Duque va mal. Aseguró que bajaría los impuestos, pero los subió. Prometió que uniría al país, pero hoy la polarización es más feroz. Objetó la ley estatutaria de la JEP, pero no tiene las mayorías en el Congreso para hacer las modificaciones, ni la capacidad de convocatoria para llegar a un pacto nacional. Dijo que a Maduro le quedaban pocos días, pero recibió una amenaza de Rusia y el dictador venezolano sigue anclado al poder. Trump afirmó que Duque era un buen tipo, pero recalcó que no ha hecho nada para combatir el narcotráfico. Para rematar, el desempleo y la inseguridad urbana crecen como dos hermanitos infernales que quieren devorar a Colombia.
El presidente luce perdido, sin liderazgo. Ahora bien, muchos dicen: "Apenas van ocho meses… hay que tener paciencia”. Sin duda es una excusa comprensible, válida: ¿Acaso la situación del gobierno puede cambiar? Claro, Duque todavía tiene tiempo para enderezar el camino: con inteligencia, determinación y autonomía puede mejorar su imagen y conducir al país hacia un futuro mejor. Sin embargo, negar que Duque pasa un mal momento es un acto de terquedad.
Ante este panorama confuso y desalentador, Vargas Lleras decidió —al menos por ahora— ejercer la oposición. Después de la estruendosa derrota que sufrió en las elecciones presidenciales, muchos creyeron que Vargas Lleras se quedaría hundido en la vergüenza y la humillación, pero no: sigue vigente, goza de un protagonismo que hace unos meses era inimaginable. Aprovechando la fuerza que tiene su partido Cambio Radical en el Congreso, ha establecido su propia agenda: propone, crítica, sabotea.
Al parecer esto hizo pelear a Vargas Lleras con los Char. Se trataría de una disputa emocionante entre dos olfatos políticos audaces. Los Char, quienes tienen un espíritu empresarial que los conduce a ver la política como un negocio, habrían preferido asociarse con el uribismo en vez de pasar a la oposición como Vargas Lleras, su (ex) principal socio. A cambio de esta alianza con el gobierno nacional, los Char —como insinuó el propio Vargas Lleras en su columna titulada Juego Limpio— aseguraron la designación de Karen Cecilia Abudinen como alta consejera para las regiones y Elia Abuchaibe como directora de Fonade, la institución que tiene a su cargo parte de la contratación del Estado: ahora la mermelada es un plato exclusivo que solo comen los miembros del Centro Democrático y algunos políticos de otros partidos.
Mientras tanto, Vargas Lleras, cuya sagacidad es tan inocultable como su impopularidad, se dispone a hundir las objeciones de la ley estatutaria de la JEP y otras iniciativas legislativas del gobierno: ¿También quiere mermelada? Tal vez. Sin embargo, debería mirar con cuidado todos los escenarios. Un Vargas Lleras en la oposición a un gobierno que comienza desorientado, pero que luego mejora, vuelve a hacer doblegado como líder: muerte política definitiva. Un Vargas Lleras que termina aliado con el gobierno al que se opuso en un principio, no sería vencido por otro, sino que se derrotaría a sí mismo: suicidio político. Y un Vargas Lleras que se opone con argumentos a un gobierno que decepciona a la mayoría del país puede levantarse de un descalabro electoral que parecía irreversible y convertirse en una verdadera opción presidencial para el 2022: resurrección. Por el momento, Germán, aprovechando el desconcierto de Duque, se ubica del lado políticamente correcto mientras mira con nostalgia como sus amigos Char devorar la mermelada.