Es un cardenal de la Iglesia Católica.
Su nombre es Pietro Parolin.
Su posición en el Vaticano es la de secretario de Estado.
La pasada semana y refiriéndose a la aprobación en Irlanda bajo referendo electoral del matrimonio entre parejas del mismo sexo, el cardenal Parolin dijo: "(...) creo que se puede hablar no solo de una derrota de los principios cristianos, sino también de una derrota de la humanidad".
Que 805 millones de personas en el mundo no tengan acceso a una alimentación suficiente.
Que 1,5 millones de niños mueran cada año a causa de enfermedades prevenibles con una vacuna.
Que el analfabetismo en el planeta, al año de 2014, alcance la cifra de 781 millones de personas.
Que el 1 % de la población mundial sea poseedora de más del 50 % de la riqueza del planeta.
Que al día de hoy 158 millones de pequeños entre los 5 y los 14 años dediquen su infancia a trabajar y no a ser niños.
Que las creencias religiosas sigan llevando a la muerte a miles de seres humanos cada año.
Que la trata de personas continúe siendo uno de los negocios más rentables.
Que a un número no despreciable de humanos le importe más el fútbol que la guerra.
Que las mujeres trabajen más y reciban menos.
Que se discrimine.
Que se esclavice.
Que se viole.
Que se secuestre.
Que se mate.
Esas son algunas —poquísimas— de las muchas derrotas que deberían avergonzar a la raza humana. ¡Esos sí son fracasos!
Pero que un ser humano que ama a otro ser humano de su mismo sexo pueda unirse a él y conformar una familia bajo la tutela protectora del estado, es todo lo contrario: uno de los pocos triunfos épicos de nuestra imperfectísima especie.
Debería preocuparse de otras cosas el cardenal Parolin. Por ejemplo de su retórica ampulosa y vacía, de su patética adjetivación desesperada, de abanderar el oscurantismo que su Iglesia defiende, de hablar de bondad y escupir odio.
Debería el señor Parolin, el exagerado, el desproporcionado, el desubicado, el impresentable, preocuparse por su Iglesia que disfraza tras un mensaje de amor un discurso discriminatorio y flagelante.
Si el secretario de Estado del Vaticano quiere encontrar un ejemplo real de derrota de la humanidad, le tengo este: que aún en los albores del siglo XXI la sociedad laica y los principios humanistas deban continuar dando batalla contra la superstición religiosa y su oscurantismo retardatario.
