Es posible que se enfade si alguien le dice que su cuerpo es dominado, que su cuerpo es sumiso, que su cuerpo es sátrapa, que su cuerpo es obediente y seguramente se llena de presunción si le afirman que su cuerpo es libre.
No voy a entrar en una polémica con usted, sobre todo si es un ciudadano ejemplar, si es un burgués emancipado, si es un patrón generoso o erizado, si es un proletario rebelde, si es un burócrata afamado, si es un abogado que obra como correa de transmisión del Estado, si es un oficinista de bajo nivel, un lumpen proletario o pequeño burgués.
Déjeme aseverarle que solamente me interesa hablar de su cuerpo, amasado por el trabajo, rotulado como empleado, enganchado por el Estado o trabajador independiente. Puede que no sea nada de lo anterior y prefiera que lo llamen funcionario, artista, escritor, comunicador, poeta o dramaturgo.
Piénselo bien, acepte que antes de ser ciudadano, señor, doctor, vecino, propietario, patrono, dueño, capitalista, pobre, potentado o rentista, es prensado por un sistema productivo que lo hace soñar o sentir las pesadillas de la perplejidad en que vive o sobrevive, máxime cuando entiende la dimensión mundial de los cuerpos corruptos.
No eluda esta afirmación: Usted es un cuerpo. No se extrañe, tóquese, pálpese, asuma la realidad ornamental de un organismo que tiene manos trabajadoras, o recibe cómodamente el fruto que producen otras manos.
Claro está, que lo cuerpos son individuales, tienen características específicas, son diferentes, muy pocos guardan similitudes, pero todos, en mayor o menor grado, están sometidos a una relación de sometimiento social, aunque haya ejemplares como los del Ku Klux Klan y su soberano mentor, Trump, que se consideran por fuera de la especie humana.
Disculpe que le formule otras preguntas. ¿Alguna vez, es verdad, que usted ha sentido, que su cuerpo pertenece a otra jerarquía humana?
¿Acaso no ha pensado que el rango de su cuerpo es superior?, ¿en alguna oportunidad le subyugó Así hablaba Zaratustra?
¿Es usted productor, industrial, fabricante, técnico, operario, asalariado, artista, pensionado, propietario, capitalista o terrateniente?
Piense que su existencia familiar, social o colectiva está inmersa en la producción o por fuera de ella, no lo desconozca y es en ese entorno que su cuerpo produce o simplemente consume, esfera donde recibe o no sus beneficios, tanto que usted puede observar que algunos cuerpos, en la competencia, se quedan con la cola del ratón y otros con la cabeza del león.
Es paradójica la sociedad de los cuerpos. Todos están estratificados, tienen su sitio en el sistema universal conocido como neoliberalismo y no pueden salirse de sus límites.
Hubo cuerpos arrasados por la guerra, para regocijo de otros cuerpos, que entraban hablando de democracia como si fueran organizaciones protectoras de los derechos de otros cuerpos. Libia e Iraq son ejemplos.
Que rara es nuestra sociedad, hay cuerpos organizadores, reformadores, organizados, aplastados, deprimidos, uniformados, achatados, sujetos y sujetados.
Piénselo bien, no le dé un carácter romántico a los cuerpos, sobre todo cuando se trata de los cuerpos de los niños, que no tienen valor en el mercado de trabajo, tal como ocurre con los niños de la Guajira, sin valor comercial para el Estado y la empresa privada, porque en vida pertenecen a los cementerios del hambre.
Observe, si mueren los niños en la ciudad son objeto de ceremonias especiales, pero si mueren los niños en los desiertos que se asoman al Cabo de la Vela, como no están registrados como cuerpos productivos, no interesan a las minas de Big Group Salina Colombia (Salinas de Manaure) ni a Cerromatoso S. A., y mueren como seres clandestinos y desconocidos.
Pero no sigamos hablando del valor de los cuerpos en general. Observe su familia. El cuerpo donde la mujer tiene menos valor y menos libertad, es como un patrimonio que pertenece al hombre porque el sistema patriarcal subsiste, pese a los derechos constitucionales.
Piénselo bien, el Estado maneja los cuerpos, tiene una política de salud que es herencia de la Ley 100, que es tan inocua que ha dejado las enfermedades catastróficas ‘en manos del bicarbonato’, y estos son tiempos en que la salud de los cuerpos debe ser una obligación moral, institucional económica y política.
Pilas con su cuerpo, puede ser que sea disciplinado por la familia, los centros educativos, la universidad, la academia, los medios, la fuerza pública, las corporaciones políticas, la iglesia, los bancos, la justicia, el comercio, la fábrica y todas las instituciones que lo uniforman y moldean. Sea cuerpo libre, emancipado. Gracias Michel Foucault. Hasta pronto.