V… para la erección
Opinión

V… para la erección

Por:
octubre 18, 2013
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La célebre escena del balcón en el segundo acto de Romeo y Julieta está llena de alusiones cultas con diferentes niveles de significado. En un momento dice Julieta: “Solo tu nombre es mi enemigo…¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos Rosa si por otro nombre fuera conocida olería igual de dulce”. Existen varias interpretaciones de este fragmento. La más reciente y prosaica explica que el poeta se burlaba en juego de palabras del rival Teatro de la Rosa, cercano al Támesis y usado en el galardonado Shakespeare in Love, cuyos malolientes miasmas eran bien conocidos.

En una interpretación más filosófica los versos hacen referencia a la vieja controversia medieval entre realismo y nominalismo: existe una Rosa universal y real o solo existen rosas particulares con sus distintos aromas.  En medicina equivaldría a preguntarse si decir “me cayó una gripa” supone un objeto real en el aire que desciende sobre nosotros como un demonio.  Evidentemente no. Los nombres de las enfermedades son palabras que aluden a complejos procesos biológicos personales.  Difícilmente podemos considerar las enfermedades cosas universales, entes distintos a nosotros mismos con nuestros hábitos e historias particulares. No existe la Rosa sino muchas rosas ni enfermedades sino solo enfermos. Debemos discutir el nombre de las enfermedades para no verlas como amenazantes y autónomos demonios alados sobre nosotros. Pero a veces, como dice Julieta, el nombre es el enemigo. Nos negamos por ejemplo a una conversación tranquila y racional cuando surge la palabra cáncer.

Esto no es nuevo en medicina. Durante el Renacimiento llega la sífilis a Europa. La desconocida enfermedad era tan temida como hoy el sida y los nombres que tuvo fueron varios: enfermedad española, mal napolitano, mal francés, gran viruela (pox) en inglés. Esas denominaciones dan cuenta del probable viaje de la sífilis tras el Intercambio Colombino cuyo aniversario celebramos hace poco desde América a España, luego al Reino de Nápoles, a Francia por sus ejércitos y a toda Europa después. Al llegar al norte de Italia la enfermedad encuentra un gran médico llamado Girolamo Fracastoro en Verona, incidentalmente la ciudad de Romeo y Julieta. Fracastoro en su poema titulado “Sífilis o el Mal Francés” (1530) le da el nombre definitivo pues el protagonista así llamado sufre esa enfermedad. Unos diez años después Fracastoro genialmente propone que es causada por “semillas vivas” adelantándose cuatro siglos a la idea de infección. Toda esta historia demuestra que los diversos nombres de las enfermedades reflejan frecuentemente nuestro miedo pero al mismo tiempo nos tranquiliza llamarlas así o asá pues creemos entonces conocer al enemigo.

Hoy explicamos nuestras enfermedades por mutaciones y moléculas receptoras que frecuentemente se distinguen con abreviaturas y cifras. Dos o tres semanas atrás proponía burlonamente a una colega que remplazáramos los nombres de las neoplasias por letras y números diagnosticando por ejemplo un H-24-B.  O usar en otro caso la lista de tumores benignos de manos y pies que un acucioso buen patólogo me suministró: FTS, MCD, SAF, ADFK, PN, GCTTS, IDF, CDF, FOPT, CAF, PF/PF, GT.  Pero no imagino decir que uno sufre de un número o unas letras y no de una “entidad” (aunque ya hemos dicho que las enfermedades no son entes) con cierto nombre. Parece que necesitáramos sustantivos y adjetivos para nuestras dolencias.

Lo de los nombres en medicina va más allá de las enfermedades. También damos particulares nombres a sus remedios. Y en esto nos gana la partida la industria farmacéutica.  Ustedes habrán observado que drogas para la disfunción eréctil usan la letra V que nos haría pensar subconscientemente en varón, vigor, virilidad, victoria. Y los nombres de fármacos para dormir la letra Z que nos recordaría la paz o el suave zzzz de nuestras madres. También los antibióticos frecuentemente acaban en ina recordándonos la antes poderosa penicilina. Todo esto es producto de cuidadosos estudios de mercadeo que recomiendan un nombre u otro.

Aquí vemos en acción cierto “despotismo ilustrado” de grandes laboratorios manipulando la demanda farmacéutica. Pero a veces se equivocan. A comienzos de año un oncólogo de un centro académico de Boston escribió una carta (N Engl J Med 2013; 368:194) quejándose de algunos nombres de nuevos medicamentos para el cáncer de próstata pues son tan complicados y similares que pueden llevar a peligrosas confusiones del médico o la farmacia. Sugiere usar la denominación genérica o partes de ella al nombrar la droga.  Sinceramente esto no parece solucionar el problema pues en su comunicación los genéricos citados son tan difíciles de recordar como los nombres comerciales, Xtandi versus Enzalutamida por ejemplo, y el galimatías predecible. En nuestro país a pesar de las regulaciones los mismos médicos frecuentemente olvidamos los nombres genéricos.  Recuerde entonces que los fármacos para la erección llevan V en el nombre o pida el “V… genérico” en la droguería.  La dependiente lo entenderá y sonreirá.

 

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