Sin duda su partida duele, maestro. Sin duda mi colección de libros se quedó sin su autógrafo. Sin duda se fue del mundo, pero también sin duda, usted nunca murió ni morirá. Las personas sólo mueren cuando las olvidan Don Gabriel, y a usted nadie lo va a olvidar, usted será inmortal para las personas que se atrevan a leerlo.
Don Gabriel, ¿Le puedo decir Gabo? Muchas personas lo hacen pero yo lo siento confianzudo. Me hubiera gusta hacerle esa pregunta de frente Don Gabriel, en su casa, me hubiera gusta tener el placer de conocerlo, de que usted me contara sobre Mercedes, su esposa, y decirle que mi mamá también es piscis, como usted. Me hubiera gustado acompañarlo a tomar champaña, leí que le gustaba ponerle hielo para hacerla más ligera y mantenerla fría, me hubiera gustado hablar, de la vida, de Colombia, de Macondo. Me hubiera gustado decirle que yo también amo el picante.
Me hubiera gustado agradecerle Don Gabriel, me hubiera gustado decirle un insignificante ‘Gracias’ que nunca habría podido equivaler a regalarle al mundo 100 Años de soledad, dicen los que saben que es el segundo mejor libro escrito en español, pero yo defiendo a capa y espada que Macondo y los Buendía son mucho mejor que Don Quijote y los molinos, y que Úrsula es mejor que Dulcinea. Muchas gracias Don Gabriel.
Gracias por denunciar la masacre delos 3.000 trabajadores durante las huelgas bananeras en 1928, gracias por usar su fama y su poder, ese que usted a veces odiaba y a veces amaba, para intervenir en asuntos políticos, gracias por ser el hombre más importante de Colombia. Gracias Don Gabriel por regalarle a Colombia un referente literario “-Hi, Nice to meet you, I’m Paula, From Colombia. -Colombia? From One Hundred Year of Solitude? -Yes, I’m from there”.Gracias por las mariposas amarillas, gracias por los cuartos de las putas tristes, gracias por los coroneles, por los ojos de perro azul, por Santiago Nasar, por los cuentos peregrinos que en realidad no fueron doce. Gracias Gabriel por nacer en Colombia.
Me hubiera gustado decirle que usted hizo mi vida mejor, que aunque nunca lo conocí siempre hablé con usted, que sus libros son conversaciones, que usted charla con quien decida leerlo. Muchos pueden contar historias, muchos pueden escribir, pero pocos son capaces, como usted, de hablar con el lector, de inventarse un mundo, de hablar de arte, de revolución, de pobreza, de riqueza, de política, de actualidad y seguir colocando como primer requisito para sus libros, y para su vida, el amor y el humor.
Me parece justo que haya muerto Don Gabriel, no me malinterprete, no quise decir que quisiera que pasara, sino que es justo. Es más me gustaría que la vida tuviera inmunidad para las personas como usted, y que hubiera escrito muchos libros más y nos hubiera prestado un pedacito de su ingenio a todos sus lectores, pero no, no es así, me parece justo que haya muerto porque a usted lo único que le dolía de morir, era no morir de amor, y estoy segura, sin conocerlo, de que usted murió amando la vida y la inmensa casualidad de nacer y por eso me parece justo que usted haya cerrado los ojos y se haya ido a conocer nuevos lugares a escribir nuevas historias.
Don Gabriel, yo no sé si exista vida después de la muerte o si exista el cielo, pero yo quiero ir a donde usted esté. Para que me cuente historias, para qué me diga el porqué del exilio, para que me regale su autógrafo, su firma, su compañía, su magia, usted es un mago Don Gabriel. Quiero ir a visitarlo y preguntarle por qué México, por qué no vivió en Aracataca, por qué visitaba tan poco Colombia ¿Usted se olvidó de Colombia? Me hubiera gustado entrevistarlo Don Gabriel, hablar con usted y no con sus libros.
Me imagino sus ojos, profundos y tristes, sabios y comprensivos, pero felices e ingeniosos. Me imagino su sonrisa Don Gabriel, su personalidad y entiendo que usted es más costeño que el vallenato por todas esas fotos en las que sacó la lengua. Soy muy mala en tenis Don Gabriel, pero ojalá hubiéramos podido jugar o tal vez podamos jugar después de que yo también me muera.
Don Gabriel, cualquiera que haya leído, si quiera una página que usted haya escrito, debe comprender que aunque usted murió no murió. Es decir, su inmortalidad inició en 1955 con La Hojarasca, su primera novela y para 1967, cuando publicó 100 años de soledad, usted ya estaba destinado a vivir para siempre, mucho antes de 1982, cuando ganó su Nobel de Literatura. Usted vive en el corazón y en las historias de todo el mundo. Sólo le digo que me hubiera gustado conocerlo, para decirle gracias y para preguntarle si le podía decir ‘Gabo’.