Ver el mundial en Ámsterdam
Opinión

Ver el mundial en Ámsterdam

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junio 24, 2014
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Recibí una invitación de mis amigos constructores para hacer un viaje a Europa con todos los gastos pagos durante el Mundial. No entendí muy bien cuál era el objetivo específico del viaje, pero gustoso acepté, ya que además ofrecieron pagarnos unos viáticos tan jugosos —usando las tarifas del honorable Congreso de la República— que me hicieron salivar de la emoción.

Infortunadamente, de todas las majestuosas opciones en el Viejo Continente para ir a derrochar euros, terminamos metidos en Ámsterdam; en el loco reino de las bicicletas. La capital de Holanda no exhibe las características propias de las ciudades avanzadas en Norteamérica; no tiene grandes autopistas en el centro, no depende de suburbios, ni se desvela por tener inmensas moles de cemento encerradas, como los lindos centros comerciales, con los que estamos decorando a toda Colombia. Por el contrario, esta ciudad es densa, con usos mixtos de suelo y está inundada por tantas bicicletas, que el solo hecho de caminar por sus calles me produce urticaria. Para entretenerse, a los humanos de esta ciudad les gusta interactuar en el espacio público, disfrutan haciendo picnic en los parques verdes; para ir a comprar pan, se puede caminar hasta la panadería del barrio; para tener acceso a una buena escuela, tan solo es necesario ir caminando hasta la escuela del barrio.

Inundación ciclista. Crédito de la foto: Carlos Cadena Gaitán - Ver el mundial en Ámsterdam

Inundación ciclista. Crédito de la foto: Carlos Cadena Gaitán

Llegamos el día del partido Holanda vs. España, y desde la mañana supe que algo no olía bien. Había una pesada energía naranja, y hasta los más pequeños fueron obligados a vestir de ese color. Las rubias holandesas aprovecharon la disculpa del partido para ponerse sus apretadas camisetas naranjas, y los irresponsables padres que torturan a sus pequeños hijos montándolos en la parte delantera de sus bicicletas, aprovecharon para adornarlos con algún detalle naranja. Me imagino que por la falta de atención de los padres, algunos jóvenes también aprovecharon para fugarse de sus casas en sus propias bicicletas y lanzarse (¡solos!) a las peligrosas calles de esta ciudad. Lo que es peor, algunos hasta pedalean agarrados de la mano con sus novias, quienes no pierden oportunidad para armarse de altísimos tacones y cortas minifaldas. ¡Que descaro!

Como todo latinoamericano que se respete, soy fanático de España, así que su brutal derrota me dejó desanimado. No quise participar de ninguna de las abrumadoras festividades espontáneas que se empezaron a organizar en cada esquina de Ámsterdam, tan pronto el árbitro decretó el final de esa masacre futbolística. No permití que me pintaran banderas holandesas en las mejillas, y mucho menos recibí las cervezas que me ofrecían los locales mientras me abrazaban y me gritaban a forma de pregunta: “Madrid, Barcelona, Spanje?”. ¡Ojalá!, les decía yo. Si para ir hasta Madrid a ver nuestro oro precolombino, nosotros los colombianos, necesitamos visa; si para acercarnos a las playas donde Shakira pasea a Milán, nosotros los hijos de la madre patria, necesitamos visa. Con esa dolorosa honestidad fría que solo los holandeses saben manejar a la perfección, su única reacción ante esas profundas acusasiones es un tímido: “No te creo, eso no tiene ningún sentido”.

A la mañana siguiente, me despertó una algarabía en la plaza al frente de mi hotel. Los irrespetuosos holandeses se habían ingeniado un concurso público para imitar el primer gol de Van Persie. Le pedían a los transeúntes que se tiraran “en palomita”, para cabecear un balón, e intentar caer en un colchón de aire dispuesto en la mitad de la plaza. Enfadado, me fui del hotel, y me di a la tarea de recorrer la ciudad temprano, antes de que la naranja invasión ciclista me impidiera comportarme como un cachaco civilizado. Sin embargo, todo mi esfuerzo fue en vano, porque el día estaba soleado, y por tanto, los locales salieron también temprano a usar su ciudad con pasión.

Me vi obligado a refugiarme en el museo nacional, el Rijksmuseum, para buscar un poco de atentividad plena ante las obras de Rembrandt. Ya se imaginarán ustedes mi sorpresa al descubrir que este edificio, uno de los más importantes e históricos del país, ha sido parcialmente destruido, roto, invadido por un túnel en todo su corazón. El túnel lo usan como ciclorruta para que los locales no tengan que darle la vuelta al museo en su transitar diario. ¡Estos ciclistas urbanos no respetan ni el patrimonio histórico!

El túnel ciclista bajo el Rijksmuseum. Crédito de la foto: Carlos Cadena Gaitán - Ver el mundial en Ámsterdam

El túnel ciclista bajo el Rijksmuseum. Crédito de la foto: Carlos Cadena Gaitán

Faltando cinco para las seis de la tarde, ya estaba ubicado en el bar de Utrechsestraat que me recomendaron para ver el partido de Colombia. Aunque al principio solo habíamos dos espectadores en la inmensa soledad de ese recinto, los amables anfitriones, en inglés fluido y con cara alegre, aceptaron sintonizarlo, mientras siguieron con sus labores, sin mostrar mucho interés por el futuro de Grecia ni de Colombia. La situación fue cambiando rápidamente: luego del primer gol, ya los meseros le hacían fuerza a Colombia, luego del segundo gol, ya los comensales empezaron a disfrutar con los magistrales cumbiamberos en el banderín de la esquina. Con el tercer gol, ya los mismos locales se vistieron de amarillo, mejorando un poco el “look” de sus bicicletas desbaratadas.

Mientras España perdía a su rey y su mundial, yo encontré –de pura suerte– mi nueva monarquía favorita. Nederlands: ¡dank je wel en tot ziens!

 

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