El objetivo de los dos punteros y el de sus equipos siempre fue llevar a los electores a la polarización y a la fractura. Así lo reconocieron en entrevistas y sus estrategias y actuaciones siempre apuntaron allá. Cualquier paso adelante del uribismo era un empujón certero a Petro y al antiuribismo, así como todo avance del exalcalde de Bogotá fortalecía las huestes de la derecha y del antipetrismo. El miedo (no podemos dejar que el país llegue a…) y la necesidad (hay que parar a X cueste lo que cueste) siempre fueron herramientas para fortalecer la posición propia y para llevar la discusión a los extremos.
Los resultados del 27 de mayo le dieron paso a la segunda vuelta a los dos extremos, pero demostraron también con mucha claridad que existe un nuevo centro. Un centro que no recurre ni a la manipulación populista ni al miedo y con un proyecto de país que se construye alrededor de la educación, el talento y las oportunidades. Con más de 4.5 millones de votos ese centro, liderado por la Coalición Colombia, se movió con la esperanza como combustible y demostró que es posible hacer una campaña con altura, sin manipulaciones, con propuestas coherentes y consistentes (que no desaparecen convenientemente cuando ya no sirven) y sin agresividad ni violencia.
Para algunos, no obstante, el nuevo centro perdió su oportunidad ese último domingo de mayo cuando las mayorías decidieron lanzarnos como país a una de las dos esquinas restantes. Para evitar la intrascendencia, para rehuir el ostracismo o para alinearse al nuevo país, los votantes de la Coalición Colombia y todos los que perdieron ese 27 de mayo, debían buscar espacio en los bandos sobrevivientes. “Hasta acá les llegó la tibieza” parecían gritar desde las barras bravas que se alistaban ya para la gran final.
Petro y los petristas tienen un trecho grande que recorrer si quieren recuperar los 2.7 millones de votos que Duque/Uribe les tomó en primera. La estrategia para hacerlo ha sido una mezcla de señalamientos, descalificación y algo de seducción. El voto en blanco, expresión legítima de cualquier democracia, fue el primer objetivo. Neutralidad, inutilidad, complicidad y apoyo soterrado son algunas de las sentencias lanzadas a quienes anunciamos que no votaríamos por ninguno de los candidatos finalistas. “Un voto en blanco es un voto por Duque”, estribillo repetido por buena parte de la Colombia Humana, no solo es un sofisma, es también el recurso desesperado de quien va de segundo. Un voto en blanco es un voto en blanco. No me cabe duda alguna, como tampoco de que, si quien estuviera al frente después de primera vuelta fuera Gustavo Petro, de ese campo saldrían muy sesudos y aterrizados análisis del voto en blanco y de su valor democrático y político y los ataques del uribismo, (estratégicamente silenciosos por estos días) por ser cómplices de la llegada del castrochavismo, serían tanto o más agresivos e injustos. El ataque al voto en blanco es situacional y coyuntural. Ya en el 2010, con la habilidad de siempre, Petro sustentó su derecho a no elegir entre los finalistas Mockus y Santos como una apuesta de futuro. El corolario a este primer axioma falaz es responsabilizar a quienes votaremos en blanco de ser cómplices de todos los delitos cometidos y de toda la mermelada esparcida durante los 8 años del Gobierno de Uribe. “El voto en blanco es criminal y clientelista!” gritan algunos. Agresivos, simplistas y poco estratégicos. Muchos de los implacables señaladores de hoy votaron en el 2014 por el que fue el ministro de Defensa de los falsos positivos y por el alimentador de la voraz Unidad Nacional sin mucho reparo. Crítica de coyuntura y necesidad.
En el 2010, con la habilidad de siempre, Petro sustentó su derecho
a no elegir entre los finalistas Mockus y Santos
como una apuesta de futuro
Aunque Petro ha dicho que el voto en blanco es una autoderrota (?) se ha cuidado de no estigmatizar ni señalar a los votantes de centro desde el 27 de mayo. Fajardo pasó de ser candidato del GEA (otro neoliberal más) a socio invitado para el cogobierno. La firma en mármol de los 12 compromisos constitucionales en compañía de Claudia López y Antanas Mockus demuestra que Petro tiene claro que no es polarizando como puede acercarse a los votantes del centro, pero no dice mucho más que eso. La búsqueda de una constituyente pasó de ser el primer acto de Gobierno a estar prohibida en el nuevo programa de las Tablas y el inminente fraude electoral que se avecinaba ya no es tal, porque ahora el candidato sí está dispuesto a reconocer los resultados, incluso los adversos. Un nuevo demócrata.
Por el lado de Duque, a una campaña ya plagada de políticos tradicionales, clanes investigados, jefes de debate ad portas de condenas y la caverna Ordóñez/Vivian, se le sumó el enterrador del Partido Liberal y algunos otros “zombies” de la vieja escuela en plan lagarto. El candidato se ha dedicado a tocar guitarra, bailar salsa, huirle al debate y a asustar con la inminencia del castrochavismo y la expropiación.
El voto en blanco no es la salida fácil. Fácil es montarse a uno de los dos buses finalistas por la posibilidad de ganar. Fácil también caer preso del fervor y el odio de los que votan en contra. Para muchos no es un programa de país o un proyecto de sociedad lo que los mueve, sino la obsesión incontrolable de no dejar llegar al “ otro coco” al poder. Claro que no es igual Petro que Duque; también las razones para no votar por el uno y por el otro son distintas, sustentadas y válidas. Una segunda vuelta no es el fin del análisis y la exigencia.
Quienes votaremos en blanco este domingo reivindicamos nuestro derecho a participar sin darle nuestro voto a ninguno de los candidatos del tarjetón. Ejerceremos, en palabras de Hernando Gómez Buendía, nuestra desilusión activa y nos permitiremos hacer control político y social a cualquiera de los dos proyectos que salga elegido. No colaboramos, ni consentimos, ni aprobamos. Respetamos a los electores conscientes de cada lado y reclamamos el mismo respeto.
Finalmente, y ante la sorpresa que me causa el llamado de algunos “demócratas” a quedarnos callados si vamos a votar en blanco, simplemente digo: anunciar y sustentar el voto es un derecho y, en muchos casos, una responsabilidad. Las personas con quienes hacemos política son autónomas, libres y capaces de tomar sus propias decisiones. Si las quieren en sus campos un debate con altura es el camino. Si el reto es vencer ya terminaron, si lo que quieren es convencer, apenas están empezando.