La relación entre los estúpidos y los vanidosos se ha descrito como el efecto Kunming-Kruger, según el cual las personas con escaso nivel intelectual y cultural tienden sistemáticamente a pensar que saben más de lo que saben y a considerarse más inteligentes de lo que son. El fenómeno fue rigurosamente estudiado por estos psicólogos de la Universidad de Nueva York y publicado en 1998 en El jornal de la personalidad y psicología social.
Explican: los individuos incompetentes tienden a sobrestimar sus propias habilidades. Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades en los demás.
Antes de que estos estudiosos lo evidenciaran científicamente, ya había sentenciado Nietzsche que “la ignorancia engendra más confianza que el conocimiento”. Los que tenemos la manía de reflexionar, que es lo mismo que mirarse al espejo, ya sospechábamos que la mayoría tendemos a valorarnos a nosotros mismos por encima de la media, cosa que, como es lógico, es estadísticamente imposible.
El avance de estos científicos fue simplemente demostrarlo en un experimento consistente en medir las habilidades intelectuales y sociales de una serie de estudiantes y pedirles una autoevaluación posterior. Los resultados fueron sorprendentes y reveladores: los más brillantes estimaban que estaban por debajo de la media; los mediocres se consideraban por encima de la media, y los menos dotados y más inútiles estaban convencidos de estar entre los mejores. Estas observaciones, además de curiosas me parecen preocupantes, pues según ellas los más incompetentes no sólo tienden a llegar a conclusiones erróneas y tomar decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello.
Pues bien, en la actualidad estos parámetros vienen al pelo para catalogar e interpretar muchas de las decisiones y desaciertos de tantos pretendidos “expertos” en economía y política, que nos han llevado a donde estamos. No estoy aludiendo a ningún personaje concreto, ni a ninguna opción política, sino simplemente me atrevo a proponer el modelo para diagnosticar a tantos líderes, peritos, charlatanes, sacamantecas y desatinados que pululan por doquier y padecen “este síndrome”, y de paso recomendarle a un pastuso que le hagan entender, ya que ellos solos, por sí mismos, son incapaces de reconocer que lo padecen. Y el resto mejor no dárnoslas de sabios en nada, no sea que también estemos afectados. Quizás más de lo que parece, no es lo mismo ver con luz que en la oscuridad.