El vandalismo como nuevo cliché del poder

El vandalismo como nuevo cliché del poder

Aunque el uso del lenguaje como instrumento de guerra es bien conocido, cada vez es más descarado

Por: omar orlando tovar troches
mayo 07, 2021
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El vandalismo como nuevo cliché del poder
Foto: Leonel Cordero

Declarar que el lenguaje también es un instrumento de guerra es lo mismo que descubrir que el agua moja o que el fuego quema. De hecho, lingüistas, filósofos, sociólogos y profesionales de la comunicación social han desarrollado un amplio compendio de esta no tan noble característica del lenguaje a través del estudio de la pragmática.

Ya desde mediados del siglo XX, estudiosos del lenguaje como Austin, Wittgenstein, Kraus, entre otros más, ya venían analizando el uso del lenguaje como mecanismo social de manipulación del inconsciente colectivo, para alcanzar fines políticos de exaltación de supuestos valores patrióticos como la supremacía de una raza o clase, la defensa de la nación o la patria, e incluso de una idea o ideas de conveniencia para sostener el statu quo de quienes detentan, momentáneamente el poder, en una determinada sociedad.

A propósito de las recientes jornadas de protestas en Colombia, con motivo del rechazo generalizado al proyecto de ley de reforma tributaria, presentado a destiempo y mantenido a fuego y sangre por Duque en el Congreso colombiano, vale la pena hacer notar cómo, efectivamente, desde hace unos veinte años para acá el uso del lenguaje como herramienta de guerra ha sido uno de los elementos principales de la estrategia de la derecha colombiana para mantenerse en el poder.

Rafael Núñez Florencio[1], en su reseña del ensayo Lenguaje y Guerra de Kovacsics, plantea que: “…el medio de propaganda más eficaz del hitlerismo no eran los discursos ni los símbolos, ni nada que se registrase a nivel consciente, sino las palabras aisladas y expresiones que se repetían y se terminaban por adoptar de forma mecánica e inconsciente”. En ese mismo sentido, tal como lo plantea Núñez, el uso de algunos términos o, mejor, adjetivos para señalar, etiquetar, descalificar, denostar o insultar a los adversarios políticos también ha sido una práctica acostumbrada por los poderosos en Colombia.

Al empleo denostativo de palabras como “indio”, “negro”, “marica” o “puta” para referirse de manera ofensiva a una persona o para indicar que su comportamiento no concuerda con el que se supone deben tener las llamadas “gentes de bien”, también se sumó la adjudicación de palabras ya no tan “vulgares” y más correctas, políticamente hablando, para señalar el supuesto mal comportamiento de aquellas personas, salidas del esquema oficial de conducta, impuesto por quienes han detentado y ejercido el poder durante años recientes, tales como “chusmero”, “pájaro”, “guerrillo”, “comunista”, “cachiporro”, “terrorista”, “traqueto”, “narco” o “narcoterrorista”.

En este mismo orden de ideas, el uso repetitivo de unos nuevos términos, con una fuerte intención política de descalificación social, ha permitido que esta acción ilocutiva de la derecha haya posicionado en el inconsciente colectivo de la sociedad colombiana expresiones como “castrochavista”, “mamerto” y “vándalo”, como sinónimos o equivalentes de “terrorista”, “guerrillero”, “comunista”, “satánico”, cuando son utilizadas para describir a esos “indios”, “negros” o “guaches”, o cualquier otra persona que se empecine en demostrar su inconformidad de manera pública, bien sea a través de las redes sociales, prensa tradicional o, lo que es peor, protestando en la calle.

Vándalo se ha convertido en el más reciente calificativo utilizado por la derecha en su estrategia comunicacional para señalar a todas aquellas personas que públicamente se rehúsen a ceñirse a los mandatos de un nuevo marco de convivencia, convenientemente diseñado no para la defensa de bienes, honra y vida de todo los colombianos, sino para la defensa de los bienes, la honra y la vida de unos pocos colombianos cercanos al poder. Se usa vándalo y vandalismo para no usar terrorista y terrorismo, debido a las fuertes implicaciones jurídicas que usar tales calificativos, podría acarrear a quien lo haga, sobre todo, en las cortes internacionales.

El hecho es que así como el aparato propagandístico de la derecha colombiana puso de moda, eso sí con intención de manipulación, términos como “mermelada”, “posverdad” y “polarización” para señalar en la oposición “mamerta” y “castrochavista” todos los malos comportamientos nacidos y practicados en el seno de la cofradía del epítome de la ultraderecha colombiana (el Centro Democrático y sus apéndices, los partidos de la coalición duquista); así mismo, ha venido tratando de imponer, a punta de descarada repetición, en los medios de comunicación, propios y aliados, al término vándalo. Esto para tratar, por un lado, de estigmatizar y hasta judicializar a la oposición y a quienes ejercen el derecho a la protesta, y, por el otro, justificar, la decisión de imponer una especie de dictadura, para reprimir, los actos vandálicos de la “mamertería” nacional.

En todo caso, y para concluir, es preciso retomar a Núñez, cuando, citando a Kafka, afirma del uso del lenguaje como instrumento de guerra: “Cuando la palabra se convierte en vasalla de la voluntad política, supeditada a unas decisiones establecidas de antemano, su rol deviene 'absolutamente accesorio y servil'”. Amén.

[1] Rafael Nuñez Florencio. Guerra y lenguaje, Adan Kovacsics. 28 febrero de 2008.

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