El 31 de octubre de 2021, día de Halloween, John Aristides Saldarriaga, o ‘Chispún’, como es conocido en Doradal (Antioquia), sintió detrás de él la muerte en forma de hipopótamo.
Dice que estaba pescando en el lago de la vereda Las Brisas junto a dos amigos. No era la primera vez a pesar de la presencia de la peligrosa especie. Su filosofía era: “ni tú me molestas, ni yo te molesto”, y con ese pensamiento lanzaba la caña y en pocos lances, según él, capturaba tilapias, bocachicos y tucunarés para venderlos en el pueblo.
El día del ataque no vio en las aguas al animal. Pensó que se había marchado a otro lago. Con esa seguridad se acercó a la orilla dejando tras de sí a sus amigos. Lanzó el nylon con la carnada agarrada en la punta del anzuelo, y luego de una corta espera sintió en sus manos, a través del nylon, la vibración de una corriente repentina que emergía de la profundidad. No fue causada por peces inquietos, sino por el nado del hipopótamo que al llegar a la orilla emergió, lanzó un bufido y abrió esa jeta monumental capaz de quebrar los huesos humanos como goma de mascar.
El pescador, apenas vio esa mole de unas dos toneladas tan cerquita de su enclenque cuerpo de 60 kilos, empezó a correr, o más bien a intentar hacerlo por esos pastizales cenagosos en donde las botas pantaneras se hunden.
Tras de sí escuchaba cada vez más cerca el pum pum pum de las pisadas de su perseguidor, y no valieron las oraciones mentales invocando la huida porque dio un traspié y cayó.
—¿Y los amigos? –Pregunto.
—Se escondieron.
Luego del traspié, al girar la cabeza, vio las fauces rosadas de colmillos de medio metro lanzarse sobre él y, aterrado, se enrolló como bolita para protegerse la cabeza. Sintió cómo los colmillos le rasgaron la piel del brazo, y le rompieron músculos y nervios. Lanzó un grito de dolor y de auxilio. De nuevo nadie acudió.
El hipopótamo, aún más ofuscado quizá por los alaridos del hombre, lo arrojó por los aires haciéndolo caer unos metros más adelante. Luego de unos segundos en los que uno miraba con terror y el otro con rabia, el animal dio la vuelta y regresó al lago.
Ya sin la amenaza fuera del agua los amigos salieron de sus escondites, y en una moto se llevaron al herido al puesto de salud de Doradal. Debido a la gravedad y la insuficiencia de recursos médicos para atenderlo, fue trasladado al hospital de Rionegro, ciudad ubicada a 170 kilómetros de distancia y muy cerca de Medellín.
—¿Y los amigos? –Pregunto.
—Se escondieron.
Luego del traspié, al girar la cabeza, vio las fauces rosadas de colmillos de medio metro lanzarse sobre él y, aterrado, se enrolló como bolita para protegerse la cabeza. Sintió cómo los colmillos le rasgaron la piel del brazo, y le rompieron músculos y nervios. Lanzó un grito de dolor y de auxilio. De nuevo nadie acudió.
El hipopótamo, aún más ofuscado quizá por los alaridos del hombre, lo arrojó por los aires haciéndolo caer unos metros más adelante. Luego de unos segundos en los que uno miraba con terror y el otro con rabia, el animal dio la vuelta y regresó al lago.
Ya sin la amenaza fuera del agua los amigos salieron de sus escondites, y en una moto se llevaron al herido al puesto de salud de Doradal. Debido a la gravedad y la insuficiencia de recursos médicos para atenderlo, fue trasladado al hospital de Rionegro, ciudad ubicada a 170 kilómetros de distancia y muy cerca de Medellín.
Expansión, ataques y tráfico de hipopótamos
En Doradal, corregimiento del municipio de Puerto Triunfo, corrió el rumor de que el herido pretendía capturar una cría del paquidermo para venderla. En la zona es de conocimiento público que se trafica con estos animales para venderlos a hacendados antojados de tener un recuerdo del capo de los capos, Pablo Escobar. Aunque en las calles, tiendas y cantinas se hable del tema, solo la policía niega el delito, argumentando que es imposible que un hipopótamo pase por sus narices. Según un traficante, son mínimo unos seis los que han pasado escondidos en camionetas.
Al consultar al Ministerio de Ambiente, no se pronunció sobre este tema y le dio la vocería al Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. Una experta le explicó a Mongabay Latam que el trabajo del Instituto se enfoca en entender las consecuencias de esta especie para los habitantes y el ecosistema. Por su parte, la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare) —autoridad ambiental de la zona— dice que ha denunciado la venta de hipopótamos ante la policía de Doradal, pero las quejas no fueron atendidas.
