Decía el expresidente del Ecuador Rafael Correa que el escritor y premio nobel de literatura peruano Mario Vargas Llosa es un caso curioso, porque escribe con genialidad, pero habla tonterías. A mí me consta, pues lo he leído y lo he escuchado.
Haciendo paráfrasis de lo que escribió Jorge Luis Borges, cabe decir que Mario Vargas Llosa domina los artificios con los que la literatura impone su magia y sus creaciones. A no dudar. Sin embargo, esa misma magia literaria y esa rigurosidad con las que escribe sus ficciones están ausentes en la boca de Mario Vargas Llosa cuando se trata de gesticular palabras e ideas alusivas o que describan a los presidentes latinoamericanos de izquierda, líderes y las políticas implementadas para beneficiar a los condenados de la región.
En fin, Mario Vargas Llosa expresa cosas absurdas cuando habla de la realidad de nuestra América Latina. Él mismo es un contrasentido. Dizque hizo parte de un grupo de comunistas de la Universidad de San Marcos en el Perú, pero ahora es un renegado del marxismo-leninismo. Sea como sea no parece ser un hombre coherente ni fiel a sí mismo. Personalmente, lo adivino como a un exitoso fracasado, decepcionante o, mejor dicho, frustrado y frustrante.
Cada vez que se acuerda de que aún no ha muerto, sale a pronunciar todo tipo de estolideces. Y tan pronto Vargas Llosa destila su veneno y su odio contra todo lo que le huela a izquierda latinoamericana, los medios mercantiles de manipulación masiva le hacen eco a su verborragia, palabrería, cual si fueran sus cajas de resonancia.
Mario Vargas Llosa es un tipo adicto al espectáculo. Como dirían en Hollywood es un showman risible, esto es, divierte y se divierte con sus bufonadas como las de los mejores payasos. Las cámaras, las luces y la acción más retrógrada lo subyugan; es el típico parlanchín de cafetín; es un auténtico dinosaurio político por conveniencia, puesto que alquiló sus neuronas a las podridas clases políticas tradicionales de la América Latina, en tanto que su alma se la vendió al diablo estadounidense.
Mario Vargas Llosa le vendió su pluma a los vende patria de la América Latina. Por eso, lo invitan a que repte por los pasillos de las ferias del libro del mundo. Por eso, está en todas partes repitiendo mal las ideas bien desarrolladas por otros pensadores. Porque ni siquiera es un pensador ni hombre productor de ideas, sino un loro que repite lo que su amo le dice que repita. Vargas Llosa no es un hombre de ideas, sino un perfecto símil zoológico antedicho.
Él mismo se piensa liberal, y a la vez afirma que el liberalismo no soluciona nada.
A Mario Vargas Llosa lo inflaron con la entrega del desprestigiado Premio Nobel de Literatura, a condición de que hable bobadas, cual si fuera una auténtica autoridad en materia política e intelectual, en vez de ser un referente de modas literarias.
Mario Vargas Llosa hizo unas explosivas declaraciones con respecto a nuestro querido amigo y escritor Gabriel García Márquez, en el sentido de que certificó que el premio nobel de literatura colombiano no había sido nunca un intelectual. Lanzó tremenda bomba verbal para armar un escándalo alrededor de él y también para recordarle a la humanidad que el dinosaurio aún seguía ahí, y que él mismo todavía no ha muerto. En su manifestación no hay novedad.
Las actitudes de Mario Vargas Llosa consienten la interpretación de que a él, como hombre de farándula que es, tiene ambición de poder (que conlleva complejo de inferioridad) y profundos vacíos en su vida interior, en su parte emocional, quiero decir, que lo más hondo de su ser no se ha llenado ni con el máximo premio mundial; peor aún: no se llenará jamás ni con toda la fama del mundo, inclusive.
Mario Vargas Llosa siempre fue un liliputiense —como imaginaría Jonathan Swift—, toda la vida fue un enano encaramado en los hombros de Gabriel García Márquez, quien sí ha sido un gigante de las letras universales, y no un ser microscópico.
De todas las definiciones de la palabra intelectual que conozco, gusto de traer a cuento en forma de paráfrasis aquella acepción que leí en el diccionario Oxford, según la cual el intelectual es una persona que se aplica a investigar, a analizar y plantear soluciones y a participar en la resolución de los problemas de la humanidad.
Y escojo está definición, porque es justamente la participación personal del intelectual en la puesta en práctica de una idea o de una solución abstracta la que le permite constatar a él mismo de primera mano las fallas y las medidas correctivas para que la solución mental se ajuste a la realidad de las cosas a fin de transformar el problema planteado.
Huelga decir que Vargas Llosa está en las antípodas de la definición de marras; está en el extremo opuesto de lo que significa ser un verdadero intelectual en nuestros días.
Mario Vargas Llosa es un militante de la mentira literaria y ultra literaria. Y lo hace de la manera más burda y ramplona jamás conocida. Él es apenas una vedette de los medios traficantes de noticias.
En este minuto, el intelectual genuino es, por sobre todas las cosas, un militante de la verdad, como diría el intelectual mexicano Fernando Buen Abad, porque, como escribiría el helado Baltasar Gracián, "la vida es milicia contra la malicia".