Hoy todo está patas arriba. Trump, un multimillonario xenófobo, es –supuestamente– el gran enemigo de Wall Street y Frankfurt. Los trabajadores afectados por la globalización neoliberal y derrotados por el capitalismo salvaje, en los EE.UU. y Europa se apoyan en los populistas de derecha (Trump, Le Pen, etc.) que lo único que les pueden ofrecer son muros de contención para los inmigrantes o la expulsión de los mismos. Mientras tanto, la izquierda liberal no sabe qué hacer y al interior de los movimientos sociales, populares y libertarios, recién se inicia el debate sobre qué camino coger. La confusión es mayúscula.
En Colombia, el vicepresidente Vargas Lleras inició su campaña electoral estimulando el nacionalismo contra los venezolanos. Empoderado y alentado por el presidente Santos para andar por ciudades y pueblos –con chequera en mano y coscorrones a granel– entregando soluciones de vivienda como si salieran de su bolsillo, va construyendo su entramado electoral con políticos corruptos y toda clase de contratistas mientras el resto del gobierno trata de contener las críticas acudiendo al argumento de “la defensa de la paz”.
Vargas Lleras quiere emular a Trump y arrebatarle la bandera derecho-populista a Uribe, quien construyó gran parte de su capital político atacando a Chávez y al proyecto bolivariano. Pero éste no se había atrevido a agredir al pueblo venezolano en el entendido de que en los últimos 30 años, el hermano país recibió, alojó, trató bien y nacionalizó a millones de colombianos. Además, Uribe sabe que los recientes migrantes venezolanos no simpatizan con el actual régimen de Maduro y, por tanto, en vez de ser rechazados deben ser atraídos.
Sin embargo, los intentos por revivir en Colombia el populismo de derecha, que ya tuvo su auge temporal durante los dos gobiernos de Uribe, no van a prosperar. Eso creemos. La amenaza “castro-chavista”, bandera de los guerreristas, ya no asusta tanto. Los escándalos de corrupción político-administrativa que –con el caso de Odebrecht– han rebosado la copa, afectando a uribistas y santistas, y la acertada decisión de un sector de los demócratas de centrar sus acciones en ese tema, aglutinan la atención de la población cansada de la demagogia “pacifista”.
No obstante hay que afinar la estrategia. ¡Hay que tener mucho cuidado! Debemos tener en cuenta que la base económica y social del populismo de derecha en nuestra sociedad es muy diferente. Aquí el peso de las economías criminales (unas legales y otras no) es enorme. La minería a gran escala y a cielo abierto, la producción y tráfico de narcóticos y otras “drogas ilícitas”, el tráfico ilegal de insumos, armas y personas, los juegos de azar, la prostitución a diferentes escalas, la pornografía virtual y real, los turismos ilegales e informales de nuevo tipo, las economías informales (moto-taxismo, venta de minutos, ventas ambulantes, e infinidad de formas de rebusque que se apoyan en la corrupción e ineficacia del Estado, etc.), hacen parte de nuevas formas de acumulación e irrigación de capital, y generan sectores sociales descompuestos, “burguesías emergentes” que no tienen escrúpulos y tienen mentalidad mercenaria. Además, sabemos que al final, todas esas ganancias de esa economía parásita siempre “llega” a los bancos e instituciones financieras de las metrópolis híper-desarrolladas.
Por otro lado, el despojo de territorios y riquezas a cargo de conglomerados transnacionales y “nacionales”, y en medio de ello, la reaparición de nuevas formas de economías de pequeños y medianos productores (del campo y de la ciudad), exigen nuevos enfoques en la investigación de nuestras realidades y nuevas miradas que capten la complejidad de un desarrollo socio-económico y cultural que, a más de contradictorio, es caótico y turbulento.
Lo que se observa a simple vista (no hay estadísticas) es que esas “economías” –incluyendo todo el aparataje financiero que se mueve alrededor de préstamos y refinanciaciones de préstamos (caso de los créditos de libranza)– logra que de una forma algo artificial y artificiosa, la gente –de todas las clases y estratos–, mueva “billete” a diestra y siniestra. Decenas de centros comerciales son construidos aceleradamente en ciudades, pueblos y localidades de Bogotá y el auge constructor de vivienda mantiene su ritmo. Pareciera que más quebrado está el Estado que la gente misma. Y además, ese Estado no sabe cómo quitarle ese dinero, sobre todo a “los de abajo”, mientras en las grandes ciudades se generaliza la inseguridad y criminalidad que es la respuesta de una juventud que no tiene oportunidades de educación y/o empleo digno.
Es indudable que la actual crisis fiscal del Estado, acrecentada por el impacto de la corrupción político-administrativa va a convertirse en mayores impuestos (directos e indirectos) sobre todo para los trabajadores y medianos empresarios formales, pero ese otro gran espectro económico ilegal y hasta criminal, seguirá siendo una especie de colchón de amortiguamiento que evita la profundización de una crisis general que afecte a toda la población por parejo. Es la particularidad de este país, que no es fácil de encuadrar ni de entender.
Frente al desorden y el caos de la economía, de la sociedad y del Estado, la mayoría de la población está pidiendo “mano fuerte”. Los demócratas deben tomar atenta nota de esa situación. El populismo de derecha siempre ha utilizado ese argumento para crecer y consolidar su política. La izquierda liberal nunca resolvió ese problema por temor a afectar los llamados “derechos humanos”. Se requiere mucha firmeza para impulsar un proceso de moralización de la sociedad y entender que hay que empezar por la cabeza, por los grandes cabecillas de la corrupción y de la economía criminal (transnacional).
No se puede repetir la caricatura de Mockus que se empoderó con la consigna de la lucha contra la corrupción y cuando estaba de cara a la Presidencia, centró su política en la “corrupción” del tendero que no paga el IVA o la del peatón que viola las normas de tránsito. Hoy y siempre el desorden lo ponen “los de arriba”. Por allí toca empezar a barrer la casa.