El ataque a John Saldarriaga no es el único reportado. El 20 de mayo de 2020, un hipopótamo atacó a Luis Enrique Díaz en el corregimiento Estación Pita, también de Doradal. Según el hombre, estaba llenando de agua una bomba para fumigar cuando del río emergió un hipopótamo resoplando de furia al sentir invadido su espacio. El campesino intentó correr, pero fue embestido.
Después de un año, Díaz apenas sale de su casa para recibir el sol y se oculta rápido para evitar la mirada de los curiosos que desean ver cómo queda una persona después del singular ataque. No puede trabajar. Su hermano lo cuida de las entrevistas y por eso nuestro diálogo es corto. El hombre recuerda el peso de las patas sobre su cuerpo, las costillas rotas, el pulmón perforado y la fractura de una pierna.
En el lago en el que Chispún fue atacado no es usual la pesca. Las aguas son densas y quietas. Los pescadores avezados van al río Magdalena, la arteria que cruza casi todo el país de sur a norte, hasta desembocar en el mar Caribe.
Además, según David Echeverry, biólogo de Cornare: “las heces de los hipopótamos sumadas a las continuas salidas y entradas al lago aumentan la carga orgánica y pueden acelerar el proceso de eutrofización”. En términos coloquiales, las aguas se convierten en una sopa verde y espesa por el exceso de nutrientes. Esto tiene como consecuencia la desaparición de muchas especies.
En un lago aledaño al del ataque habita una hembra con su cría junto a otros cuatro hipopótamos. Si la madre se sumerge, la pequeña hace lo mismo. Si la grande saca los ojillos, la pequeña también. En las noches la manada de paquidermos sale en busca de hierba, y regresa al amanecer asustando motociclistas o campesinos que encuentran la oscuridad fuera de sus casas.
A principios de los ochenta, el conocido narcotraficante Pablo Escobar mandó a traer cientos de animales de distintas partes del mundo, entre ellos un macho y tres hembras de hipopótamos para completar el sueño de tener su propio Jardín del Edén construido a la medida, o desmedida, de su ego. Cuando el capo de la droga murió baleado en Medellín, en 1993, los hipopótamos abandonados se multiplicaron y luego fueron colonizando los lagos cercanos y lejanos hasta invadir aguas a más de 200 kilómetros de distancia. Hoy los expertos estiman una población de casi 70 animales libres en caños y ríos y, a este paso, no será extraño ver una de estas bestias llegando al mar.
Aún no hay muertos en Colombia por cuenta de ataques pero, ante la libertad de la especie y la curiosidad de la gente, el peligro es latente. Por eso Cornare, en octubre de 2021, inició el plan piloto para aplicar GonaCon, un anticonceptivo para machos y hembras. Según David Echeverry, en una semana 24 ejemplares recibieron la dosis por medio de dardos.
El GonaCon, medicamento usado en China, Australia y Estados Unidos, fue donado por la agencia norteamericana Animal and Plant Health Inspection Service USDA APHIS. Aunque el plan piloto dio buenos resultados en la aplicación, los especialistas hablan de tres dosis por cada individuo para garantizar la efectividad. Una tarea nada fácil. Estos 24 animales se suman a 11 que fueron operados quirúrgicamente desde 2014. El problema de la castración quirúrgica está en los riesgos para el equipo encargado y los costos (entre 6.400 y 7.700 dólares por cada operación).
La bióloga Nataly Castelblanco, coautora del estudio ‘Un hipopótamo en la habitación: prediciendo la persistencia y dispersión de un megavertebrado invasor en Colombia, Sudamérica’, publicado en enero de este año, celebra que se avance con esta iniciativa pero insiste en que, debido al gran número de hipopótamos que ya existen en el país, las estrategias de esterilización y contracepción por sí solas no son suficientes para erradicar el problema. Castelblanco asegura que se necesita una combinación de estrategias, incluido el sacrificio de animales, aunque esta alternativa siga generando polémica en los sectores animalistas.
Según dice, el hipopótamo es un animal muy longevo y podría llegar a vivir, incluso, hasta 70 años; tiempo en el que seguirá generando impactos sobre el ecosistema y las especies nativas colombianas.
