Caminar por algunos sectores de Valledupar significa observar impotentes cómo el desorden y el no respeto a las normas se han tomado esta ciudad sin que desde la administración municipal se haga algo por detenerlo, cambiarlo o disminuirlo. Resulta increíble que a un alcalde no le interese que su ciudad tenga un transporte público colectivo acorde a los nuevas visiones de ciudad; lo escuchamos hablar de ciudad sostenible, ciudad resiliente, ciudad no sé qué, pero la realidad que enfrentamos los que vivimos en ella es que las normas de tránsito aquí son una sugerencia, si las respetas está bien, si no no importa, igual no pasa nada.
El mototaxismo se ha duplicado, miles de motociclistas recorren esta ciudad pasando los semáforos en rojo, los pares subiendo en los andenes, transportando tres, cuatro y hasta cinco personas. En Valledupar la motocicleta es un vehículo en donde se transporta toda la familia, no es solo para dos pasajeros. A esto le sumamos la no utilización del casco, chaleco reflectivo y que la mayoría no tiene el SOAT al día. Además, unas escuálidas busetas deambulan por las avenidas principales recogiendo en su mayoría adultos mayores y uno que otro romántico que aún piensa que las verdaderas ciudades sostenibles son aquellas en las cuales la mayoría de su población utiliza el transporte público.
Por otro lado, existe una prohibición de entrar con pasajero al centro de la ciudad, pero eso es un chiste porque las hordas de mototaxistas invaden cinco esquinas y todo el sector comercial sin que ninguna autoridad lo impida. También hay un día sin moto, que empieza a las ocho, de tal manera que desde las seis el tráfico se convierte en un pandemonium porque todos quieren lograr llegar a su destino antes de la hora. Sin embargo, esta prohibición poco se aplica en los barrios donde por lo general jamás aparece un policía de tránsito, sobre todo en algunos que se han convertido en "repúblicas independientes", donde hasta la policía teme entrar.
A la par tenemos la invasión del espacio público, que unido al mototaxismo y el embarazo adolescente son tres factores que generan pobreza, inequidad, violencia y desorden en la ciudad. Es poco probable encontrar una cuadra completa sin vendedores ambulantes, los hay de todo tipo, desde una pequeña venta de arepas hasta restaurantes completos con diez mesas y sus respectivas sillas, peluquerías en parques y andenes en donde los transeuntes absorben pelos y toda clase de residuos que estos botan, además de un robo de energía que al final terminamos pagando todos en la cuenta de alumbrado público.
Se toman avenidas, zonas de sesión, andenes, algunos alargan el antejardín para meter un carro más grande a costa del espacio público sin que ninguna secretaría u oficina haga control y sancionen a quienes ocasionan esta invasión. De hecho, hay un sector sobre la avenida Los Militares donde ya se intervino a un número considerable de ventas de comida que tenían tomada hasta la calzada, pero aún persisten sobre el andén algunos vendedores nocturnos de comida que además de utilizar el espacio por las noches no tienen el criterio de guardar los carros de preparación en algún garaje durante el día, sino que los dejan en el andén todo el tiempo, de tal manera que la ocupación del espacio público es total, día y noche.
Siguiendo esa tónica están los espacios alrededor de las clínicas de la ciudad, en donde se abre una clínica de inmediato se pierde el espacio público porque enseguida se instalan toda clase de ventas que terminan apoderándose de los andenes. Cuando los andenes no están ocupados por los vendedores ambulantes lo están por los automóviles que se estacionan en ellos, mientras los peatones tienen que caminar por la calzada. Y no pasa nada, aquí hay mucho dios, o mucho rezandero, y poca ley. Mientras tanto el señor alcalde sigue con su retahíla de Valledupar la más hermosa, la resiliente, la de los parques (de puro cemento), blablabla.