Venezuela y su jaguar

Venezuela y su jaguar

El país liderado por Maduro no logró desmarcarse de una visión confrontacional directa, convirtiéndose en presa y activando a un predador voraz: Estados Unidos

Por: Carlos Andrés Duque Acosta
marzo 01, 2019
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Venezuela y su jaguar
Foto: Instagram @realdonaldtrump / nicolasmaduro

Existen múltiples lecturas geopolíticas de la crisis que vive hoy Venezuela. Todas colocan el acento en el papel imperial de EE.UU. Tales análisis, si bien necesarios, dejan siempre un sinsabor: faltan elementos, faltan matices en la visión materialista asimétrica del poder que entiende a EE.UU. como brutal Imperio y a Venezuela como país periférico víctima de la codicia suprema. El objetivo de esta breve nota es aportar una lectura relacional de esta crisis desde una perspectiva informada por la sabiduría y espiritualidad andino-amazónica. Para muchos será una lectura absurda, ingenua o basada en el desconocimiento: lo acepto de entrada, sé en qué terreno me estoy adentrando.

En la selva los chamanes saben que la vida es fundamentalmente depredación. El jaguar es el más poderoso depredador; devorará a todo animal que se convierta en presa, que no sea invisible o que decida luchar contra este predador supremo. No es un misterio, lo sabemos de entrada:  EE.UU. es un predador voraz, el más poderoso sobre la selva-tierra, sobre este mal-mundo-hecho-de-un-solo-mundo. EE.UU es un jaguar[1]. La Venezuela política liderada por Nicolás Maduro, o mejor: la Venezuela-de-Maduro-&-Diosdado, al no lograr por acción u omisión, desmarcarse de una visión confrontacional directa decidió convertirse en presa, activó al depredador, asumió su lucha frontal contra el jaguar.

La constante retórica antimperialista, tan contradictoria con el hecho de vender casi todo su petróleo al "enemigo"; las dinámicas internas de concentración y abuso de poder de un gobierno sustentado por militares, han llevado a que hoy la Venezuela-de-Maduro-&-Diosdado haya coconstruido, cocreado su destino. Venezuela ha cocreado su jaguar. Ante el escalonamiento de las tensiones, sin exagerado dramatismo: hoy Venezuela está al borde de ser devorada.

La vida es también depredación recuerdan los chamanes amazónicos. Un pueblo clama hoy no ser devorado. No estamos frente a un dilema moral de "buenos" vs. "malos", ni de "victimarios" vs. "víctimas", estamos ante el realismo político de la lucha por el poder y los "recursos naturales" en un marco internacional extractivista donde Venezuela ha jugado históricamente su destino. No puedes pasarte la vida con un discurso incendiario contra al país que te compra el 90 % o más de tu petróleo; has vendido al enemigo tu sangre que es la sangre de la madre tierra. Has desatendido el clamor de los pueblos ancestrales: ahora vas por el oro, los diamantes y el coltán.

El embargo petrolero es el inicio del fin de la doble moral: el comienzo de la amenaza latente de intervención militar con Duque y Bolsonaro como aliados naturales del jaguar, con China y Rusia esperando jugar también su papel en la rapiña.  ¿Viene entonces la devoración? Es probable. Está en el ambiente. Puede percibirse, sentirse. Sin embargo, como el jaguar siempre será jaguar, agotada ya la posibilidad de invisibilidad o mimetismo, quedan hoy dos posibles salidas: matarlo o desactivar su poder devorador. La primera opción, implicaría matar muriendo en el intento o destruyendo la selva entera. La otra alternativa, para muchos inaceptable, es la rendición, la aceptación de la derrota frente a esteJjaguar cocreado. No se trata de la derrota del cobarde, se trata de la aceptación de la derrota de quien quiere vivir sin la amenaza de ser devorado. Quizá se trata de pasar de una visión ideológica patriarcal (pelear hasta matar o morir por ideales) a una visión biológica antipatriarcal (ceder para vivir, ceder para preservar la vida de la comunidad).

Ante la inminencia del fin, de la devoración, la aceptación es una victoria sobre nuestro envalentonado adversario, pues su esencia-jaguar y, sobre todo, su intransigencia, radican precisamente en ser-adversario, en ser nuestro jaguar. La Venezuela-de-Maduro-&-Diosdado debe rendirse, en el sentido más noble, más espiritual de este término. Dar un paso al costado, abrirse a la posibilidad de nuevas elecciones (escuchar al viejo sabio José "pepe" Mujica), estar dispuesto a ceder el poder, a perder. Se trata de sensatez antipatriarcal: optar por el (auto)cuidado de los nuestros, por la aceptación, por la no-resistencia contra la brutalidad; se trata de la "estrategia de los débiles", de "la sabiduría de los vencidos". Un pueblo clama hoy no ser devorado.

 

[1] El uso de la metáfora del jaguar en este escrito será restringido. El jaguar es una figura fundamental en la simbología chamánica. Para muchos pueblos ancestrales, es un animal sagrado, con fuerza sanadora, liberadora, protagonista de la Naturaleza y su equilibrio, por tanto, puede ser ligero relacionarlo con los EE.UU. Sin embargo, existe una semejanza respecto a la dimensión de poder físico, material que es la que he subrayado en esta reflexión. Ahora bien, EE.UU. siempre ha sido relacionado con el Águila o el Halcón, en este sentido, puede apelarse al poder de este país del norte hoy liderado por predadores que han olvidado la sacralidad de su pueblo. Pido al lector/a que acepte este uso circunscrito de la metáfora. Agradezco los valiosos comentarios al respecto de Diana Carolina Duque, Fernando Dorado, Leonardo Álvarez y Carlos José Beltrán.

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