Mi nombre no es relevante y sé las consecuencias de hacerlo público, por eso alguien ha prestado su nombre para hacer pública esta carta. Bástese con decir que tengo 27 años, los 11 últimos los he dedicado a darle esperanza a mis pacientes. Atrás quedó mi ciudad, amigos y la compañía de mi familia, a la que a cada oportunidad le detallo más las arrugas por lo poco que puedo compartir con ella.
Estudié con la desventaja de vivir sola a los 16 años y hacerme responsable en poco tiempo de toda mi vida. Sabía por qué había elegido mi carrera, eso me llevó a perder mis amigos y a tener que ver cómo el tiempo de mi adolescencia se iba entre libros y prácticas, mientras que por las redes sociales aprendí que son las fiestas. Hubo muchos esfuerzos personales y familiares, finalmente logré ser egresada de la facultad de medicina de la Pontificia Universidad Javeriana.
Pero resulta que cuando eres médico, no basta con estudiar un pregrado más largo que los demás, sino que lo delicada de nuestra labor nos exige especializarnos. He estudiado durante 4 años más y he tenido que pagar para tener que trabajar gratis turnos de hasta 36 horas seguidas en aquello que elegantemente llaman “residencia”, que no es más que una de las muchas variedades de explotación laboral.
Especializarme para poder brindarle a mis pacientes lo mejor de mis conocimientos, me cuesta económicamente mucho más que el pregrado; adicionalmente, acá no puedo comer o dormir, pero sobre todo el sistema de salud colombiano me obliga a seguir con este régimen de vida; sin poder estar en las celebraciones familiares y sin poder contar con quien me apoyara. La medicina me costó mi matrimonio, pero como mujer divorciada, sigo adelante. Por más que la realidad diga varias veces que no es así, siento la satisfacción general de darle esperanzas y ayuda a mis pacientes.
En el fondo aún creo que brindarles las atenciones y cuidados a mis pacientes es la razón y motivación para continuar, pero vi, en el poco tiempo libre que tengo, tristes demostraciones de aquello que a diario hace parte de los problemas estructurales del país, un periodismo mediocre que pretendía abordar el tema médico.
Sin un fondo y sin la más mínima investigación más allá de la búsqueda de un titular sensacionalista al mejor estilo del desaparecido pasquín El Espacio, en su versión televisiva y más perversa, Séptimo Día; el programa dirigido por el mediocre periodista Manuel Teodoro que jamás pudo salir de ese programa con formato de los 90 y que con regularidad debe corregir las falacias que vocifera en televisión nacional por orden de algún juez nacional. El 1 de octubre de 2017 emitió un programa al que tituló muy provocativamente “Madres denuncian que por cesáreas innecesarias ellas o sus hijos sufrieron daños irreversibles” .
No señor Manuel Teodoro, yo no soy responsable, ni penal, ni administrativamente, ni profesionalmente como quiso presentarnos a todos los médicos del país por situaciones que nuestra limitada naturaleza humana nos permite contralar. Mi responsabilidad es brindar todos los medios y conocimientos, seguir los protocolos y procedimientos que tenemos para ofrecerle a nuestros pacientes el mejor de los tratos. En cambio usted no hace lo mismo en su oficio de “periodista”; para usted es muy sencillo ponernos de frente a pacientes que comprensiblemente están adoloridos porque nuestras manos pudieron o no tenían más que ofrecer; para usted es muy sencillo lucrarse con el dolor de nuestros pacientes. ¡Qué fácil es ganar dinero así! Puesto que la condición humana tiene una inexplicable dosis de morbo, imagino que su programa debe ser masivamente visto, pero lo que usted ni sus “periodistas” son capaces de investigar es qué se siente no poder ofrecer más y sentir que una vida se me escapa de las manos.
Señores de Séptimo Día, señores Citytv, entiendo que los novelones y las frustraciones de un médico no dan rating; pero la sangre, la muerte y señalar a los demás si lo da, en eso llevan haciendo escuela largos años y por eso en el noticiero de Citytv en una breve nota de no más de 3 minutos condenan a todos médicos sin siquiera analizar que cada procedimiento medico como el “dar a luz” tiene como cada actividad humana un riesgo. Sin embargo, pedirles que cambien su línea editorial e investigativa hacia algo más profundo y menos superficial es esperar que el sol salga por occidente.
A pesar de que ustedes nos han colocado como victimarios y culpables que deben explicar el actuar profesional a las cámaras después de haber parcializado a la audiencia durante toda la emisión del programa, sin considerar siquiera que a nivel personal, nunca es sencillo aceptar que una vida se fue o que un paciente cargará por siempre con secuelas en su salud.
Sin embargo, a pesar de los limitados recursos financieros, técnicos y humanos con que contamos, mis colegas hacemos lo que podemos y tenemos a nuestro alcance con el único interés de ofrecerle el mayor bienestar a nuestros pacientes. Usted, señor Manuel Teodoro, jamás podrá entender o quitarnos la alegría de haber salvado una vida, de ver cómo empieza una. Ustedes, señores periodistas mediocres, jamás podrán entendernos mientras sigan pensando en acusar y no en investigar.