En una entrevista con Mongabay Latinoaméricael biólogo Germán Jiménez, también coautor del estudio, aseguró que estos enormes mamíferos pasan la mayor parte del tiempo en el agua, donde comen, duermen, orinan y hasta defecan; por lo que el oxígeno se va volviendo escaso. “Empiezan a morir los peces y lo mismo ocurre con las plantas”, dijo. Además, el animal empieza a desplazar a otras especies como los manatíes y su pisoteo, cuando sale a tierra, termina por afectar el suelo y las especies vegetales que intentan crecer en los ecosistemas del Magdalena medio.
“Cómpreme el hipopótamo”
En una cafetería en la plaza central de Doradal, un traficante habla sin temor de ser escuchado sobre la existencia de un hipopótamo en su casa. Le pregunto si no le da miedo hablar de manera tan abierta de un tema ilegal en pleno día y mesas ocupadas alrededor.
—Aquí todos saben quién soy. Le he ofrecido ese bicho a todo el mundo y nadie me lo ha querido comprar. A propósito, ¿a usted no le gustaría llevárselo?
Sonrío como si se tratara de una broma. El hombre continúa.
—En una casa grande lo puede tener. Con que tenga una charca ya es suficiente.
—Vivo en Bogotá. Me tocaría meterlo en la bañera —Replico con un tono burlón ante la propuesta inverosímil.
—Deme siete milloncitos (1.800 dólares) y si quiere se lo cuido un par de meses hasta que consiga donde meterlo.
—De verdad es imposible, además usted sabe que soy periodista.
—Eso qué importa, búsquese un socio y pagan por mitades. Nadie se va a enterar.
El hombre está desesperado, nunca había permanecido tanto tiempo con un hipopótamo. Cuenta que en junio, hace cinco meses, una persona lo llamó para solicitarle con urgencia una cría. Por esos días una hembra había dado a luz y el traficante lo sabía. Una tarde se encaminó con su esposa al mismo lago de la historia de John Saldarriaga, y al ver al ‘hipopotamito’ usaron la táctica de siempre: arrojar piedras a la madre para que abandonara su cría.
La táctica no siempre es efectiva, según explica, porque a veces hay hembras que en vez de huir se enojan y corretean a la pareja. Los dos conocen los peligros, pero plata es plata, sostiene, y más en una zona donde ganar el sueldo mínimo (234 dólares) ya es un privilegio.
—Listo, ya le conseguí el animalito—, le contó en una llamada al urgido comprador con el que se había comunicado días antes.
—Hermano, de verdad me da pena con usted, pero no puedo comprárselo, vendí la finca—.
El traficante no le insistió confiado en la llegada de un nuevo cliente en esos parajes de grandes haciendas y excéntricos dueños. Con esa fe continuó cuidándolo, pero no hay bolsillo que aguante la manutención de tremendo animal. Al mes la cría consume 390 mil pesos (100 dólares) en leche especial para terneros. Es mucho dinero si se considera que en la región hay familias de cuatro miembros o más que sobreviven con ese dinero mensualmente.
Son pocos los que conocen el oficio peligroso de capturar crías, tal vez unos tres en esa zona, según mencionan los pobladores de Doradal. Por el lado de Río Claro y Puerto Boyacá, a 20 kilómetros de allí, se habla de otras personas que hacen lo mismo.
En la cafetería el traficante acerca su rostro y dice bajando la voz: “señorita, conózcalo y verá que se enamora. Si tiene hijos sería el mejor de los regalos”.
Nadando con una de las bestias más peligrosas del mundo
La huérfana está oculta viviendo como un perro. Tiene su tazón de comida, como los demás canes de la casa, y juega con ellos como si de otro can se tratara, pero uno cabezón, torpe y pesado de ojos diminutos y boca sonriente.
Antes de verlo cruzamos en moto por trochas cerradas de árboles hasta llegar a una casa oculta en una hondonada. De un pasillo sale una adolescente menuda, morena, de ojos grandes y negros.
—¿Buscas a ‘Campanita’?—, me pregunta.
La miro confundida.
—Yo le puse ‘Campanita’—.
Nadando con una de las bestias más peligrosas del mundo
La huérfana está oculta viviendo como un perro. Tiene su tazón de comida, como los demás canes de la casa, y juega con ellos como si de otro can se tratara, pero uno cabezón, torpe y pesado de ojos diminutos y boca sonriente.
Antes de verlo cruzamos en moto por trochas cerradas de árboles hasta llegar a una casa oculta en una hondonada. De un pasillo sale una adolescente menuda, morena, de ojos grandes y negros.
—¿Buscas a ‘Campanita’?—, me pregunta.
La miro confundida.
