Hace unos meses, Salvatore Garau vendió una obra que tituló Yo soy —y que consiste en que no es nada… sí, nada es nada, es invisible— en cerca de 15.000 euros. Ahora lo llaman arte inmaterial. De hecho, el artista italiano dijo “no he vendido un nada, he vendido un vacío”. Pues ha vendido lo mismo.
Los que saben de arte y saben apreciarlo —para apreciar el arte hay que verlo y por eso se dice que “ver para creer”— consideran ese arte toda una estupidez. Con la misma razón de decepción, Juan Carlos Botero, en su columna de El Espectador del pasado viernes (La cima del fraude en el arte), dijo: “El único campo donde se premia tanta trampa es en las artes plásticas. Esta estafa, donde el embuste se considera magistral, solo triunfa en el mundo del arte”. Pero no solo en el arte se premia la mediocridad y… la nada.
Hace poco leí que un muchacho al que llaman La Liendra, que señalan como influencer, había dicho que “estudiar no es la única forma de salir adelante, que había otras formas” y que "no iba a perder el tiempo estudiando para que luego le pagaran bien mal”. Bueno, pues cada uno tiene su modo de matar piojos… o liendras; es decir, de progresar.
Si alguien decide progresar estudiando para tal cual profesión, que implica ir hasta la universidad y demostrar que es el mejor o uno de los mejores en esa profesión que escogió, sin duda se le abrirán muchas puertas y le pagarán muy bien. Demostrará que no perdió el tiempo. Pero si es de esos estudiantes mediocres, que se les cae un piso así hayan estudiado ingeniería civil, pues sí perdieron el tiempo y nadie estará dispuesto a usar sus servicios o le pagarán muy mal. Claro, siempre hay que exigir que se paguen mejores salarios a los profesionales y valoren su trabajo, y eso es otro cuento.
Tiene razón este muchacho que llaman influencer en que estudiar no es la única forma de salir adelante, pues conocemos casos de personas que pusieron un modesto puesto de arepas en una esquina y después, con todo el tesón que le pusieron al negocio, abrieron su propio local y mejoraron su calidad de vida. Claro que sí, hay tipos de ideas, de negocios, los que ahora llaman “emprendimiento”, que no se requiere ir a la universidad, ni siquiera tener el cartón de bachiller, para desarrollarlos. Más que un cartón se requiere otras aptitudes (talento para hacer algo) y actitudes (forma como se enfrentan los retos) para dedicar la vida a algo que no implique ir necesariamente a la universidad. Porque sí alguien quiere ser médico, abogado, bacteriólogo, y ojalá de los mejores, sí va a tener que hacer el esfuerzo de demostrar su talento en el escenario universitario.
La gente aplaudirá, con razón, que este muchacho La Liendra haya encontrado un camino para salir de la pobreza y, por supuesto, haya gente dispuesta a seguirlo para lograrlo, ufanándose ahora de su vida de millonario… de la nada. Porque realmente este tipo de influencers no hacen algo que realmente tenga valor, pueda perdurar en el tiempo y cobrar más valor para la sociedad, incluso, más allá del dinero.
Da Vinci nos dejó La Mona Lisa. Albert Einstein nos dejó la teoría de la relatividad. García Márquez nos dejó Cien años de soledad. Steve Jobs nos dejó los teléfonos inteligentes. ¿Qué nos pueden dejar los influencers? Y eso que estoy cometiendo una atrocidad, un pecado, confrontando personas que sí dejaron (dejarán) algo importante para la sociedad, en comparación con los tales influencers. Pues los tales influencers dejarán… ¡nada! Ellos venden nada, un vacío, que es lo mismo, y solo requieren que haya personas que se crean el cuento que están en serio haciendo algo “valioso”.
Le hallo razón a Juan Carlos Botero cuando en su columna de opinión hablaba de Salvatore Garau.: “Que alguien reciba semejante cifra sin esforzarse, sin trabajar, sin ofrecer nada y proclamando que es 'un vacío único' es una burla inadmisible”. Pero lo mismo se puede predicar de este tipo de influencer, como La Liendra.