Dentro de la vida del arte internacional suceden historias maravillosas que sirven para interpretar los distintos puntos de vista del mundo artístico. En Basilea, se tomaron los preformance que, en este lugar interesante llaman Arte vivo, a una sección importante de la feria. Una de las invitadas especiales fue Marina Abramovic, que la recordamos por su último trabajo donde el vacío humano hace parte de su actuación. 512 Horas fue el título de la obra y tiempo durante el cual ella se sentó en una silla para que los espectadores la vieran impávida. Sola y sin nada.
En Nueva York, dos mundos distintos hacen parte del gran repertorio: en el Museo de Brooklyng presentan a unos de los artistas que llevan la contemporaneidad en los huesos y desde siempre, muchos antes que todos, y es el chino Ai Weiwei que tiene su exposición desde marzo hasta agosto, el verano es una época maravillosa para tener una muestra actual. Nació en China en 1957, lo recordamos en el mundo por haber sido colaborador artístico en la creación del Nido de Pájaro, bella obra arquitectónica que realizaron arquitectos como Jacques Herzog y Pierre de Meuron para los Juegos Olímpicos en Pekín.
Su obra quedó marcada por una denuncia contundente en donde, por un terremoto en la provincia de Sichuan, se derrumbaron cinco escuelas que dejaron aplastados a centenares de niños inocentes. Todo por la mala calidad de los materiales de construcción. Así, Ai Weiwei se convirtió en un enemigo del régimen que llevaba sus escombros debajo de su cielo artístico. En su obra manejó desde los escombros hasta los muebles como su denuncia incansable —y más pionero que Doris Salcedo con las sillas de la injusticia— el artista deja rastros de los acontecimientos bajo la fachada de los rituales cotidianos. Ai Weiwei, desde hace tiempo, tiene esa visión contemporánea de rescatar lo ancestral y arqueológico para incorporarlo a interpretaciones del mundo moderno que también van cargada de todas las connotaciones simbólicas y comerciales contemporáneas. Siempre son enormes instalaciones, esta vez recupera la cerámica vieja y la renueva con un soporte comercial.
Para seguir de viaje en esta ciudad en el Museo de Arte Moderno de Nueva York se encuentra alerta y, para todo el verano, una exposición del alemán Sigmar Polke. Él con otros, crearon una tendencia interesante que galopa al lado de Pop inglés y norteamericano que se llamó Realismo Capitalista. Tuvieron los mismos principios crónicos de la actitud antisociedad del consumo y la obvia manipulación de los medios de comunicación con sus ídolos de humo como arma.
Las obras las realiza con materiales que, lejos de los tradicionales de la época, utiliza fotos de medios impresos, lacas y pigmentos con los que logra superar la denuncia comercial para lograr construir imágenes que, no son el reflejo de la acumulación, sino que importa la luz y la presencia de la transparencia.
Cincuenta y nueve artistas hacen parte de la octava versión de la Bienal en Berlín que se lleva a cabo entre mayo y agosto. Entre estos varios son latinoamericanos como de la argentina Carla Zaccagnini (1973) e Irene Kopelman (1974), de México Julieta Aranda (1975) y Mariana del Castillo, también de 1975. Extrañamente, nuestra colombiana Beatriz González que nació en 1938 fue invitada a trabajar con sus pictografías conceptuales del mundo Pop. Contrarresta que al lado de seres tan jóvenes ella tenga una visión fresca de las tendencias contemporáneas de la vida artística. Ella, en su modo actual, utiliza las señales de tráfico para marcar la distancia que existe entre la urbanidad y la violencia. El otro colombiano es Alberto Baraya (1968) que, en el otro extremo, hace parte de intereses de siglos atrás sobre la Expedición Botánica, mientras el artista se inventa herbarios ordenados con flores artificiales.
