Destapemos las ollas del terror
Opinión

Destapemos las ollas del terror

Reconociendo el miedo a la verdad, tras leer la carta de los reclusos, cabe preguntarse si no será mejor destapar el horror y superar la confrontación que vivimos

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abril 02, 2019
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Leo y releo la carta dirigida por doscientos reclusos del Centro Penitenciario La Picota de Bogotá, a los magistrados, comisionados y directora que conforman el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, SIVJRNR, y apenas lo puedo creer. Si bien es cierto que soy veterano en lides de paz, y sé de las atrocidades cometidas durante más de sesenta años de violencia en Colombia, no me he familiarizo aún con las salvajadas sucedidas durante tantas décadas de desangre nacional. Y lo que más me impresiona es que los autores y actores de tanta barbaridad provengan de todos los círculos sociales sin consideración de su origen, interés o capacidad económica, estrato, filiación política o credo. Hombres, y también mujeres, hoy muchos de ellos aterrados porque se pueda conocer la verdad.

“La historia está en la cárcel”, dicen los reclusos de La Picota, signatarios de la carta. Pero no hay tal. Si bien parte de la verdad histórica de lo sucedido está tras las barras, cabezas, motores, incentivadores, motivadores, muchos de ellos financiadores o simples colaboradores entusiastas y simpatizantes activos de las diversas formas de violencia están lejos de los centros carcelarios.

Nadie puede gozar con el miedo que muchos puedan tener porque la verdad pueda aflorar. Claro que no. Pero cabe preguntar si no será mejor destapar las ollas del terror una vez y por todas, y superar con ello la confrontación apasionada que vivimos, supuestamente por el tema de la paz; como si la paz fuera la enemiga de la civilización, de las buenas costumbres, de la reconciliación, de las maneras afables y hasta del amor debido al otro “como Cristo nos enseñó”. Mentira grande que la paz sea la razón de ser de la desinstitucionalización que todos padecemos hoy. O la razón del odio entre  hermanos de una misma nación. No. Lo cierto es que todas nuestras afugias de hoy gravitan no alrededor de la paz sino del miedo.

Y a graves enfermedades, grandes remedios. Si no se ponen las cartas del dolor y las angustias sobre la mesa, no seremos capaces de llegar al cenit de nuestra propia realidad, que es sobre la que tenemos que crecer, perdonar y avanzar.

Hay que conocer la verdad. Hechos, nombres propios de tirios y troyanos, circunstancias, alcances. No podemos quedarnos en que hubo hornos crematorios y motosierras a la orden del día, y punto. Es que si no hay catarsis no hay futuro. Y no habrá purificación del alma nacional si no hay verdad.

Dicen los reclusos de La Picota a su manera, palabras más palabras menos: pensamos en las víctimas y su reparación. Deseamos vivir en un país nuevo. Para lograrlo queremos hablar sobre lo que nos consta y de lo que hemos sido actores y autores durante décadas del conflicto interno: Homicidios, desapariciones forzadas, magnicidios (asesinato del doctor Álvaro Gómez Hurtado: autorías, cómplices, causas, circunstancias); terrorismo: (avión de la empresa Avianca: autoría, causas); desplazamientos, Operación Orión: (homicidios, desapariciones, desplazamiento, torturas). Masacres, fosas comunes, falsos positivos. Secuestros perpetrados por las más variadas organizaciones, limpieza social,  relaciones del narcotráfico con Fuerzas Militares y de Policía, políticos, empresarios, y dueños de tierras.  Narcotráfico como fuente de las más variados actividades criminales. Extorsión, compra de armas, homicidios en marchas campesinas, y además habría verdades que quieren aportar los presos en el extranjero y beneficiarios de Justicia y Paz que por razones propias del sistema se quedaron cortos en sus relatos. A más de sus confesiones darían nombres, señalarían los sitios de los eventos y detallarían hechos. Y más y más.

 

Libremos la función pública de la trampa,
a la política de la hediondez
y rescatemos a Colombia  de los peligros que la acechan.

 

Pero es que la JEP, la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, y la Comisión de la Verdad no fueron creadas para esos tipos, dicen algunos. “Que esos bandidos no caben ahí” aducen otros. Pero como que sí “otros bandidos”, señalan los más expertos. ¡Por Dios Santísimo! Si lo que está en juego es la verdad, las víctimas, la reparación y la no repetición. Y la necesidad del destape. Es que no podemos seguir viviendo en la cañería de la mentira. Libremos la función pública de la trampa, a la política de la hediondez y rescatemos a Colombia de los peligros que la acechan.

Los propios presos de La Picota, sin ser sabios juristas, han indicado el camino: Ha habido pronunciamientos  de la Sección de Apelación del Tribunal para la Paz que han abierto la puerta de la JEP, anotan (Auto TP-SA n° 57 de 2018). Acertada modulación de las normas en función del interés de la víctimas. Recuerdan igualmente que la Ley 975 de 2005, más conocida como Ley de Justicia y Paz, en su artículo 63 señala que “si con posterioridad a la promulgación de la presenta ley, se expiden leyes que concedan a miembros de grupos armados al margen de la ley beneficios más favorables que los establecidos en esta, las personas que hayan sido sujetos del mecanismo alternativo, podrán acogerse a las condiciones que se establezcan en esas leyes posteriores”. Tal el valor de las normas de la Jurisdicción Especial para la Paz. Y recuerdan que existe el mandato normativo para la Comisión de la Verdad de esclarecer y promover el reconocimiento de “las responsabilidades colectivas del Estado, incluyendo del Gobierno y los demás poderes públicos, de las Farc-EP, de los paramilitares, así como de cualquier otro grupo, organización o institución, nacional o internacional, que haya tenido alguna participación en el conflicto (…)”. Se preguntan los reclusos: ¿Cómo se lleva a cabo este cometido sin nuestra comparecencia en la Comisión de la Verdad?

Bienvenidas entonces estas y otras verdades por llegar, y con ellas, la nueva Colombia.

 

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