En una Medellín primaveral, la voz en la radio hace unas cuentas alegres sobre la ciudad, como la ciudad misma.
En resumidas cuentas, somos lo máximo y en cierta medida es extraño: hemos pasado toda la mañana escuchando denuncias de un montón de problemas desde la misma cadena y sus subsidiarias, Caracol, Radioactiva, La W, etcétera. Qué pasa, por qué tan sesgada esta información, ahora al mediodía, tan falta de equilibrio, dirían en las facultades de periodismo.
Se trata de una suerte de jefe de redacción que se encarga de recibir el cambio desde Medellín cuando nos desenlazamos con Bogotá. Lleva más de media hora celebrando unas estadísticas, (más contento que el alcalde mismo). Luego toca un poco de temas a un nivel más departamental y se derrama en elogios todavía más eufóricos. No hay una sola información a la cual montar en la balanza de lo real.
También, nos hemos pasado toda la mañana leyendo un buena suerte de medios independientes en internet, tratando de elevar una voz de alarma: Medellín está secuestrado.
Y es que lo está. No es un secreto y no es nada nuevo tampoco. Hablamos de una ciudadanía arrinconada, sin libertades abiertas. Vacunas, extorsiones y un establecimiento clandestino del orden, más fuerte que el de el mismo Estado, se hacen especialmente expresas al comienzo del año donde, la verdad sea dicha, todo el mundo anda pelao´.
Los asaltos andan a la orden del día. Los pillos también necesitan comer y no hay plata en las calles para pagarle a las convivir del 2015, como quieran que se llamen ahora. Niños de 5 años se suben a los buses para vender dulces (¿alguien sabe para qué han servido tantos años de ´gobiernos sociales´?).
Los únicos que madrugaron a buscar refugio de este aguacero económico, han sido los trabajadores públicos, quienes previendo un año lleno de ley de garantías ya estaban muy juiciosos en sus escritorios esperando para firmar el contrato (no vaya a ser que se deje todo para última hora, como siempre).
Entonces a la luz de este contexto, no tan mediático, me permito quejarme vehemente por el comportamiento de una vendedora del GANA de la Cr. Córdoba #50-79, el día 11 de febrero de 2015 a las 3 y 27 pm, la cual se dignó a zanjar un malentendido amenazándome con un cuchillo como cliente.
El hecho se registró después de haberle exigido un mínimo de atención y respeto en el servicio que le había solicitado: simplemente recargar mis minutos. (Ella charlaba jocosamente con un grupo de trabajadores de la calle, cuidanderos de carros, estibadores y cosas por el estilo, en medio de su turno laboral).
Al negarse a lo anterior, me dispuse a pedirle el nombre a esta señorita, quien no tuvo otra respuesta que sacar un cuchillo y ponérmelo al frente, amenazándome y ordenándome que me alejara del espacio público circundante. Ante el silencio de la Beneficencia de Antioquia y de GANA luego de mis respectivas quejas, me dispuse entonces a escribir las presentes letras.
He aquí algunas de mis preguntas formuladas en las quejas. Creo que ellas hablan por sí mismas:
Varias preguntas:
1. ¿por qué un funcionario de GANA se da el lujo de trabajar con un arma en los cajones de su escritorio?
2. ¿Es esta la forma de dirimir las desaveniencias con los clientes?
3. ¿qué pasó con el excelente servicio al cliente de GANA en sus primeros años?
4. ¿Con qué criterios de selección se está escogiendo al personal de GANA?
5. ¿Saben las directivas de la forma de resolver los conflictos en GANA, por parte de sus empleados?
6. ¿Es esta la clase personas que usa GANA para tratar a sus públicos externos?
7. ¿qué clase de personas se están apoderando de la ciudad para prestar un servicio público?
Carta con copia a los medios de comunicación y a la Beneficiencia de Antioquia y demás organismos correspondientes.