—Yo le puse ‘Campanita’—.
La imagen es irreal, ¿hipopótamos como mascotas? Me agacho para consentirle el lomo. Es una sensación extraña, similar a pasar la mano sobre un sofá de cuero, es frío, grueso y rugoso. La cría, incómoda por el atrevimiento de una extraña, avanza afanada y torpe para alcanzar a la que considera su dueña. La ilegalidad le impuso esa figura materna después de ser arrebatada de los brazos de su verdadera madre.
Cuando no está bajo la cama sigue a su dueña por toda la casa como un perro consentido, y a veces le restriega el hocico en las piernas y la mira desde abajo en busca de caricias.
—¿Quieres que se vaya a otra parte?
—Pues toca. Si no se vende no sé qué pueda pasar.
—¿Cómo así?
—Es que aquí no puede crecer y es imposible regresarla con su mamá.
En los recuerdos de la adolescente, los hipopótamos son huérfanos que vienen por un tiempo y luego se van. Su casa es un lugar de paso para esas crías sin madre por culpa del tráfico ilegal, por culpa de su padrastro. Cuando salen del hogar, la joven nunca vuelve a preguntar por ellos. Si están vivos o si fueron el plato especial de un asado no lo sabe. Para ella siguen siendo pequeños y juguetones. A lo largo de su vida ha tenido a Andy, Joaco, Estrella, Magola (que resultó ser macho), otro que no alcanzó a tener nombre porque lo compraron rápido, y por último Campanita.
En lo que va de 2021 ya ha vivido con dos. El anterior hipopótamo fue vendido en marzo por seis millones de pesos (1.540 dólares) y duró tres meses en el hogar. Al parecer el dueño era un hacendado que pagó todos los gastos de comida mientras la cría estuvo en la vivienda del traficante. También cubrió los gastos veterinarios y 200 mil pesos mensuales (unos 50 dólares) extras por el cuidado.
Con ‘Campanita’ la suerte no ha sido favorable. Come, crece y no hay la remota posibilidad de un cliente. Desde junio el traficante sostiene que solo ha recibido una oferta: alquilar el hipopótamo a un balneario cercano para ser el principal atractivo. Le ofrecieron 500 mil pesos diarios (aproximadamente 130 dólares). Lo consideró, pero al sopesar los riesgos prefirió negarse a la propuesta. Un hipopótamo en un balneario, al lado de una piscina con turistas de todas partes del mundo y todos con celulares para tomar fotos, se viralizaría en segundos y atraería a la policía, Cornare y la prensa nacional y mundial. Por supuesto el nombre del balneario se daría a conocer en todos los idiomas, pero el dueño y el traficante terminarían en la cárcel pagando una pena entre los cuatro y nueve años.
—¿Quieres nadar con Campanita? –pregunta la adolescente.
El hipopótamo bate la cola. Comprende el término “nadar”, como los canes domésticos las palabras “parque” o “comida”.
Nos encaminamos por un pastizal hasta llegar a un lago turbio y verdoso. La joven corre y el hipopótamo va tras ella, una imagen bella y antinatural provocada, primero, por Pablo Escobar, y ahora por el traficante.
Las dos se zambullen. El cuerpo lerdo del hipopótamo se vuelve ligero, se mueve ingrávido en las aguas. Joven y cría se buscan, una se sumerge y la otra la busca. Después de un tiempo, alrededor de una hora, la humana se cansa del juego, y el animal quiere continuar. La genética lo impulsa. Sus congéneres pueden durar 14 horas diarias en los lagos, hasta que al anochecer el hambre las llama para salir a tierra.
—¿Tus amigos saben que tienes un hipopótamo?—, le pregunto a la joven.
—Como se le ocurre, además… ya no tengo amigos.
—¿Por qué?
—No estoy en el colegio, mi única amiga es Campanita—.
La cría de hipopótamo y la joven se unieron por la fatalidad de un negocio ilegal. La primera, si tiene suerte, encontrará un hogar adoptivo con charca privada en alguna finca lejana y la segunda se despedirá con un adiós sin lágrimas para no ahuyentar a los compradores, hasta que su padre le traiga otra mascota temporal.
Mientras tanto, el animal sigue comiendo y creciendo. Aunque ahora es vista como una mascota, a medida que gana peso y va madurando, el peligro de un ataque va incrementando. Por ahora la cría permanece oculta, alejada de su naturaleza salvaje, tal vez creyéndose un perro distinto a los demás con los que vive en esa finca.
*Artículo publicado originalmente en Mongabay