Se necesitan muchos hígados y ser muy caradura para salir a sostener, como lo ha hecho Santos, delante de Felipe Gonzales y José Mujica, que la paz marcha muy bien en Colombia, tal como ocurrió en la reunión del sábado 6 de mayo de la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación del Acuerdo Final (CSIVI) que se llevó a cabo en Turbaco, Bolívar.
Para entender objetivamente qué pasa con la llamada paz neoliberal de Santos con la cúpula de las Farc basta con acudir a la caracterización hecha por el candidato presidencial Gustavo Petro sobre la misma. Para él en Colombia no hay un proceso de paz. Esto es un acuerdo entre cupulas para acabar una guerra, y acabarla en forma de un desastre político.
Mal puede construirse una paz en medio del exterminio de centenares de líderes sociales y de los derechos humanos. A diario se acribillan reconocidos dirigentes populares y se organizan casas de pique como en Tumaco según la valiente denuncia del procurador Carrillo ante la mirada cómplice y la indolencia de miles de integrantes de los aparatos armados del gobierno focalizados en las nuevas guerras contra la droga.
¿Será posible hacerle creer a los líderes populares, a sus familias y sus comunidades que la paz ya es un hecho y avanza con paso firme? Se necesita estar muy loco para comerse semejante embuste del gobierno y sus voceros.
Qué paz puede haber cuando los recursos aportados por otras naciones y por el presupuesto público desaparecen en el hueco negro de la corrupción prevaleciente en el Fondo Colombia en Paz, donde más de 520 mil millones de pesos (ver) apropiados para la sustitución de cultivos se han repartido a físico dedo gracias a la tercerización con Naciones Unidas, que facilita eludir los procesos licitatorios con las respectivas coimas; que por supuesto no ve el Fiscal Martínez, más interesado en distraer con las irrelevantes e insulsas chuzadas telefónicas a Marlon Marín para enlodar a Ivan Márquez, entre las Epsagros de papel escogidas como entre compadres por la red de contratistas pagados por la ONU al servicio de Eduardo Díaz, los cuales se mueven a sus anchas haciendo turbios negocios en Tumaco, Guaviare, Sur de Bolívar, Putumayo y Catatumbo, engañando con paquetes tecnológicos de basura que a la postre serán un fracaso tanto con el cacao, como con el café, la ganadería, el arroz, el maíz, etc., propiciando de nuevo la resiembra y la ampliación de los cultivos de coca con sus correspondientes procesos de violencia y anarquía institucional.
Esta problemática es la que no quiere ver el fiscal NHM, ni el contralor y la que menos atención suscitó en el reciente debate de control político adelantado en la Comisión primera de la Cámara, en el que el gobierno se limitó a entregar una farragosa información muy útil para tapar los grandes negociados que se están haciendo con los dineros de la paz.
¿Puede ir bien la paz con este festín de corrupción y tráfico en la inversión de los dineros del denominado posconflicto en el que incluso participan reconocidos miembros de la cúpula reintegrada transformados en eficientes intermediarios del engaño, de la gerencia del posconflicto y del Fondo Colombia en Paz?
¿Puede ir bien una paz que bloquea el control social de las veedurías ciudadanas, como la que hemos registrado en la Personería de Bogotá y es arbitrariamente desconocida, no obstante la alharaca del vicepresidente Naranjo con sus sermones de nuevo cuño sobre la transparencia institucional?
No puede ir bien la paz cuando un elemento sustancial de la misma, el sujeto político que debió conformarse con el fin del conflicto, me refiero al Farc, salta hecho pedazos al momento de ponerse a prueba la cohesión y la capacidad de solidaridad del mismo con ocasión del horrendo y vulgar montaje orquestado por la Dea y la Fiscalía contra uno de sus más prestantes e inteligentes líderes, el representante Jesús Santrich, con amplia aceptación entre las bases tal como lo acreditaron las votaciones de su primer Congreso, que generó la animadversión y resentimiento de otros personajes afectados por la caída de su reputación entre la militancia guerrillera. Asombra que escritores o voceros cercanos al denominado viejo Secretariado se aprovechen de esta desgraciada circunstancia para traslucir cierta satisfacción con el avanzado montaje policíaco imperial que hoy tiene al borde de la muerte a Santrich, quizás la mente más lúcida de la resistencia agraria revolucionaria. La sucia y anti ética maniobra no deja de serlo por más que se recurra a una manida retórica jurídica y al ilegítimo constitucionalismo neoliberal.
¿Cómo puede entonces afirmarse, como lo hace JMS, que la paz va bien?
De ninguna manera. Los hechos dicen todo lo contrario y los nubarrones son cada vez más oscuros.