El cambio climático es quizá la mayor amenaza del siglo XXI. Afecta a todos los habitantes del planeta, sin importar la raza, la ubicación geográfica o la tasa de crecimiento económico.
En el centro del cambio climático está la industria de la energía, un importante contribuyente a las emisiones de gases de efecto invernadero y, a su vez, uno de los sectores que más se verá afectado por el calentamiento global. Según la Agencia Internacional de Energía, la demanda energética global está destinada a aumentar en un 37% para el 2040, produciendo un incremento en las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por factores como el crecimiento económico, el aumento de la población mundial y la falta de políticas efectivas de mitigación del cambio climático.
La energía juega un papel fundamental en aspectos sociales, políticos y económicos. En sociedades consumistas como las de occidente, muy pocas personas pueden vivir en una casa o apartamento, trabajar, movilizarse y hasta tener ocio sin necesitar “enchufarse” a una fuente de energía. Su producción es considerada un elemento vital en la economía global; sin embargo, representa una amenaza de alto impacto en temas ambientales y sociales. Además, nos impone retos importantes en cuanto a su producción, distribución y consumo.
Es por esto que, desde hace algunos años, el concepto de transición energética (Energiewende en alemán) ha tomado fuerza en todo el mundo. Algunos la definen como “la transición desde las energías no renovables y contaminantes a las energías renovables y limpias, al aumento de la eficiencia y a un consumo responsable”. La utilización de energías como la solar, eólica o de biomasa, entre otras, prepara el camino hacia un modelo de desarrollo sustentable, productivo e igualitario.
Precisamente, el mayor exponente de dicha transición hoy en día es Alemania. El país europeo le ha apostado a “transitar” hacia las energías renovables mediante la implementación de medidas legislativas y la fijación de metas como la reducción de gases de efecto invernadero entre un 80 y un 95% para el 2050. Como es obvio, ello implica además, una mayor inversión en investigación y desarrollo.
En el caso de Colombia, es importante recalcar que en los últimos 60 años el país ha sufrido más de 13 apagones interregionales y que, en la actualidad, la capacidad energética depende en un 66,6% de las grandes hidroeléctricas y en un 28,5% de las plantas térmicas fósiles. Es previsible que estas cifras varíen significativamente, en la medida en que el clima seguirá cambiando y afectará, sin lugar a dudas, todo el territorio nacional colombiano.
Según el IDEAM, el cambio promedio de temperatura en Colombia para el período 2011-2040 aumentará 1.0ºC y 2,14ºC entre 2071-2100. Este aumento en las temperaturas también afectará el promedio de las precipitaciones: entre 2011 y 2040, regiones como la Amazonia y el Caribe presentarán disminuciones del 30,2%, mientras que en la región Andina habrá aumentos promedio del 20,2%.
Así las cosas y frente a estas calurosas expectativas, cabe la pregunta, ¿cómo va la transición energética en Colombia?¿Existe o no existe?
Es evidente que el escenario ha cambiado. En las décadas pasadas, la noción de los gobernantes por promover la energía hidroeléctrica en el país era comprensible. Para ese entonces, los efectos que el cambio climático tiene sobre las represas no eran claros, como tampoco lo eran sus impactos ambientales y sociales.
Hoy en día, eventos como el fenómeno de El Niño del año pasado, que dejó al país al borde de un apagón y que despertó al fantasma del racionamiento, evidencian que no es aconsejable —ni prudente— depender de una sola fuente energética. Sin embargo, este fenómeno también expuso oportunidades en regiones como La Guajira, por ejemplo, donde los vientos alcanzan una velocidad media de 9 metros por segundo (m/s) y son constantes durante el evento climático. Condiciones ideales para la generación de energía eólica.
Si se tienen en cuenta datos como el total de la energía instalada en Colombia, que es de aproximadamente 16,500 MW y, que los vientos en La Guajira, según el IDEAM, producirían 20,000 MW, la demanda energética del país podría ser cubierta con las agradables “brisas” de esta zona del país.
En cuanto a energía solar, las zonas del Magdalena y La Guajira son las que mayor radiación solar presentan a lo largo del año y, en ocasiones, dicha intensidad solar duplica la de países pioneros como Alemania. De nuevo, Colombia está ante una oportunidad de crecimiento verde que no debería desaprovechar.
Por otro lado, durante años se han hecho más comunes los rellenos sanitarios, o “basureros”, como se les suele llamar. La preocupación y el afán por esconder o desaparecer nuestros desperdicios, ha desencadenado métodos alternativos como el entierro de basuras o la quema al aire libre, excluyendo así la oportunidad de generar energía a partir de biomasa.
La energía de biomasa emite bajas cantidades de dióxido de carbono y tiene un alto potencial energético que, como señaló el Ministro de Minas y Energía, Germán Arce Zapata, durante el Primer Congreso Nacional de Bioenergía BI-ON, incentiva la generación de empleo y nos ayuda a contrarrestar los efectos del cambio climático. En el 2016, sólo el 0,9% del total de energía en el país fue producido a partir de biomasa proveniente del bagazo y el biogas.
Las cartas están sobre la mesa. La posición geográfica de Colombia, la variedad de climas y la megadiversidad representan un alto potencial para desarrollar energías renovables y, ante la inestabilidad climática, resulta necesario que el país transite hacia las energías renovables.
A pesar de que se ha avanzado en materia legislativa mediante la aprobación de leyes como la 1715 de 2014 y de que, en mayo de este año, Colombia fue elegida como vicepresidente de la Agencia Internacional de Energías Renovables, Irena, el Gobierno nacional debe fijar objetivos de mitigación ambiciosos que acompañen una mayor inversión estatal en ciencia y tecnología para generar conocimiento propio sobre el mercado. Se debe hacer un uso eficiente de la riqueza natural, la biodiversidad y la geografía para construir modelos de desarrollo que permitan al país competir en energías renovables, ser más productivos y garantizar el acceso a la energía a todos los colombianos.
Asimismo, se requiere actualizar la agenda energética y la legislación actual para promover el uso eficiente y responsable de energías limpias. Y es que en Colombia el problema no es tecnológico, es institucional. El rol del poder y de los intereses detrás de la implementación de modelos diferentes que abren espacio a nuevos actores sociales, políticos y económicos, ha estancado al país en la corrupción y en la falta de masas críticas que exijan un cambio.
Pero, la transición energética también requiere de la participación ciudadana, ya que esta solo es posible si se cuenta con una ciudadanía activa que trabaje unida para aportar a esta transición mediante el cambio en sus hábitos de transporte, de alimentación y de consumo.