El delirio de Nicolás Maduro no tiene límites. Es difícil digerirlo, pero quién iba a creer que actualmente hasta añoramos los tiempos de Hugo Chávez (q.e.p.d.), quien a pesar de que no era el político más cuerdo del mundo, al menos tenía cierto nivel de respeto por sus contradictores.
Maduro, en cambio, cada día está más enloquecido con el poder al punto de que el fin de semana pasado les prohibió a los expresidentes Andrés Pastrana (Colombia) y Sebastián Piñera (Chile) el ingreso al penal de Ramo Verde, en Caracas, donde se encuentran recluidos cantidad de prisioneros políticos, entre ellos el más importante de todos: Leopoldo López Mendoza, quien está próximo a ajustar un año detenido pese a la lucha incansable por su libertad de su esposa Lilian Tintori.
Pastrana y Piñera estaban casi seguros de que el régimen de Miraflores les iba a permitir reunirse con López y sus compañeros de desgracia para "hablar de democracia", según las propias palabras de nuestro exgobernante.
Pero no fue así.
Como Maduro tiene claro que casi todos los gobiernos latinoamericanos le tienen pavor, no se mide en gastos y hasta se atrevió a decirles a Pastrana, a Piñera y a Felipe Calderón (ex jefe de estado mexicano) que no tenían por qué meter "sus narices nauseabundas" en los asuntos internos venezolanos y que habían viajado a su país financiados por organizaciones delincuenciales (Qué bueno que la Cancillería colombiana, con toda la diplomacia y el tacto del caso, hubiese elevado al menos una voz de protesta por el maltrato sufrido por un expresidente (1998-2002) que en su momento fue elegido por los colombianos y, por fortuna, de forma democrática).
Con razón Pastrana, el domingo pasado, y en la entrada de Ramo Verde, les dijo a los reporteros que si eso les sucedía a dos expresidentes, qué sería de los pobres venezolanos del común.
Y es que Maduro y sus secuaces, a la hora de perseguir a sus enemigos, no se detienen. Apresó a Leopoldo López y a cuanto gobernador y alcalde se han atrevido a criticarlo. Ahora tiene en la mira a la valiente y bella María Corina Machado, quien seguramente terminará en la cárcel. Todos han "cometido" delitos como querer atentar contra la vida del presidente venezolano o haber participado en "actos terroristas" para tratar de tumbar al gobierno "democrático" venezolano.
Mientras eso sucede con López y compañía, Venezuela se va por un despeñadero. El país enfrenta una crisis económica con una inflación que en 2014 superó el 64 % —la mayor tasa de la región—, problemas severos de escasez de alimentos y de productos básicos y una recesión económica de 2,8 % (Lo anterior sin contar con los actuales precios mundiales del petróleo, que desde hace rato andan cuesta abajo para un país que, como Venezuela, prácticamente solo vive del preciado crudo).
Pero según Maduro todo es culpa de sus opositores locales y de sus "enemigos" en el exterior, como Estados Unidos y el expresidente Álvaro Uribe, quien como si tuviera la facultad paranormal de la ubicuidad, sería capaz al mismo tiempo de estar en todo lado, y a la vez moviendo sus fichas para tumbar el régimen de Caracas.
A Uribe, por ejemplo, Maduro lo acusó de estar detrás del asesinato del joven diputado Robert Serra, el 1 de octubre del año pasado. Para acusar a Uribe, el mandatario venezolano recurrió a espejismos como que si los asesinos de Serra fueron paramilitares colombianos y al presidente entre 2002 y 2010 sus malquerientes lo relacionan con esas bandas de ultraderecha, entonces debe responder por la muerte de Serra.
En materia de derechos humanos Venezuela tampoco es el faro que mas alumbra; por el contrario, en esos menesteres se parece mucho a la Cuba de los hermanos Castro: ningún venezolano puede desdecir en público del régimen so pena de ir a la cárcel o de que sus familiares no vuelvan a tener noticias suyas o de que sean tratados como locos y locas —según palabras de Maduro— y terminen en un manicomio.
Los pocos presos políticos que en Venezuela han conseguido la libertad han tenido que renunciar a sus ideales. Para muestra dos botones: Iván Simonovis y Alejandro Peña Esclusa, quienes pudieron volver a sus casas con la advertencia de que no podían dar entrevistas a medios de comunicación ni participar en manifestaciones públicas ni mucho menos utilizar las redes sociales. Ambos fueron ablandados en la cárcel, donde enfermaron física y mentalmente.
¿Y de la comunidad internacional qué? Bien, gracias. Ni siquiera Estados Unidos se mete con Maduro. Lo más que ha hecho la Casa Blanca contra la dictadura venezolana es incluir a algunos de sus miembros en unas listas negras por violación a los derechos humanos o por haberse enriquecido ilícitamente con los dineros de los venezolanos. Atrás quedaron los tiempos en que Washington metía miedo y era una especie de policía del mundo. Eso Maduro lo sabe.
PD. En lo que quedó el restaurante La Huertana en Subachoque: clientes ofuscados esperando hora y media por un cuchuco; platos y trebejos sucios no recogidos de la mesa; no hay capitán de meseros que coordine la recepción, el comedor, la cocina; meseros nerviosos (y mal pagos, por cierto) que sonríen achantados al público impaciente. Los niños tienen donde jugar, eso sí, pero: ¿cómo es posible que no tengan cambiador de pañales y que una madre (o padre) tenga que limpiar a un bebé en las sillas del propio restaurante porque no tiene más remedio? La frase más escuchada este domingo: "¡Ni se le ocurra incluir la propina!". Qué pésima administración la de ese restaurante y qué tristeza haber perdido el domingo por allá.