, por una firma, dejando pasar lo conceptual, como parece haber sido en este caso.

Que Aguas Bogotá no tenía experiencia en la recolección de basuras, que se contrataron volquetas, que se dejó de recoger 6 o 7 mil toneladas durante tres días… nadie lo niega y parecerían ser temas de fondo, mirados a la ligera. Pero que el servicio anterior era oneroso para el Distrito, que no se estaba cumpliendo el mandato de la Corte Constitucional de vincular el proceso de reciclaje, que había un monopolio de contratistas que se enriquecían a costa de los usuarios, no son consideraciones que se tuvieran en cuenta a favor del alcalde sancionado. Resolver el tema complejo, de unos contratistas adueñados de un servicio y cobrando más de la cuenta, parece más importante que tres días de dificultades pasajeras.

“Me destituyeron por desprivatizar las basuras”, dijo Petro y entre más se revisan los argumentos de lado y lado más ciertas parecen sus palabras, en especial ante las declaraciones de Emilio Tapia, uno de los artífices del Carrusel de la Contratación y hoy colaborador de la Fiscalía. Asegura el señor Tapia que se orquestó un plan para utilizar el tema como una trampa contra Petro. Lo lograron desafortunadamente y habría que indagar si el señor procurador hizo parte de ese complot.

Los contratistas se negaron a firmar la prórroga que les ofrecía la alcaldía con la cual Petro hubiera tenido el tiempo suficiente para preparar el nuevo modelo de recolección. Luego mandaron sus carros a mantenimiento y dejaron a la ciudad sin vehículos para atender adecuadamente el servicio y finalmente, cuando se acumuló la basura en las calles, salieron a “rescatar” la ciudad. Ante esa situación de emergencia el alcalde improvisó, se defendió como gato patas arriba y un año después el servicio funciona, como antes funcionaba en manos privadas: bastante regular, porque todo hay que decirlo. La desprivatización no mejoró el servicio.

Claro, la torpeza de la persecución está convirtiendo a Petro en un héroe nacional e internacional. Lo que no pudo hacer en su administración errática, desacertada y soberbia, lo está haciendo desde el balcón del Palacio Liévano. Petro no es un héroe, no es un gran alcalde, pero es un político inteligente que sabe aprovechar las oportunidades. Ha sido valiente en el Congreso pero flojo en la administración, sin embargo ahora mucha gente le está perdonando sus errores y se lo endiosa como al mejor alcalde que haya tenido Bogotá. Eso se lo debemos a la intolerancia y a la persecución de una derecha torpe, que cuando no gana, ¡arrebata!

 

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