Se ha ido un año y por tanto cada ser humano, todos, todos, nos acercamos algo más a ese período en que la senectud es o será nuestra realidad.
La tía, abuela, solo tenía yogur en su refrigerador. Vivió sus 92 años “a su manera”, sola, sin compañía alguna en su apartamento del Bosque Izquierdo en Bogotá. Tanto que luego de no contestar teléfono por varios días, entramos a su apartamento temiendo lo peor, para encontrarla feliz y sonriente sentada en su poltrona frente al televisor. No tuvo discapacidad y conservó su lucidez mental hasta último minuto. Mi madre siguió su ejemplo.
Ya no es tan frecuente encontrar adultos mayores con tanta capacidad física, mental y espiritual, –me refiero con este “espiritual” al tesón para hacer las cosas como su voluntad les indica y siguiendo los lineamientos que han regido su vida, logrando que los demás se los respeten-. Es demasiado habitual el viejo enclaustrado, rodeado de cuidadores, familiares o no, visto como un incapaz, al que se le prohíben actividades que lo hacen feliz, todo por el temor de sus familiares.
O lo que es peor, el anciano que por lógica tiene dificultad para moverse, y que quienes lo rodean creen que está igualmente incapacitado en su mente. Me contaron de esta otra tía que en plena capacidad intelectual recibe regaños frecuentes, el trato de un infante, como si no tuviera consciencia de sus actos, y que luego de ser mujer prestante, algunos de sus cuidadores externos se dirigen a ella con una “familiaridad” que no respeta en nada lo que fue en su vida.
Como médico fisiatra me llama poderosamente la atención la asociación que se hace de un lenguaje lento, de una pronunciación difícil, de un volumen bajo en la voz, con discapacidad mental. Sucede que estas características, en la persona que ha tenido por ejemplo una lesión cerebral, llevan a asumir de inmediato su falta de capacidad para tener pensamientos ágiles, coherentes y negar su voluntad para expresar su interior, en medio de la dificultad de articular el lenguaje. Falsa y terrible asunción. Peor la ausencia de paciencia para quedarnos escuchándolo y realizando una comunicación bidireccional.
La privacidad en lo más íntimo, la deposición o el orinar, además de la exposición de la piel que en otros momentos la persona quisiera cubierta, requiere absoluto respeto. Violarla es violar al ser humano. Lo digo por lo que vemos en los hogares, (e increíble pero aún en hospitales), donde se va dejando desnuda a la persona sin consideración o donde no se cierra la puerta del baño. Ya no es solo el cuidador quien la ve, sino cualquiera que pase por allí. Esto también debe darse en la persona con discapacidad mental severa, asumir que no se da cuenta es otra violación.
En los hogares, (e increíble pero aún en hospitales),
se va dejando desnuda a la persona sin consideración
o no se cierra la puerta del baño
Recordemos cuando alguien ha asumido qué es lo mejor para nosotros, cuando pasamos por un período de fragilidad, sin consultarnos. Lo que esto nos produce emocionalmente es un tsunami que arrasa con un pedazo de nuestra vida. No lo queremos ni siquiera a edad avanzada o con discapacidad, por tanto creemos este terreno positivo para que cuando nos llegue el momento, nos traten como nosotros lo hicimos con los demás.
Como muchos escritos queda corto el espacio, las situaciones o ejemplos llenan el libro de la vida, aquella que queremos vivir a nuestra manera.
Ojalá este año nuevo 2019, nos provea sabiduría en el rescate de una etapa por la que muchos pasaremos y en la cual seguramente esperamos ser tratados con dignidad y respeto.