A Venezuela se le señala de ser un país socialista como un anatema y causa del origen de todas sus desgracias y desventuras como país. Esto implica un ataque que involucra a toda la izquierda, no solo a la latinoamericana, sino a la mundial, a todos quienes claman por un proyecto distinto al que ha impuesto la globalización neoliberal. En la retórica promovida por los Estados Unidos no solo se puede señalar con el término socialista utilizado como anatema a quienes luchan por una alternativa de sociedad no capitalista, sino incluso al liberalismo demócrata que cree en la posibilidad de un capitalismo fundado en un Estado de bienestar con una vocación más redistributiva y de intervención en los social. Para la muestra lo planteado en su segundo discurso a los Estados de la Unión por Trump, el pasado martes 5 de febrero al referirse al socialismo como el culpable de la crisis económica y a la designada como “crisis humanitaria” en Venezuela. En un pequeño lapso de tres minutos, de un discurso de más de una hora y veinte, Trump desarrolla el siguiente argumento en un escenario frente a congresistas, militares y representantes de todos los poderes de la unión: “Hace dos semanas Estados Unidos oficialmente reconoció al gobierno legítimo de Venezuela y a su nuevo presidente Juan Guaidó”. En ese momento lo interrumpen las ovaciones y aplausos.
El vicepresidente Mike Pence es el primero en levantarse y aplaudir, su mirada es de absoluta seriedad dirigida a Trump, la comisura de sus labios casi horizontal enclavada en una faz que se mantiene fija con una expresión de gravedad militar. Pence está detrás de Trump y a la derecha de Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de diputados, quien está vestida de blanco y aplaude sin pararse de su asiento; su entusiasmo es mucho menor. El público aplaude en su mayoría. Es particularmente notorio un grupo de mujeres reunidas en un recuadro del auditorio, destacan por estar vestidas de blanco como Pelosi, son demócratas que con el color de su ropa hacen un gesto de apoyo a la lucha por la igualdad de derechos; entre ellas algunas aplauden y se levantan, manifiestan tanta emoción como la mayoría del auditorio, otras aplauden sentadas y muy pocas ni se levantan ni aplauden. Esta pausa de ovaciones transcurre en 11 segundos, interrumpidos cuando comienza a escucharse la voz de Trump y todos quienes se levantaron se sientan.
Y continúa: “Estamos con el pueblo venezolano en su noble búsqueda de la libertad y condenamos la brutalidad del régimen de Maduro, cuyas políticas socialistas han convertido esa nación de ser la más rica de Sudamérica en un estado de pobreza y desesperación abyectas (aplausos, Pence casi no aplaude, permanece sentado). Aquí en Estados Unidos estamos alarmados por los nuevos llamados para adoptar el socialismo en nuestro país (se escuchan abucheos en el auditorio durante breves segundos). Estados Unidos se fundó sobre la libertad y la independencia no en coacción por el gobierno, dominación y control. Nacimos libres y vamos a permanecer libres”.
Dicho esto, Pence se levanta con su misma faz rígida nuevamente a aplaudir. La lente se dirige al público, la mayoría está de pie y mientras aplaude no puede dejar de expresar en sus rostros expresiones de sonrisa o miradas de aprobación. Luego, la cámara en esta ocasión no enfoca a las mujeres de blanco, en cambio, enfoca directamente en un primer plano al senador demócrata Bernie Sanders. Todo indica que la dirección de cámaras de una manera sincronizada con el mensaje de Trump acierta en señalar que el mensaje va dirigido a Sanders. Lo sorprende sentado con su mano derecha soportando su mentón; mira de frente concentrado, sin una expresión clara aún que indique alguna reacción. Lo que sí se ve claramente es que no aplaude como tampoco lo hacen quienes se alcanzan a ver a su alrededor, todos sentados, seguramente de la bancada demócrata. Como voz en off se escucha la ovación y el grito en coro de “Liberty, liberty, Liberty…”. El enfoque de la cámara se acerca, justo entonces Sanders mueve su mano derecha por un segundo, con su dedo índice frota la punta de su nariz mientras mantiene su pulgar sosteniendo el mentón; aprieta sus labios, cierra y abre los ojos de manera consecutiva más de dos pares de veces; abre su boca un poco, la cierra apretando sus labios y mandíbula; reafirma el apoyo de su mentón sobre su mano derecha para inmediatamente deslizar su dedo índice y rodear la mejilla, vuelve a su expresión de concentración y la cámara lo desaparece para ubicarse en una visual desde atrás del auditorio hasta aproximarse y volver a Trump. Esta nueva interrupción duró 18 segundos, más o menos la mitad de los cuales la cámara se los dedicó al Senador demócrata.
Trump continúa y de manera contundente concluye el tema: “Esta noche renovamos nuestra determinación de que Estados Unidos no será nunca un país socialista”. El público parece reventar en ovaciones y aplausos. El vicepresidente se levanta nuevamente, su expresión parece no cambiar, cuando se sienta y los aplausos se acallan en su rostro se dibuja lo que parece una ligera sonrisa: su comisura labial hasta entonces rectamente horizontal se torna ligeramente oblicua del lado de su mejilla izquierda, su rostro se ilumina por un instante. Las chicas de blanco, esta vez, permanecieron todas sentadas.
Era clara la referencia que hacía Trump a ese sector al interior de los demócratas identificados con las propuestas socialdemócratas y redistributivas de Bernie Sander; grupo que más se le opone tanto a sus políticas económicas y sociales a nivel interno como a su política exterior. Sector demócrata que, si bien no es mayoritario, si se promueve como una alternativa al predominio del complejo industrial petrolero que ha hegemonizado la política estadounidense durante más de tres décadas. Lo curioso es que el término socialista, utilizado como anatema en el señalamiento de la situación en Venezuela para justificar una intervención, sirve para generar mayores adhesiones partidistas y mover el miedo a cualquier posibilidad que se plantee como alternativa al interior de los mismos Estados Unidos. Ya parece ser que no es el fantasma del comunismo el que sirve a estos propósitos, ni el del terrorismo. Ha surgido un nuevo coco con el cual asustar, se llama socialismo y está también dentro de Estados Unidos, pero, como lo ha dejado claro, no se le permitirá ascender al poder. El término parece que en su flexibilidad servirá para calificar a cualquier política que se salga de las sacrosantas reglas neoliberales de la economía de mercado.
De esta manera, el atacar a Venezuela no solo adquiere un sentido fundamentalmente geopolítico y de intereses claramente económicos por un mayor acceso a los recursos mineros y petroleros del país suramericano, sino que también parece jugar un papel en la lucha política interna en Estados Unidos. ¿Será que, a dos años del gobierno de Trump, Venezuela se constituye en una de las armas políticas para el inicio de la campaña por la reelección presidencial estadounidense? No es un asunto de poca importancia en su política exterior y puede definir en buena medida el curso de los acontecimientos y las maneras de intervención norteamericana en Venezuela en esta coyuntura.