Decíamos ayer que lo de Venezuela es un robo a la mayor escala nunca conocido. Calcule, lector querido, cuánto montan tres y medio millones de barriles de petróleo a un precio de cien dólares por unidad. Le dará, como a nosotros y como a todos, trescientos cincuenta millones de dólares por día. Pues se los robaron todos. Los llamados boliburgueses, los militares corruptos, con el inefable General Padrino a la cabeza, y por supuesto los que dirigen la operación desde Venezuela, Diosdado Cabello con su gentuza y allá desde Cuba, sin que se note tanto, pero con plena eficacia, los hermanos Castro y sucesores, hicieron mesa limpia.
El nacimiento de ese monstruo tiene exactamente 20 años de ocurrido. Los venezolanos, hastiados de una mala política, decidieron hacerla peor, eligiendo un militar mediocre y ambicioso, comunista hasta los tuétanos como su presidente. Ahí comienza la tragedia que hoy termina y que los comunistas disfrazados de oveja, como la señora Mogherini desde Europa, quieren sostener a toda costa. Rusia y China van por lo suyo, que es su plata, y si de paso le crean problemas adicionales a los Estados Unidos, tanto mejor.
Pero no se levanta una voz para justificar el régimen, para defender aquel gobierno maldito o mostrar alguna, una sola, de sus proezas y ejecutorias. A eso nadie se atreve. El Gobierno venezolano de Maduro es insostenible, indefensable, injustificable. Pero no importa. Maduro no se puede caer, porque se cae encima de los comunistas impenitentes. Porque arrastra en su caída a sus queridos cubanos, nicaragüenses, salvadoreños y eso es inaceptable. El comunismo, que se cayó con el Muro de Berlín, quiere sobrevivir con estas aventuras de América. Mientras más lejos mejor, dirá la Mogherini y dirán los noruegos y los socialistas europeos, que ya no se atreven a decirse comunistas. Pero no se pueden caer los vestigios del comunismo.
Este sábado último el pueblo venezolano salió a la calle. Ese pueblo que no necesita el afeite grotesco de la televisión de Venezuela para simular multitudes cuando solo quedan escombros. Ese pueblo que ya padeció bastante. Ese pueblo, que se sabe rico por obra de Dios y miserable por la mano comunista. Ese pueblo donde los niños tienen retraso mental por desnutrición crónica y los ancianos se mueren en el abandono y el olvido. Ese pueblo que buscaba comida en la basura, mientras había basura. Ese pueblo, que se sabe riquísimo en petróleo, las mayores reservas probadas del mundo, en oro, en hierro, en bauxita, en uranio, en coltán, en cuanto mineral Dios puso bajo la epidermis de la tierra, y que no tiene nada. Ni siquiera el derecho a la protesta. Ese pueblo al que se le roban los niños de las casas y los colegios, para ponerlos de escudo a los tiranos. Ese pueblo que se sabe condenado a vivir entre mentiras, mientras el corazón y el estómago vacío no se cansan de decirle la verdad. Ese pueblo está en la calle, porque prefiere que lo maten al aire libre y no morir de inanición y de amargura entre las cuatro paredes de su casa.
Ninguno de nosotros hace lo suficiente para rescatar a Venezuela
de su tragedia. Nos da miedo.
Nos paralizan las amenazas de los herederos del Muro de Berlín
Los Estados Unidos, los pueblos de América, los de Europa, que se pronuncian por Guaidó, pero se dejan llevar mansos al redil de la Moguerini, los de Australia e Israel, lo que cuenta en el mundo libre, están contra Maduro. Pero no hacen lo suficiente para que la pesadilla termine.
Cada día que pasa es una tragedia. Cada día de despilfarro y de locura costará muchos para restablecer el orden y poner proa al desarrollo. Eso lo sabe cualquiera. Pero estos corruptos de Europa, con la Mogherini a la cabeza, China, Rusia y Turquía, siguen en su negocio. Todos quieren a Venezuela para enriquecerse y para hacer política barata. Y cuando saben que Venezuela no tiene solución, y que Maduro no tiene futuro, quieren comprar tiempo para su propia demagogia y sus intereses canallas.
Todos somos Venezuela. Y ninguno de nosotros hace lo suficiente para rescatarla de su tragedia. Nos da miedo. Nos paralizan las amenazas de los herederos del Muro de Berlín. Nos comemos el cuento de la invasión extranjera condenable, cuando sabemos que Venezuela está invadida hace 20 años por Cuba y sus cómplices comunistas. Nos afecta la historia del país soberano, cuando Venezuela es el único país de América del Sur que no maneja sus destinos.
El pueblo volvió a la calle, acosado por la injusticia, mordido por el hambre. Pero Maduro usa sus bandidos en armas, mientras el Ejército, corrompido en la cúpula, carece de norte y de valor. ¡El Ejército libertador de América, muerto de miedo de un puñado de bandidos!
Es ahora o nunca. Y no es a Maduro al que hay que tumbar. Es a toda la canalla usurpadora, ladrona, depredadora que maneja a ese miserable títere.