Digamos de una vez cuáles son las obras inaplazables en este país que amanece, adormecido y confuso, en el 2020.
La primera que ha de resolverse es el narcotráfico y sus atingencias, como decían los juristas italianos. En pleno acuerdo con el Presidente Duque, entendemos que este es el problema capital de Colombia. Es nuestra ruina. Es nuestra tragedia, es el principio y final de nuestras desventuras.
Y la receta para enfrentar y derrotar esta plaga tan azarosa es conocida y sencilla. Primer ingrediente, la fumigación con glifosato. Con Corte o sin Corte, con los ambientalistas de pacotilla, Ministra incluida, o contra ellos, como sea y contra lo que sea, hay que fumigar esos malditos cultivos.
El segundo ingrediente de la receta será el uso inmediato y a grande escala de la extradición de los bandidos. Y si mexicanos, más fácil y urgente. Los narcos se mueren de la risa de nuestros jueces y gozan nuestras cárceles. Ni lo uno ni lo otro les ocurre en Los Estados Unidos. Afuera con ellos, se dijo.
A lo anterior se sumará la extinción de dominio que tuvimos y debemos recuperar. Un objetivo claro y simple: un juicio de esta clase no puede tardar más de un año entre el día de la incautación y la sentencia final. Los narcos no hacen lo que hacen ni arriesgan lo que arriesgan por otra cosa que el dinero. Quitárselos es quitarles el oxígeno. A la obra.
El plato no queda completo si no se le agrega la cantidad de fuerza legítima que sea necesaria. Hay que recuperar el espíritu combativo de nuestras tropas de tierra, mar y aire. Hay que estimularlas, apreciarlas, devolverles el sentimiento de estima y la alta porción de gloria que se merecen.
La segunda cosa que habrá de resolverse es la dramática situación externa de nuestra economía. O exportamos o esta tienda se cierra. Luego exportemos. El empresario exportador debe ser el más apreciado entre nuestros compatriotas. No podemos seguir viviendo, si esto se llama vivir, de las remesas y el turismo, vale decir, de las ventanillas siniestras del Banco de la República. Definamos cuáles son nuestras ventajas absolutas y comparativas y pongamos la máquina a trabajar para aprovecharlas.
Y ahora mismo, con la venia o sin la venia de los magistrados que nos dejó Santos empotrados en la Corte Constitucional, practiquemos el fracking, que es una garantía de supervivencia nacional. Colombia sin petróleo no es viable y nuestro petróleo está guardado en rocas que deben fracturarse con el uso de tecnología moderna. La misma que aplican los Estados Unidos como la primera potencia petrolera del mundo, y la misma que está en uso en decenas de países menos timoratos y cobardes.
Colombia tiene que resolver la crisis inclemente de su industria. Nos acaban de anunciar una nueva caída en la producción manufacturera y aquí nadie se inquieta. Una industria castigada por el fisco, limitada y amenazada por el Estado, pulverizada por una tasa de cambio miserable, no puede sobrevivir. Y Colombia tampoco. Seguimos creando empleos en la China, Europa y los Estados Unidos. Sencillamente, así no puede ser.
Somos el tercer país del mundo en potencial productor de alimentos sin talar un árbol. Y tumbamos al Ministro de Agricultura porque la señora Bessudo no tiene claro el asunto de las aletas de tiburón. País de opereta. A conquistar la Altillanura, a poblar de toda clase de semillas la Mojana, la región con la capa vegetal más rica del mundo, a salvar los Llanos Orientales, a vender nuestro café en las tiendas gourmet, a producir ganado con alta tecnología. Pero a la obra, por favor.
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Nada es posible sin derrotar la corrupción. Mientras tengamos carteles de todo, empezando por el de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia
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Nada de lo dicho es posible sin derrotar la corrupción. Mientras tengamos carteles de todo, empezando por el de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia; mientras el origen de las Cortes sea el poder político; mientras los jueces no cultiven con primor sus sentencias sino su espíritu sindical; mientras sigamos reproduciendo abogados como curíes en Facultades de Derecho donde solo se aprende a cultivar el amor por incisos y parágrafos; mientras al país se lo repartan en tajadas de gobernabilidad; mientras se premie al bandido y se castigue al hombre decente, como hace la nunca bien ponderada JEP, no hay nada que hacer. Salvo quejarnos de dolor por nuestras penurias y ver cómo ejercen su derecho a la protesta los que no protestan contra sus propias debilidades y torpezas.
Porque vamos a la obra y trabajemos por la educación de los más pobres. Mientras Fecode los siga condenando a la miseria del conocimiento y apenas los adiestre para gritar en la calle y descalabrar al policía, nada bueno tendremos en nuestra Patria adolorida.
¡Por Dios! Vamos a la obra porque de malos discursos estamos saturados. No aguantamos uno más.