“La verdad evidente, dicha por el poder, no ilumina sino oscurece”
La política colombiana en 2024 se parece a una orquesta desafinada tocando en una tormenta. Por un lado, los discursos oficiales parecen una sinfonía de esperanzas; por otro, los resultados desafinan con una realidad que no alcanza las notas prometidas. El gobierno se sumerge en una narrativa de perogrullo: haciendo afirmaciones tan obvias que no resisten el peso del análisis crítico.
La paradoja de lo evidente reina en cada discurso. "La educación es fundamental para el futuro del país", proclamó el presidente en su última alocución. Una frase que, aunque cierta, parece gritar lo obvio mientras las cifras del presupuesto educativo revelan una sinfonía disonante: recortes aquí, ajustes allá. Es como si alguien aplaudiera la importancia de la luz mientras apagase las velas.
El laberinto de lo evidente
La administración pública ha encontrado en las perogrulladas un refugio cómodo, un lugar donde las palabras llenan los vacíos que las acciones no han logrado cubrir. Es fácil decir que "la seguridad es prioridad" mientras las cifras de violencia urbana trepan como una hiedra incontrolable. Decir lo evidente no es gobernar, es apenas reconocer que hay un incendio sin acercarse siquiera al extintor.
Un ejemplo clásico de este laberinto discursivo está en la salud. "La salud es un derecho fundamental que debe garantizarse para todos". ¿Quién podría debatirlo? Sin embargo, esta afirmación se convierte en un espejismo cuando los pacientes esperan meses para una cita médica o cuando los hospitales públicos, con techos que lloran en las tormentas, no tienen ni suturas básicas.
En el paisaje político de este año, las contradicciones son tan comunes como los cafetales en la cordillera. Mientras el Ministerio de Medio Ambiente declara que "el cambio climático es una prioridad para el gobierno", las licencias de explotación minera se reparten como pan en misa dominical. Este oxímoron entre discurso y acción es la melodía desafinada que los ciudadanos escuchamos día tras día.
Otro ejemplo de esta dualidad es el mercado laboral. "El empleo formal es clave para el desarrollo del país", dicen los líderes, mientras la informalidad sigue siendo el pan de cada día de millones. Las cifras son tozudas, y aunque las perogrulladas intentan edulcorarlas, la verdad es amarga.
La política colombiana es como un espejo roto que refleja verdades fragmentadas y deformes. Por un lado, se exaltan logros como la implementación de planes de vivienda; por el otro, las familias beneficiadas apenas logran sostenerse con ingresos mínimos. ¿Es progreso o simplemente un espejismo?
Un reflejo particularmente doloroso es el de la paz. "La paz es el camino", se proclama en cada tarima, pero el país sigue viendo cómo la violencia se reinventa con nuevos nombres y actores. Las regiones periféricas, esas que parecen existir solo en los mapas, continúan siendo testigos de un conflicto que nunca se fue, aunque los discursos intenten enterrar lo innegable.
Entre luces y sombras
Las perogrulladas del gobierno son como fuegos artificiales: brillan momentáneamente, pero dejan tras de sí un cielo oscuro. La sociedad colombiana está cansada de las luces fugaces y reclama acciones concretas que transformen las promesas en realidades palpables.
La economía es otro terreno fértil para estas afirmaciones evidentes. "El crecimiento económico debe ser inclusivo", dicen, mientras la desigualdad sigue siendo un abismo que separa al centro del país de sus márgenes. Las palabras, aunque correctas, pierden su brillo frente a la persistencia de la pobreza estructural.
¿Qué hacemos con las certezas del perogrullo?
En un país donde las verdades evidentes dominan el discurso, la crítica se convierte en un acto de resistencia. No se trata de negar lo obvio, sino de exigir que esas frases hechas se traduzcan en acciones reales. Hay que reconocer que "la corrupción debe erradicarse" es un paso, pero combatirla implica más que repetirlo como un mantra.
Los ciudadanos tienen la responsabilidad de no conformarse con discursos que suenan bien, pero no dicen nada nuevo. La democracia no puede ser una sala de eco donde las palabras rebotan sin generar cambio.
Una luz en el horizonte
A pesar de todo, aún hay espacio para la esperanza. Cada oxímoron, cada contradicción, puede ser una invitación a la reflexión y al cambio. Las perogrulladas, aunque cansinas, señalan problemas reales que requieren atención urgente. Quizás el reto está en transformar esas obviedades en catalizadores de acciones concretas.
Como sociedad, debemos aprender a leer entre líneas, a ver más allá de las palabras evidentes. Es en ese ejercicio crítico donde radica la posibilidad de construir un futuro diferente, uno donde los discursos no sean solo verdades evidentes, sino promesas cumplidas.
El gobierno colombiano del 2024 ha sido un maestro en el arte de las perogrulladas. Pero, como bien saben los músicos, incluso las notas desafinadas pueden convertirse en armonía si se tocan con intención. Es hora de afinar la orquesta, porque el país no puede seguir escuchando una melodía de obviedades mientras espera una sinfonía de cambios reales.