Tanto duquistas como petristas, y me refiero a los radicales de ambos bandos, esos que todavía siguen en las redes sociales dándose en la jeta, quién sabe hasta cuándo, ignoran que los colombianos tienen en su planeta una manigua de personalidades que termina pareciéndose a quien cuestionan o a quien defienden.
Los duquistas, o más bien los uribistas extremistas, por ejemplo, odian a Petro porque es un guerrillo que nos llevará inexorablemente, tarde o temprano, al castromadurismo; consideran que hay que borrarlo del mapa político y en el fondo le desean un atentandito, así sea para asustarlo. No le perdonan que haya llegado tan lejos y les molesta el tono desafiante de matón intelectual.
Los petristas bolcheviques, por su parte, con alma de monojojoi, y con la guillotina de la posrevolución francesa, quieren tumbar toda la estantería del uribismo porque piensan que las grandes desgracias del país están por los lados del Centro Democrático. Califican este partido de extrema derecha desconociendo el verdadero significado y operancia de un gobierno de esa índole. Sueñan con ver preso y con ropa rayada a Uribe, sabiendo que sus enemigos políticos, los uribistas radicales, también le prenden una vela a su santo de devoción para ver en la cárcel a todos sus contradictores.
Estas dos corrientes, pasionales y ciegas de la ira, se tragaron durante la campaña varías cosas que avivaron el fuego que escupían sus dragones por las redes. Por ejemplo, Petro habló de una Asamblea Constituyente y enseguida se les vino a la cabeza la de Maduro y montaron un show de ataques contra el candidato de la Colombia Humana, a quien calificaron de dictator. Pues bien. Eso no lo podía hacer Petro por tener en contra al Congreso elegido en marzo. Y la Corte Constitucional no le iba a dar cuerda a esa propuesta. Era una pamplinada de Petro que terminó arrojándola a la basura con un show político-religioso.
De igual modo, Duque dijo que anhelaba una corte única y de inmediato se dispararon las alarmas como si eso fuera soplar y hacer botellas. No se dieron cuenta de que esa propuesta nació muerta cuando Duque dijo que la discutiría con la rama judicial. Ya sabemos de sobra cómo opera este sector cuando le tocan sus intereses.
Sin embargo, ambas propuestas, entre muchas otras que esbozaron los candidatos, que eran verdaderos cantos a la bandera, se tomaron como huracanes inminentes cuando no pasaban de ser un día nublado.
Los radicales de ambas orillas no van a descansar, como nunca lo hicieron las Farc y el paramilitarismo durante cincuenta años dándose bala y palo; motosierra y machete. Estos dos sectores no aceptan la neutralidad de un Fajardo, la argumentación de un De la Calle o la imparcialidad crítica de un Héctor Abad Faciolince.
Quieren seguir la juerga como el borracho que, en de vez de irse para la casa, quiere continuar bebiendo así sea en el bordillo del bar cerrado. O seguir la pelea a la salida del colegio para demostrar que afuera sí son machitos. En un país polarizado, gane quien gane, el radical nunca reconoce el triunfo del otro. Es una afrenta para él. Quiere ganar con sello y cara. Y quiere jugar un partido de fútbol, de número 10, sin bajar a defender, esperando en fuera de lugar, regañando a todo el mundo, aunque sus capacidades no llegan a recogebolas.
Prefieren incendiar al país en vez de ver la victoria del rival. Le rezan a Dios, no para que gane su candidato, sino para que pierda el adversario, y si en manos del diablo estaría el triunfo de su candidato, le llevarían el trinche a Satanás. Son tan bajos que le inventaron a Petro una hija no reconocida que terminó siendo una chica porno, y los radicales petristas no se quedaron atrás e inventaron un hermano despreciado de Duque cuando en realidad era un actor porno. Lo triste es que personas aparentemente decentes compartieron esas noticias con un ji-ji-ji infantil en su mente.
Grandeza en la victoria, señores, tanto para el que gana como para el que pierda. Como decía un amigo petrista en su cuenta de Twitter: “ahora que ganó Duque lo mejor es orar para que al man le vaya bien”. Y resalto el comentario de un amigo duquista que en Facebook escribió: “Dr Duque, voté por usted. Felicitaciones. Pero cada vez que vaya a tomar una decisión recuerde que hay 8 millones de votos que también son colombianos”.