De Colombia solemos percibirla como un territorio nuevo. Su historia como nación, para los que la conocen, parece que comenzara con la llamada independencia, o un poco atrás con lo que se llamó "el descubrimiento". Somos un país en verdad joven, pero no quiere decir ello que lo sea su territorio y nuestros antepasados.
Por eso resulta gratificante tener a disposición un libro reciente que nos dibuja lo que pudo ser la prehistoria y la historia antigua de lo que hoy es Colombia. Ese libro de Carl Henrik Langebaek es Antes de Colombia, quien hace poco también sorprendiera con otro texto, Los muiscas, la renombrada civilización que nos precedió en una porción significativa del territorio de Colombia.
En Antes de Colombia: los primeros 14.000 años, Langebaek nos sumerge en un viaje fascinante y curioso, dado lo poco que conocemos de cómo era el territorio colombiano en su remotísimo pasado. Ese supuesto, hasta en el mundo ilustrado, se le atribuye a países o naciones que se ubican en Europa o Asia, de tal suerte que pareciera que solo en esos territorios hubiera historia y pueblos que pudieran llamarse antiguos o que merecieran un lugar en los anales de la historia.
Pero en el libro que comentamos, el autor nos muestra con evidencias y hallazgos científicos de estudios arqueológicos y antropológicos, entre otros, que en Colombia, como en América Latina, hay lugar para hablar de civilizaciones y naciones antiguas que nos precedieron en su territorio, las cuales contienen una historia apasionante.
Sostiene el autor que el ser humano que llegó a estas tierras lo hizo “muchísimo antes que los europeos y los africanos y logró acumular una larguísima experiencia que debemos conocer, apreciar y respetar”. Por eso plantea que los “humanos que poblaron esta parte del mundo tuvieron las mismas capacidades para conocer y hacer cosas que los de cualquier otro lugar, incluyendo, como no, las de cometer errores”.
Langebaek se adentra (desde el Pleistoceno y el Holoceno), incluso, en lo que pudo, florecer y dio la vida en este territorio y en los migrantes que lo empezaron a poblar con base en estudios de arqueología que han establecido quiénes pudieron ser los primeros habitantes de este territorio (los cuales pasaron por el estrecho de Bering, se adentraron a lo que hoy es Norte América y siguieron luego a lo que es la zona del Trópico), donde se asienta en la actualidad Colombia.
No es fácil comunicar un tema que resulta enigmático para muchos y que puede estar sembrado de tecnicismos, pero Langebaek lo logra. El Pleistoceno y el Holoceno pueden ser dos términos demasiado abstractos en el campo periodístico, pero se comprende en el autor que se trata de épocas pretéritas que provocaron cambios geológicos y climáticos que dieron lugar a un nuevo hábitat de nuestro planeta y del territorio que hoy es Colombia.
Se presume que desde esa época se extinguió la megafauna y sus animales gigantes, y se presentaron también cambios en el universo de las plantas, con lo cual hubo lugar a nuevos modos de vida, de alimentación, de cobijarse y de relacionarse entre los pobladores del territorio.
Una historia fascinante porque nos recuerda que las especies pueden extinguirse por efecto de cambios geológicos que, a su vez, pueden propiciar cambios de carácter climático y estos dar lugar a cambios en las especies que habitan el territorio. Una lección que hoy resulta actual en virtud del actual cambio climático que viene trasformando la temperatura de la tierra y de las aguas.
No falta la alusión en el libro a los primeros modos de vida que, luego de adaptarse, comenzaron a desarrollar los pobladores de lo que hoy es Colombia. Como en otros continentes y naciones, acá también hubo lugar para el hombre recolector y cazador, como también en esas otras naciones y latitudes; acá hubo lugar luego para la horticultura y la agricultura y la domesticación de animales.
Solo que acá, nos deja ver el libro, la siembra fue diversa, la caza de animales no tuvo las características del Viejo Mundo y la relación con lo material y lo cosmogónico, posteriormente en las primeras civilizaciones indígenas, no adquirió el carácter, necesariamente, de sojuzgar y dominar tanto a la naturaleza, como a unos pobladores, por otros de más peso y prestigio en la jerarquía social y política que se dieron las comunidades de entonces.
El trópico, dice Langebaek (no nos agrada el término por una carga negativa que se le ha impuesto), reúne una serie de rasgos que no dan lugar a creer que lo que pudo darse en el Viejo Mundo, también es cierto en él, o que, incluso, los pobladores originarios de nuestro territorio eran iguales en concebir la caza o domesticación de animales, o en sembrar ciertas plantas para su uso y consumo.
Un capítulo aparte (no obstante, lo que reconoce el autor de las comunidades indígenas que poblaron el territorio antes de la llegada de los españoles) es el derribo que el autor hace de ciertas mitologías modernas que se han instalado en ciertos imaginarios de comunidades académicas o del activismo social del presente, como la de creer que los indígenas pobladores del territorio que hoy es Colombia, vivían en un edén o un paraíso antes de la llegada de los españoles. No lo era así, dice el antropólogo.
No era cierto, por ejemplo, que antes de la llegada de los españoles no se ejerciera violencia entre los pobladores originarios del territorio. Tampoco lo es que la naturaleza en la que hoy habitan muchas comunidades indígenas se halla mantenido intacta y libre de la mano y la inteligencia de esas mismas comunidades.
Y tampoco es cierto que la relación con los animales, que incluía su sacrificio, pueda verse necesariamente como una práctica dañina, como quizá ahora lo podrían pretender y explicar, por efecto del animalismo de nuevo cuño que se ha propiciado de un tiempo para acá al amparo de ciertas prácticas que nos han venido del exterior, porque aquí, en lo que hoy es Colombia (ahí sí), el consumo de animales se ha practicado desde tiempos inmemoriales por los pobladores originarios como parte de su dieta y de sus rituales.
Pues bien, hay una historia por redescubrir, de la mano de un investigador singular que registra numerosos estudios y autores que cita y frecuenta en el libro. Hay más para comentar sobre este libro sorprendente que despierta el afán de saber más por nuestros antepasados, o nuestros ancestros, como se dice hoy. No hay tiempo para más en este espacio.
Pero Langebaek logra una cosa significativa: recobrar nuestro pasado prehispánico y una era que el presente ha querido devorar. Nos alerta sobre la prehistoria de Colombia, la historia antigua de nuestros pobladores y el orgullo que cabe celebrar porque finalmente “cuando se pobló el continente americano ya se había producido lo que se ha denominado la “revolución cognitiva”; es decir, ya se había desarrollado hacía miles de años la habilidad humana de pensar de forma sofisticada en problemas complejos”. Pero como sostiene el autor, “es muy frecuente no darles el crédito a los indígenas que merecen: nadie duda de los grandes avances de las “civilizaciones” europeas o asiáticas, pero la actitud con los habitantes del Nuevo Mundo ha sido diferente”.
En cierto modo, este libro es una manera de apostar por la retrotopía que señalara el pensador Zygmunt Bauman, antes de fallecer en 2017. La utopía como forma de recobrar el pasado bueno. El futuro hecho con el pasado, una apuesta que vale más que las utopías del presente que afanan a muchos en la actualidad.