El líder opositor venezolano Leopoldo López viene convirtiéndose en un héroe de la democracia latinoamericana. De eso que no le quepa duda a nadie, ni siquiera al ‘culipronto’ de Maradona, ni a los fanáticos que simpatizan con el oprobioso régimen de Miraflores.
Pero, ¿no será que el dirigente de Voluntad Popular se metió en la boca del lobo y apostó demasiado fuerte al entregarse a un aparato judicial que, como el venezolano, no ofrece ninguna garantía?
Sea lo primero decir que López está en prisión a pesar de que no ha cometido delito alguno. Está detenido, y eso lo sabe el mundo entero, porque al disparatado de Nicolás Maduro (el mismo que convirtió a los cuervos en animales mamíferos: “te sacarán los ojos esos cuervos que tú amamantas”) le dio por encarcelar a todo el que huela a oposición.
Algunos países del mundo democrático, empezando por Estados Unidos, han reclamado la libertad inmediata de López. Pero eso a Maduro poco le importa. Para el dictador venezolano lo que se diga en el exterior sobre su “gobierno”, no existe. Por el contrario, esas críticas lo fortalecen porque, desde su nimia visión, todo es una “conspiración para dividir Latinoamérica”. De esas mañas ha recibido un curso intensivo de los hermanos Castro.
Claro está que la mentalidad de Maduro no da para más: que Estados Unidos es el culpable de la desestabilización de su país, que el expresidente Álvaro Uribe está detrás de las multitudinarias manifestaciones en su contra, que el presidente Juan Manuel Santos no es nadie para invitarlo al diálogo con la oposición ni para pedir que a los colombianos que viven en el vecino país no se les maltrate.
Si López sale de la cárcel seguramente será presidente de Venezuela en el futuro. Es bastante probable que a eso le esté apostando desde el momento mismo en que se le entregó al enemigo, una virtud de ajedrecista que habrá que empezar a reconocer en él.
Pero, ¿y si no sale? Me explico: si pasa el tiempo y sigue en prisión… ¡Qué tal que nos salgan un día de estos con que López apareció colgado en su celda, o que lo mató un arma disparada accidentalmente por un guardia, o que falleció en un lamentable intento de fuga, o que lo mató una fiebre o un rayo! (remember ‘El Padrino I’). Todo eso es posible en las dictaduras.
¡Seguramente algún lector no cree esto posible! Para muestra varios botones: ¿qué se hizo, desconfiado lector, el Walid Makled, el confeso narco que en 2011 fue enviado a Caracas desde Bogotá y que decía saber todos los secretos mafiosos del régimen de Hugo Chávez? Los entendidos le llaman “la esfinge venezolana” para aludir al curioso silencio que lo embarga desde que está recluido en las mazmorras venezolanas. Falta ver si una que otra cosquilla lo tendrá así…
¿Qué se hizo el general Raúl Isaías Baduel, el otrora amigo de Chávez, el mismo que en 2002 encabezó la operación cívico-militar que restituyó en el poder a Chávez, y quien fuera su ministro de Defensa, caído en desgracia cuando empezó a criticar las locuras del “padre” de Maduro? No debe estar lejos de Makled.
¿En qué anda Alejandro Peña Esclusa, aquel que fue candidato a la Presidencia de Venezuela? Desde cuando se convirtió en crítico de Chávez su vida se convirtió en una tragedia. Fue encarcelado bajo cargos de terrorismo. Cuando la dictadura lo tuvo ablandado física y psicológicamente, le permitió salir de prisión para que se tratara el cáncer que lo aqueja. Para volver a la libertad, eso sí, le impusieron una serie de condiciones, entre ellas una bien complicada para un político: no volver a hablar públicamente.
Así las cosas, el futuro de López no es muy claro. La mejor evidencia es que llegó a prisión de la mano del siniestro Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y su enemigo número uno. (Hay quienes dicen que es más malo Cabello que Maduro. ¡Eso ya es mucho decir!).
En Venezuela no hay libertades ni separación de poderes. Todo se maneja al mejor estilo de la antigua Unión Soviética o, en tiempos recientes, como en Cuba o Corea del Norte: no se mueve la hoja de un árbol sin la autorización del dueño del régimen.
Ahora bien: ¿qué puede hacer la comunidad internacional para ayudar a superar esta crisis que vive Venezuela? Me temo que muy poco. Los gobiernos de la región se quejan, pero pasito, bregando a que no los escuchen en Caracas; Unasur, por su parte, es creación del chavismo: ahí no hay nada; la ONU, de su lado, hace esfuerzos diarios por demostrar que es la institución política más tullida del planeta Tierra, y la OEA le tiene miedo a Maduro, quien, al igual Chávez en su momento, no le come cuento a nada ni a nadie. Para eso —piensa él— tiene petróleo. A aquel país de la región que intente meterse con él se le cierra la llave y asunto concluido.
Es muy probable que la única vez que la OEA se metió con el gobierno de Caracas fue en 2011. En esa oportunidad, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó devolverle los derechos políticos precisamente a Leopoldo López. De inmediato apareció la airada respuesta de Chávez, quien no dudó en afirmar que “un corte de cabello vale más que esa corte”.
Esperemos, pues, que sea el esfuerzo de un hombre encadenado el que revierta la humillante postración de Venezuela, ya que no se puede contar con nadie más.