¡Espera!
Algo me lo dice cuando la vertiginosidad de lo cotidiano empieza a sumergirme en su lodo desesperante; puede que sea yo mismo, pero no lo puedo asegurar. Aunque no siempre es así: en ocasiones no necesito estar activo para sentir agobio. Por ejemplo, mientras estoy en el sanitario expulsando la materia fecal que mi cuerpo produce, muchas ideas arremeten contra el distraído silencio que vaga por mi mente; estoy seguro de que a ti también te pasa.
Al principio es confuso, pues no entendemos en qué se relaciona la situación acontecida con los pensamientos desiguales que inundan la tranquilidad de nuestro cerebro, pero cuando analizamos el significado de tan peculiar discrepancia nos damos cuenta que aquellas ideas son el producto de circunstancias que, de alguna manera, nos incomodaron en algún momento; o, diferente a eso, son ideas que alguna vez quisimos llevar a cabo, pero por alguna razón no pudimos concluirlas. Entonces nos empezamos a ahogar en olvidos intencionales o en recuerdos incompletos. La mayoría de ellos harán cuestionar todo lo que conocemos, mientras que otros profundizarán en temas que siempre creímos superficiales.
El asunto es simple. Empecemos por preguntarnos cuántas personas están defecando ahora mismo, como tú y yo lo hacemos; o, aún más sencillo, ¿quiénes están leyendo esto desde un celular, computador o tablet?, igual que tú y yo. Y es justo en ese momento cuando comprendemos la significante pequeñez de nuestra existencia. Pero es necesario ir más allá y no quedarnos en el simple hecho de comprender. Es necesario examinarnos y saber “qué somos ahora”, para así cuestionarnos y responder el “por qué” y “para qué somos”.
¿De qué sirve estar en un lugar y no hacer nada por él? Con esto me refiero a que no estamos aquí solo para ocupar un lugar en el espacio, es preciso realizar actos que, en cierta medida, puedan transformar el entorno que habitamos; porque, de lo contrario, es posible catalogarnos como animales irracionales.
¡Espera!
Aún no generes respuestas. Déjame decirte que impulsar cambios en la sociedad no es una tarea fácil, pero tampoco es complicada. No vayas a creer que por no tener un estudio académico (básico, superior o universitario), te es difícil promulgar una mejora. Todo es cuestión de hacerlo bien. Sí, así de simple.
Vivimos en una sociedad cada vez más superficial, donde importa el espectáculo que los demás inventan para olvidarnos de lo que pasa en nuestro alrededor. Vivimos en una fiesta de máscaras; ten en cuenta que realmente no estás conociendo a esa persona. Todo lo hacemos mal solo por llamar la atención de los demás y así impresionarlos. Pienso que esas impresiones son demasiado denigrantes.
Sentado en el sanitario, me pregunto: ¿qué pasaría si nos dedicáramos a ser más útiles y no a ser más importantes? De seguro que muchas cosas cambiarían. Por ejemplo, un zapatero firma su condena al éxito cuando es capaz tanto de elaborar como de reparar cualquier tipo de calzado, no solo zapatos, y, para rematar, brinda una garantía de dos meses porque está seguro de lo excelente que es su trabajo; las personas estarían satisfechas y, posiblemente, sin preocupaciones por sufrir otro daño en sus calzados. Un punto por el mejoramiento del entorno en el que se habita. Recuerda: la cuestión es hacerlo bien.
Sentado en el sanitario, y a partir de todo lo expresado hasta ahora, recuerdo una frase de Leila Guerriero, periodista argentina, que dice: “Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer y háganlos bien”. Es entonces necesario experimentar, enfrentarnos con aquello que nos hace sentir inseguros y así mejorar íntegramente, crecer como persona, junto con nuestro entorno. Mi mente se despeja con tranquilidad al entender que aquellas ideas revueltas son las jubilosas conductoras a propósitos arriesgados que transformarán todo lo que toquen a su paso. Aún estaba sentado en el baño y supe que lo había hecho bien.