Sin querer demeritar la valía de un burro en ciertos contextos de alto valor económico y cultural para nuestra sociedad, me permitiré usar esta imagen para denunciar un abuso que siempre que lo sufro me pone un poco irritable. Algunas veces logro contenerme y otras, digo alguna estupidez al conductor que me tocó en suerte.
Me refiero a los conductores de flotas y microbuses de la Sabana de Bogotá. No sé por qué razón he tenido últimamente experiencias similares en un lapso más bien corto de tiempo. El punto es que he vivido, en carne propia, la sensación de ser tratado como burro de carga o como vaca en un camión, en varios de estos vehículos de servicio público.
Algunas personas se quejan, pero creo que al final todos se conforman con llegar lo más rápido posible a su destino, aunque sea a trompicones y a veces con los riñones algo descompuestos, o al menos momentáneamente fuera de su puesto.
La pregunta inevitable que surge es: ¿qué necesidad hay de conducir tan mal, acelerando y frenando de manera tan atropellada? ¿el afán de cumplir con un horario establecido por el supervisor de turno? ¿o ganar unos pesos más al día? ¿o ganar una carrera contra otro conductor? ¿o qué?
En uno de esos viajes en los que los pasajeros fuimos tratados como burros de carga por el continuo acelerar y frenar brusco, que tenía como “norma” el conductor de la flota en la que, por cosas del destino me subí con toda mi familia (incluyendo un niño de 9 años y una niña con SD), escuché a un pasajero justificar el atropello a nuestras humanidades, diciendo que los conductores debían cumplir un horario de salida y de llegada y seguramente el conductor estaba ya atrasado.
¿A quién, en su sano juicio, se le ocurre pensar que una flota pueda llegar, a una hora exacta, a su destino final en un país como Colombia donde además de los huecos que pueda haber en una carretera, pueden ocurrir cientos de incidentes que obstaculicen el tráfico y por más que se quiera no se puede avanzar?
Estos atropellos de los que somos víctimas muchos ciudadanos que vivimos en los pueblos norteños de Cundinamarca (y seguramente en todos los departamentos del país) tienen una causa fundamental, creo yo: la falta de educación de los conductores y de los dueños de las empresas de transporte.
Quiero subrayar aquí que el problema no es solo de los conductores, también es de los gerentes o de los dueños de estas empresas.
No me cabe la menor duda que unos y otros han recibido una mala o pésima educación (tanto en la casa, como en el colegio) que los lleva a actuar de maneras poco racionales.
A esto se suma que, probablemente, muchos de ellos sienten poco amor por lo que hacen y mucho menos aún pueden sentir algo de consideración con los pasajeros cuyas vidas están, por circunstancias varias, en sus manos, por algunos minutos u horas de un día cualquiera en que sus distantes existencias se cruzan por casualidad.
Y a propósito de la educación, ¿algún candidato al congreso o a la presidencia ha hablado seriamente sobre este tema? Me parece que no.