Vacunas, un tema de nunca acabar

Vacunas, un tema de nunca acabar

"Cuando creí que ya lo había visto todo en esta materia, apareció un nuevo bicho: COVID-19, estrella de redes sociales, diarios y noticieros"

Por: Carlos Arturo Diaz Ortiz
abril 29, 2021
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Vacunas, un tema de nunca acabar

Mis primeros recuerdos de una vacuna se remontan a cuando yo era un hermoso y juguetón negrito y fui cazado, léase bien cazado, por una brigada de salud patrocinada por los yanquis, que no me inocularon con jeringa una vacuna contra algo que no recuerdo, sino que me pusieron en mi hombro un líquido que después punzaron con una gruesa aguja; el resultado fue una cicatriz en mi pobre antebrazo que me privó, al igual que a muchas aspirantes a reinas y futuros adonis fisiculturistas, de participar en concursos, castings y otras oportunidades que exigían una epidermis sin tacha. Creo que los amigos del norte lo que hicieron fue marcarnos quien sabe para qué perversos fines.

Antes de ese episodio, aprovechando que el que escribe era un indefenso bebé, supongo que fui vacunado contra un virus que desconozco o a lo mejor, como cualquier tercermundista, fui conejillo de Indias que no sucumbió en esos procesos, debido a las altas raciones de aguapanela con leche que nos administraban las 24 horas.

Sigue en mis recuerdos el encuentro con otra vacuna, está era una hermosa vaquita que surtía de leche a la familia de unos compañeros de colegio de apellido González; era ella, la esposa, consorte o compañera de un orgulloso toro, vacuno él, que reinaba en la finca de mis compañeros; ella afortunadamente no me embistió en las múltiples veces que intente realizar frustradas labores de ordeño.

Luego vinieron a nuestras vidas múltiples vacunas, estas no fabricadas por AstraZeneca  u otra firma, sino por los grupos guerrilleros, paras, de derecha, de izquierda; mejor dicho, de todos los puntos cardinales, pelambres ideológicos, políticos, etc., llamadas así para no decir extorsión, despojo, robo, otro etc., que sometieron a mi pueblo a un régimen, en el que cualquiera podría ser vacunado por el simple hecho de poseer bienes, o simplemente caer en una “pesca milagrosa”, otro hermosos y bíblico nombre, al desplazarse por cualquier vía nacional. Este sí que fue, o es, un proceso de vacunación con cubrimiento nacional muy bien organizado.

Luego, a pesar de mi corta edad, aparecieron en mi vida las vacunas contra algo llamado influenza, que sospecho tienen que ver con algunas arrugas y canas prematuras, porque en los sitios de vacunación al examinarme ya no me preguntaban si me quería vacunar contra el sarampión u otra dolencia infantil, sino que directamente me vacunaban contra la influenza.

Ahora, cuando creí que ya lo había visto todo en vacunas, apareció un nuevo bicho: COVID 19, estrella de redes sociales, diarios y noticieros; mortífero virus cuya procedencia, como la de los buenos malos, nadie quiere atribuirse, que en un santiamén nos puso a todos de rodillas, para el que los científicos dictaminaron que se necesitaba, adivinen ustedes, ¡¡una vacuna!!

Para protegerme, durante un año me devané los sesos y consulté todas mis fuentes para tratar de encontrar un antídoto, ojalá criollo, como el borojó, estampitas del Divino Niño, límpido con coca cola, sahumerios y otros avances científicos y religiosos como estos, todo en vano.

Hace unos días en una de mis caminatas apertrechado con mi kit bioseguro (mascarilla, spray de alcohol y el síndrome de persecución COVID 19), pasé por el frente de la universidad en la que laboro y vi un grupo de gente de edad que hacia una fila al frente de su entrada. Por mi vocación de preguntón indagué qué ocurría y me explicaron que estaban vacunando a gente “mayor”. Cuando iba a seguir mi camino por no considerarme de ese grupo, uno de los encargados me reconoció y me dijo “profe, usted puede clasificar en este grupo y es posible que algunas dosis de vacuna estén disponibles". Para no alargar esta historia, nuevamente, a pesar de mi corta edad, fui vacunado con Pfizer, marca que para el jet set criollo significa estar in. Eso me lo creí hasta que escuché a un científico de esa marca afirmar que de pronto se requerirían “3 dosis”, válgame Dios!

Ahora, a la espera de mi segunda dosis, todos los días me reviso frente al espejo para verificar que no aparezcan deformaciones, crecimientos capilares en lugares no apropiados y otras anomalías que los pesimistas relacionan a diario. De igual forma, estoy buscando en la web un programa que detecte el posible microchip que me instalaron con la primera dosis de vacuna, tal como lo afirmaron con bases científicas unas vecinas en el ascensor del condominio.

Como ven esto de las vacunas es un tema de nunca acabar, creo que nos seguiremos viendo frecuentemente en los puestos de salud.

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