El desempleo y la violencia a veces van de la mano. Pues me tocó hacerlo en solidaridad con un joven taxista que fue atracado por otro joven atracador que lo hirió con un puñal, me comentó. Ese es el resumen de la vida de muchos jóvenes en el país.
La violencia en la ciudad no es cierto que se haya recrudecido por bandas criminales del narcotráfico. Esta ya venía creciendo por la falta de oportunidades de las nuevas generaciones que estas bandas han sabido aprovechar sumando a miles de jóvenes a estas lides.
El problema es estructural y va más allá de la falta de educación, es la falta de oportunidades para obtener un trabajo formal. Cuantos profesionales no hay desempleados o subempleados, o viviendo solitarios, o hasta dependiendo de la familia o la compañera (los roles en los hogares han venido cambiando por esta realidad). Los que no son profesionales son mal pagos, explotados de todas las formas y, ahora mucho más que hay una sobreoferta laboral con la migración de los extranjeros.
Y ni qué decir en el sector público, en el que los trabajos públicos (a excepción de los de carrera) son propiedad de la clase política.
No hay empleo público que no tenga un padrino político detrás. El caso de los 65.000 contratistas de prestación de servicios al servicio de la alcaldesa en Bogotá es indignante, y eso que juró que iba a acabar con las palancas para trabajar con el distrito.
Lo que antes era una salida para muchos, como conducir un taxi o un carro particular para trabajar con las nuevas plataformas, puede costar la vida o la integridad física.
Las realidades urbanas tienen más profundidades que lo que cuentan los medios y las autoridades.