El contexto
Al mejor estilo de Abu Bakr al-Baghdadi, Guaidó se autoproclamó califa de la nación bolivariana. Apoyado o enviado por estados con probadas prácticas asesinas (EE. UU., Colombia, Chile, Perú, Argentina, Brasil, España, Inglaterra, Francia, entre otros), Guaidó informó al mundo la instauración de un califato que derogaría el gobierno de Nicolás Maduro. En simultáneo, los presidentes de Estados Unidos, Colombia, Argentina, Brasil, Chile, y algunos de la Unión Europea reconocieron al califa de América como “legítimo presidente”. Lo hicieron también como una estrategia para contener la repulsión popular que estos mandatarios reciben en sus propios países, resultado de su criminal y mediocre gestión. En los países árabes, la emergencia de ISIS obedeció a conflictos mal resueltos, la intromisión de países colonialistas y el resquebrajamiento de gobiernos títeres de las potencias petroleras y a la alianza entre grupos con marcada tendencia a la violencia.
Los móviles
Como el Estado Islámico, el intento golpista en Venezuela está movido por una derecha ansiosa del poder político que le permita volver al estado corrupto y rentista que les financie sus privilegios, excesos y complejos. Este móvil empata perfectamente con el más importante: la recuperación del control colonial por parte de Estados Unidos de la mayor economía petro-gasífera del mundo y un jugoso arco minero de oro, coltán, hierro, litio, entre otros. No olvidemos que la derecha venezolana no ha producido ni media cuartilla de texto donde exprese un plan social sólido en un hipotético gobierno suyo; de la misma forma que el Estado Islámico no fue capaz de responder al bienestar social de las poblaciones que decía controlar, sino que se apoderó de las refinerías y rutas del petróleo, que comercializó con Turquía, Estados Unidos y demás países amigos del terrorismo.
El método
De cómo el “califato de Guaidó” desea hacerse con el poder, refleja interesantes afinidades con las estrategias de ISIS sobre los gobiernos y ciudadanos de Irak, Siria y Libia. La oposición venezolana aplica acciones de brutalidad social, crímenes de odio y alteración de la tranquilidad urbana con actos de terror mediante ataque a instalaciones de asistencia social, médica y escolar. El Estado Islámico decapita; la derecha venezolana quema vivos a ciudadanos asociados al chavismo, como ocurrió en las pasadas guarimbas de 2017.
Otra táctica común entre Estado Islámico y el califato de Guaidó es la eficiente adhesión pública entre bloques criminales (contra Venezuela el Grupo de Lima, OEA, UE), amplificadas por una solidaria plataforma de empresas mediáticas y agentes de propaganda negra y fake news. Esta táctica combina un aparente respaldo diplomático global con la fabricación sistemática del miedo y el odio, bajo una descomunal campaña desinformativa replicada por usuarios igualmente desinformados en las redes sociales.
Los alcances de las tácticas mencionadas apuntan a que en Venezuela se destruya la confianza y cohesión ciudadana, bloqueo al suministro de alimentos y medicinas, saboteo a la prestación de servicios públicos, el desmantelamiento del flujo financiero y cambiario para ahogar el valor de la moneda nacional, entre otros. Sobre-excitar la atención sobre Venezuela, también les ha permitido a los gobiernos cómplices copar la agenda periodística de cada país para beneficiarse de invisibilidad de sus propios problemas nacionales; sin olvidar que el autodenominado Grupo de Lima no es más que un cartel liderado por expresidentes nefastos, fracasados y repudiados en sus propios países, y que ahora quieren hacerse un lavado de imagen.
Los fundamentos
Tanto el califato del Estado Islámico como el que pretende implantar Estados Unidos a través de Guaidó en Venezuela, se basan en un fundamentalismo religioso (da igual si es juedo-cristiano o islamista), que interpreta a su manera –y de forma perversa y relativista- los valores de la vida, la libertad, la dignidad humana y el amor al prójimo, bajo un edulcorado lenguaje de odio. Otro fundamento es un burdo dogmatismo ideológico que trastoca el concepto de democracia con experimentos de ficción política autoproclamando un estado paralelo-interino para usurpar procesos de elección popular previos y un orden jurídico establecido. El tercer fundamento es el seudointernacionalismo. Sin embargo, privilegiar la acción de aliados externos para generar cambios domésticos, devela en el califato de Guaidó como en ISIS, un déficit de autonomía de sus proyectos.
Conclusión
Al margen de cuál sea el desenlace para el Estado Islámico o para el pretendido califato de Guaidó, estos dos fenómenos alertan de como el derecho internacional, los ordenamientos jurídicos nacionales y la moral política de lo que llamábamos democracia, están amenazados por ficciones del terrorismo, con suficientes actores, defensores y promotores.