Colombia es un país con mucha pobreza y violencia por el vandalismo intangible de los políticos, de la clase dirigente y de la sociedad en general. Esperamos que haya paz en el país pero sin yo todavía estar en paz. Esperamos que el país sea honesto pero sin yo todavía serlo. El primer problema soy yo, no los demás.
La neurociencia, sicología y economía conductual han demostrado científicamente que tenemos la habilidad para ser deshonestos (por no decir corruptos y ladrones) y, sin embargo, nos sentimos honestos y buenas personas.* Los experimentos confirman que entre más alejado está nuestro acto de las consecuencias y de las personas que afectamos, más fácilmente racionalizamos nuestra deshonestidad hasta tal punto de sentirnos 100 % rectos.
Así, podemos sentirnos justos bajando películas de manera ilegal porque argumentamos que el producto es muy costoso, que los estudios de Hollywood ya ganan suficiente, que mucha gente lo hace y que como yo igual no lo compraría a ese precio pues no afecto a nadie. Puedo entonces dormir tranquilo porque puedo darle una explicación racional a mi acto y porque no tengo contacto con quien estoy afectando.
Después de ver la película me encuentro a una persona rayando un monumento y mi mente, que ya está limpia con la explicación, le dice a mi conciencia: “¿A esta persona que le pasa? ¿Acaso no ve que está causando un daño?” El vandalismo tangible es fácil de criticar y juzgar porque hay un perjuicio perceptible.
Ahora, ¿acaso no hay daño cuando preferimos un proveedor porque no nos cobra el IVA o nos beneficiamos de una tarifa de estudiante sin serlo o declaramos un inmueble muy por debajo de su valor comercial o incluimos como gasto de representación un almuerzo con amigos o parqueamos en la calle sin importarnos que cause congestión o preferimos productos baratos que contaminan más o beneficiarnos de privilegios que no estaban dirigidos a nosotros?
Como no vemos el detrimento que causamos, nos sentimos “buenas personas” y con derechoa pontificar, criticar y juzgar a los demás. Nos da mucha rabia que otro raye un monumento, pero, ¿por qué no sentimos la misma rabia hacia nuestros actos?
¿Cómo será la rabia de una madre cuando su hijo no recibe un tratamiento médico o la desesperación de un padre porque no hay cupos suficientes para sus hijos o el odio de una familia de no tener agua y luz? Y todo por la falta de recursos que nosotros estamos robando y, lo triste, sintiéndonos tranquilos de hacerlo porque disculpándonos diciendo, “sí hay dinero pero los políticos se lo roban”. Me pregunto entonces: ¿y ese argumento me da derecho a robar también?
No estoy insinuando que debemos dejar que las personas rayen cuanto monumento encuentren o permitir que los políticos sigan robando. Al contrario, debemos buscar que no lo hagan porque estos actos no construyen sociedades felices, pero no desde la rabia y el juicio porque reconozco que yo también estoy dañando y robando, así sea a escondidas. Nos equivocamos esperando que primero cambien los demás para después cambiar yo.
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Si al vandalismo en la calle le falta aplicar los principios de no violencia y creatividad, ¿qué me dicen de las campañas políticas? Si los vándalos están viviendo un infierno de infelicidad, los candidatos están destrozados por dentro. Cuando la estrategia para sobresalir es dañar la imagen del otro, ¿será que no tengo tan buenas ideas y propuestas? Esta forma en que se han atacado los candidatos no es vandalismo sino violencia pura. Y el razonamiento de los políticos es que lo hacen por el bien común, que el fin (ganar las elecciones) justifica los medios (la violencia). ¿Desde cuándo por el bien común todo vale? ¿Qué diferencia tiene este pensamiento de utilizar la violencia para construir un mejor país con la filosofía de un dictador o de una guerrilla? Y ambos bandos prometiéndonos la paz. Qué tristeza. La violencia nunca construirá paz y felicidad. Punto.
* En particular recomiendo los estudios de Amir, Ariely y Mazar.