“El modelo de Chávez ha sido destructivo” sentenció hace algunos años Noam Chomsky considerado como el “gurú” de la izquierda latinoamericana. La afirmación de Chomsky es un indicio de honestidad que los demás intelectuales de “izquierda” deberían considerar como un llamado a la sensatez en medio de la profunda crisis que se vive en Venezuela. No es posible defender lo indefendible y en Venezuela hace rato que se cruzaron las líneas rojas. No encuentro argumentos para justificar la opresión a un pueblo sometido virtualmente al hambre, para defender un gobierno aferrado al poder en abierta complicidad con un poder judicial cooptado en su autonomía y mucho menos razonamientos tendientes a legitimar la absurda consideración según la cual: las ideas (en este caso las del fallido proyecto chavista) están por encima de la integridad de los seres humanos.
Con las recientes sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y su posterior retractación se concluyen dos cosas: Se cayó el telón de una evidente ruptura constitucional en un “autogolpe” que recordó el propiciado por Jorge Serrano en Guatemala en 1992 y que le costó la presidencia. También quedó en evidencia que la presión internacional sí puede poner contra las cuerdas a un Maduro imbuido por el autoritarismo y la paranoia. Sin embargo, con la notificación de la Contraloría General de la República que busca cerrarle el paso al líder opositor Henrique Capriles al inhabilitarlo para ejercer cargos públicos por 15 años la polarización se va a profundizar. El ideal de un Estado de derecho sólido responde a un diseño institucional respetuoso de la división de poderes en un equilibrado sistema de pesos y contrapesos; en el gobierno de Maduro la autonomía que tienen las ramas del poder público ha quedado en entredicho ante el autoritarismo del ejecutivo en lo que se puede calificar a rajatabla como un hiperpresidencialismo.
Sin lugar a dudas el chavismo ya es historia y el proyecto social más importante que se vivió en latinoamérica iniciando el siglo XXI ha terminado como un estruendoso fracaso. No se sabe con claridad que pueda pasar en Venezuela porque Chávez logró construir un modelo sustentando en tres ejes que en parte continúan vigentes: Un maridaje con la estructura militar, un amplio respaldo popular y sendas mayorías parlamentarias. Maduro solo cuenta con el apoyo de una estructura militar sin la cual hace rato hubiera sido depuesto. Sin embargo, el respaldo popular y las mayorías legislativas que le legaron Chávez ya son mínimas. En las últimas elecciones legislativas se comprobó que la base social del chavismo se encuentra muy reducida pues la oposición llegó y convenció a sectores donde antes no había tenido cabida. Maduro no tiene más salida que terminar su periodo como un mandatario impopular, desprestigiado y sin posibilidad de establecer una fuerza de continuidad. Con seguridad va a terminar porque el soporte en la estructura militar que le heredó Chávez no permitirá que sea derrocado.
Ni Chomsky se hubiera alcanzado a imaginar en sus tiempos de amistad con Chávez que el chavismo llegaría a tal nivel de destrucción. Es una vergüenza que los intelectuales latinoamericanos de “izquierda” guarden silencio ante la podredumbre del “Socialismo del siglo XXI”, la ruptura con un orden constitucional y la decadencia de la democracia en detrimento del autoritarismo. Ese silencio cobarde es el cómplice más peligroso de la injusticia.
