Es deber de todo ciudadano colombiano –o por lo menos así lo considero- preguntarse por el futuro cercano de nuestra Patria, sobre todo cuando es en clave de este futuro que el recién reelegido presidente sustentó su plataforma y creó alianzas que le dieron el triunfo en las urnas.
Quiero referirme de manera específica al proceso de paz que se lleva actualmente a cabo en La Habana; un proceso que en sí mismo representa un reto para el sentido común, que por estos días resulta ser el menos común de los sentidos.
Se habla de un proceso que busca poner fin a más de medio siglo de conflicto armado en nuestro País, conflicto que ha dejado una estela de miseria, muerte e incertidumbre en el ambiente. Sin embargo, este proceso se adelanta en el mayor de los hermetismos –justificado por los miembros de la mesa de negociación como condición necesarísima para que estos avancen- en un ambiente de misterio que resulta ofensivo, teniendo en cuenta que los beneficiarios de “la paz” allí acordada seremos el grueso de los ciudadanos colombianos.
Sin embargo, más ofensivo aún que la falta de apertura y de publicidad –por lo menos una que no busque reelecciones ni curules- lo es la falta de coherencia en los pasos que deben llevar a la construcción de una paz duradera.
Una paz que ponga fin al obscurantismo en que la guerra ha sumido a nuestro País desde hace más de cincuenta años, no puede ser construida –por lo menos no sólidamente- sin tener como principal ambición poder conocer la verdad; una verdad que permanece oculta y que al parecer, conviene permanezca de esta manera para poder seguir adelante con los diálogos de paz.
El derecho a la verdad, no está contenido en el ordenamiento jurídico de las naciones, es un contenido que forma parte del denominado soft law (ley suave), es decir que aunque se reconoce su demanda por parte de la ciudadanía no está en la capacidad de los gobiernos garantizarlo, sin embargo, esto no excluye a estos últimos de la obligación de buscarlo.
Aquí me atrevo a plantear un primer interrogante ¿Es la búsqueda de la verdad lo que anima a los distintos actores del conflicto a construir espacios de diálogo en los que se pueda hablar de paz? Lo sé… de entrada es una pregunta retórica cuya respuesta es bien sabida: No.
Ahora bien, si no se parte de la verdad única y auténtica sino de “la verdad de los grupos armados al margen de la ley”, “la verdad del gobierno”, “la verdad de los medios de comunicación”, “la verdad de la Izquierda”, “la verdad de la derecha”, “la verdad del centro”, y solo Dios sabe de qué otra “verdad” ¿qué paz puede haber que sea duradera y auténtica?
Para que haya paz, es requisito indispensable que haya justicia, y para que haya justicia se debe partir de la verdad, por tanto e invirtiendo la formula, primero debemos conocer la verdad y conociéndola podemos entonces administrar justicia de la manera correcta, una vez habiendo hecho justicia, la paz se dará no como fruto de un acuerdo entre subversivos y gobierno sino como resultado natural de una convivencia verdadera y justa.
Ya sé lo que algunos están pensando: “este nos viene a tramar con el discurso típico de un cura viejo de pueblo” sin embargo, la cosa resulta mucho más lógica de lo que puede parecer.
El modelo de “Paz” que el gobierno actual y de los próximos cuatro años propone es este:
No obstante, en este primer modelo la paz se propone no como fin sino como medio. Ahora, si no hay una relación lógica entre estos tres elementos (paz, justicia y verdad) estamos hablando de tres proyectos aislados e inconexos. ¿De qué sirve una “paz” que niega la posibilidad necesarísima de administrar justicia sin cortapisas? Y peor aún, ¿De qué sirve una paz imperfecta, que administre justicia imperfecta y lleve a las distintas partes a sentir que han sido engañadas? ¿No sería un poco más simple cambiar el orden de los factores y dar conexión a estos tres elementos así?
Es decir, si el “proceso de paz” parte por esclarecer la verdad de los actos inhumanos cometidos por los grupos armados, lograrían que dicho proceso represente los intereses de la ciudadanía y que se trace un horizonte de cercanía y transparencia. Una vez descubierta, conocida y comunicada esta verdad, tendrán que darse las condiciones para que se pueda administrar justicia, una justicia auténtica que no exonere a los victimarios mientras las victimas deben seguir arrastrando con las consecuencias de las atrocidades cometidas por estos.
Una justicia que sacie la sed de nuestros campesinos desplazados, de nuestros niños huérfanos, de nuestras mujeres viudas, de nuestras mujeres violadas y mutiladas, una justicia que selle un pacto general de no volver a cometer los mismos errores, una justicia verdadera, que no se autodenomine justicia cuando en verdad lo único que ofrece es indultos a los victimarios y hambre a las víctimas, es esa justicia, la verdadera, la que nace de la verdad la que dará como resultado la paz.
Vale la pena preguntarle al señor presidente Juan Manuel Santos: Señor presidente: ¿El modelo de “justicia para la paz” es aquel que provee garantías de vida digna a los asesinos, a los terrorista y a los violadores mientras las victimas deambulan por las calles mendigando una hogaza de pan, un sobre de Acetaminofén o un cupo académico? ¿Es una justicia que hace que mientras las victimas hacen inhumanas filas para conseguir un subsidio que les permita malvivir fuera de sus tierras, los victimarios hagan fila en el Senado y en la Cámara para obtener una curul con sueldos millonarios? ¿Es una justicia que obliga a que las victimas después de enterrar en la fosa a sus seres queridos, deban suponer que nada pasó y enterrarlos en la fosa de un país sin memoria, mientras los “revolucionarios negociadores” ante la posibilidad de pedir perdón al país responden despóticamente con una sonrisa sínica “quizás, quizás, quizás…”?
Si esa “justicia” ciertamente no es Justicia, es porque no nace de la Verdad sino que nace de la mentira y de la mentira no se puede cosechar nada bueno y mucho menos la tan anhelada Paz con que soñamos los colombianos, lo más triste de toso es que estamos tan obnubilados con este sueño que cuando despertemos el choque con la vida real va a ser desastroso.