“Ustedes los escritores son todos unos ijos de puta” decía la pintada en la puerta de nuestro edificio y el primero en alarmar fue Posadita, Armando Posada, un poeta nadaista de pelos largos y achinados, flaco de pasar hambres y con ojos de pedir auxilio. Nos reunimos en su apartamentico con el poeta Rojas, un amante de Neruda que debe tener cincuenta y aparenta ochenta y dos, ochenta y tres años, si me apuran. Y yo, un humilde servidor. Nos reunimos para hablar de la pintada y pedirle cuentas a un aguardiente Cristal que Posadita tenía guardado bajo las enaguas.
Cuando servía el primer trago, sentenció el dueño de casa: Fueron las putas del bar “fridays”. Nos miramos con Rojas como diciendo estás chalao, las del “fridays” no pueden ser, que son un primor de mujeres y, antes de revirarle, Rojas dijo que eso fue el casero, que cuántas rentas le debemos. Cada cual hizo su cuenta, la mía da cinco meses de atraso, pero el tipo es un buena gente a quien le gusta la literatura, y yo le hablo de la nueva narrativa mexicana o argentina prestándole libros y a él se le olvidan sus acreencias. Pienso a quién más le debemos dinero y en esas caigo en cuenta y grito: Huevones, que el de la pintada es el tendero. Todos dijimos ajá, la letra ese tiene la misma redondez de sus letreros, y nos acordamos cómo estamos acostumbrados a comprar abichuelas, ortalizas, abas, ierbas varias y uevos grandes y pequeños. Y si los higos los anunciaba en sus tableritos pintados con tiza como igos, está claro que los ijos eran hijos.