Me gusta nadar en contra de la corriente para encontrar la fuente.
A mí me enseñaron a ser machista, que los hombres no lloran, Cuba era una dictadura, Coca-Cola es un veneno, Vargas Vila corrompía las mentes, los homosexuales eran enfermos, el Realismo Mágico de García Márquez era despreciable, Borges era un dinosaurio político, los intelectuales no deben creer en Dios y un largo etcétera.
Y lo lograron.
Formaron a una persona muy disciplinada para desobedecer los estereotipos, los roles, los paradigmas y el libreto socialmente aceptado.
La tradición, que a ratos actúa como un lastre, debe ser arrojada lejos como un trapo sucio.
Entre un puritano y un inmundo hay una similitud milagrosa y hasta espantosa. La diferencia tal vez sea el remordimiento: exagerado en el primero y ausente en el segundo.
Mucho se ha discutido acerca de qué significa ser intelectual, un erudito, un artista, un pensador, filósofo, sabio y otras categorías del ser o no ser.
Ser intelectual no es solo saber de memoria y repetir como un loro frases hechas por otros.
Si así fuera hasta un idiota podía ser un intelectual. Es algo más serio, que requiere de compromiso. No es esnobismo.
No se trata de andar por los pasillos de las universidades con una barba de hierro y una máscara mal puesta.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa ha dicho que Gabriel García Márquez no es un intelectual, sino un artista.
El autor de La ciudad y los perros no ha dicho nada nuevo. Él mismo no es un intelectual, pero no lo sabe.
Por favor, nadie se lo vaya a decir, porque se pondría llorar. Un ego como el suyo no lo soportaría.
Ni Mario Vargas Llosa ni Gabriel García Márquez son (o eran) intelectuales y lo peor es que nunca supieron qué significa la palabra intelectual.
El nobel de literatura colombiano llamó a Julio Cortázar “intelectual en el buen sentido de otros tiempos”; lo dijo en el texto El argentino que hizo querer de todos, escrito tras la muerte del autor argentino, el Cronopio mayor.
Por fortuna García Márquez lo expresó sin que Cortázar se diera por enterado, porque de lo contrario se habría molestado y le hubiera dicho lo que le manifestó al periodista español Joaquín Soler Serrano.
Palabras más, palabras menos, le dijo a aquel entrevistador solemne que le fastidiaba que dijera que él era un hombre de ideas, porque no lo era, porque no era verdad, y que cualquiera le ganaba una discusión.
Hay artistas que son artistas y a la vez son intelectuales. Hay intelectuales que no son intelectuales, pero apenas disfrutan de los placeres superiores, del intelecto. Es decir, no son poetas, ni cuentistas.
Jorge Luis Borges era un erudito, un poeta, pero no era un intelectual.
La palabra intelectual tiene varias significaciones muy considerables. Entre otras, las más destacadas son: la primera afirma que el intelectual es la persona que se dedica a las actividades que precisan del uso de gran capacidad intelectual o cognitiva, algo así como un erudito o pensador. Y la otra (que es la que yo aspiro cristalizar con mis acciones y no con el dominio de ningún arte), es la definición que garantiza que intelectual es la persona que se dedica a analizar y resolver los problemas más urgentes, los más importantes, de la humanidad.
El intelectual no es nada más que saber un arte, ciencia, oficio. Es más y es menos que un erudito, pensador, filósofo, sabio, científico o artista.
El intelectual investiga, actúa y participa en la transformación de la realidad. El ejemplo más cercano tal vez sea la teoría de Orlando Fals Borda: IAP o Investigación Acción Participativa. Es una propuesta rescatable.
El ex idiota Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa (hijo de nobel peruano) publicaron un texto llamado Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano. Es un ensayo provocador y lleno de sandeces e incoherencias. Ese libraco no resiste un análisis superficial por lo pueril que es.
Fue garabateado por tres destacados charlatanes. Hasta un mono lo hubiera escrito, amontonado letras.
De niño sueño con un mundo mejor y hacer mis modestos aportes para coadyuvar con ese bello fin.
He tenido la vanidad de querer dominar un gran campo mental e intelectual y artístico de ser posible para comprender, analizar y proponer propuestas para que nuestro entorno mejore y sea más confortable. Ese el deber de todo intelectual de verdad. Todo lo demás es pedantería vacua.