Hace poco le escuché a un amigo decir que no había nada más peligroso que pedirle a Enrique Peñalosa haga algo. Parece que tiene razón. A la absurda evacuación de los peces en el Atlantis y su intervención en el Bronx, se suma ahora la destrucción de los magníficos murales de La Candelaria. Desde hace unas semanas sepultó obras como Tierra de pintores, de los artistas Seta Fuerte y Datura, Parvada, 101 pájaros y otros tres muros del magnífico artista Rodez.
Esta intervención irresponsable del Alcalde de Bogotá es parte de su torpe intención de rescatar el sector más antiguo y bonito de Bogotá, un exabrupto que raya en el vandalismo. Señor Alcalde, usted que se las da de chic, por favor, vea como el arte callejero se ha tomado ciudades de primer mundo como Londres o Nueva York. Le suplicamos que por favor deje a un lado su fanatismo neocom y piense que en una urbe como Bogotá sus calles deben rezumar arte, está obligado a abrirse a las tendencias callejeras.
Peñalosa, hijo del parque de la 93, quiere que todo sea aséptico, blanquito, inmaculado. Por eso es que su intervención a las calles de la vieja Candelaria, es poco menos que infame