A Chigorodó llegaron los Martínez con una mano adelante y otra atrás. Juan y su esposa soñaban con tener una casa grande que les sirviera para recibir a toda esa gente que escuchaba sus sermones religiosos. Yuberjén recuerda a la gente con los ojos cerrados y las palmas abiertas pidiéndole al cielo lo imposible. Yuberjén también le pedía a Dios que algún día pudiera sacar de la pobreza a su familia siendo un gran campeón. Con los 165 millones de pesos que el Comité Olímpico da a cada oro que se consiga en las olimpiadas, lo podrá hacer. Tan solo tendrá que derrotar a un hombre de Uzbekistán que parece invencible. Igual, desde pequeño, Yuberjén está acostumbrado a lo imposible.
No es lo mismo para un país ganar una medalla en pesas que en boxeo. Grandes campeones como Óscar de la Hoya o Mohamed Ali empezaron sus carreras colgándose el oro olímpico. En el boxeo, potencias como China, Estados Unidos y Gran Bretaña, invierten fortunas para forjar guerreros invencibles. Gracias al talento que crece silvestre en Colombia, hemos subido tres veces al podio olímpico. El barranquillero Clemente Rojas fue el primero que nos dio una alegría trayéndose el Bronce en las olimpiadas de 1972. Ahí mismo, en Munich, el cartagenero Alfonso Pérez también consiguió ese logro. En 1988 Jorge Eliécer Julio paralizó al país con su actuación en Seúl. Sin embargo, tan sólo le alcanzó para el tercer lugar.
Tuvieron que pasar 28 años para que el boxeo nos volviera a dar una alegría en una olimpiada. Un muchacho de Chigorodó, hijo de una pareja de pastores cristianos, ha vencido uno a uno a sus más enconados rivales. El último fue el favorito, un cubano con corte a lo Neymar y piernas de bailarín que venía aplastando a todo el que se le cruzara por el camino. Al principio de la pelea pensamos que los especialistas otra vez tenían razón; el tipo picaba como una abeja y se movía como una mariposa. Sin embargo, Yuberjén debió haber recordado las asfixiantes tardes entre los platanales de Urabá recolectando bultos de ese fruto con el que ayudaba a mantener a su familia. Lacerarse las espaldas con los costales llenos de plátanos fue su primer entrenamiento. Allí forjó su talante, su destreza, su aguante. No parece que exista un hombre capaz de tumbar a Yuberjén Martínez, ni siquiera ese cubano con todo su talento, su potencia y la tradición de décadas de campeones que han tenido desde que Fidel Castro instauró la revolución.
Como en toda su vida, Yuberjén tuvo que pelear como un puma para llegar a la final. Sin embargo, su superioridad fue incontrastable. Yuberjén enfrentará a un boxeador de Uzbekistán que prácticamente demolió a un estadounidense, algo que no suele pasar muy seguido. A las 12 y 30 del 14 de agosto “El tremendo”, remoquete que le puso su padre por lo travieso que era cuando niño, paralizará al país con un deporte que desde finales de los ochenta, cuando el Happy Lora se retiró, ya parecía no importarle a nadie.
Gracias al coraje, a los movimientos, al coraje de Yuberjén, recordamos lo hermoso que es el boxeo.