En la realización de mi inventario anual de amistades me encontré con un índice estadístico que llamó profundamente mi atención: los amigos que profesan el uribismo están en vía de extinción, aunque la variable de números de amigos no ha presentado ninguna modificación. Lo anterior se explica por el hecho que muchos han abandonado las filas del uribismo y los que aún persisten allí, lo hacen con un dejo de vergüenza, con la cabeza agachada cada vez que se les plantea una discusión, como tratando de evadir el tema haciéndose a un lado.
La otrora altanería y arrogancia que exhibían cada vez que se les cuestionaba sus principios ha quedado en el olvido y ha dado paso a una actitud cada vez más generalizada entre los Uribistas que no han desertado: la autovictimización. Ellos, los antiguamente señaladores, los pontificadores del bien y el mal, los que no ahorraban insulto contra todo adversario político ahora hablan pasito, ya casi ni levantan la mano y sus únicas reacciones son para afirmar que están siendo perseguidos, que no tienen garantías, que nadie los quiere escuchar.
En el 2002, cuando el señor Uribe llegó a la presidencia gracias a las encuestas maquilladas, al favor de los medios de comunicación y a los empresarios y ganaderos, enarboló una bandera personal que quiso hacerla ver como una causa nacional. Su promesa era que en 4 años de mandato tendría a la guerrilla derrotada, la sorpresa de la que nadie quiso percatarse fue que en el 2006 aún no había cumplido su promesa pese a haberse gastado gran parte del presupuesto nacional a expensas de la desfinanciación de la salud, la educación y la inversión social. Acudió nuevamente a su muletilla discursiva de que derrotaría la guerrilla si se le daban 4 años más de mandato. Para lograr ese propósito acudió a toda serie de artimañas y corruptelas para asegurarse los votos en el congreso que le permitieran modificar la constitución y así hacer posible su reelección inmediata. El señor Uribe no mostró ni una seña de vergüenza, entregó notarias y prebendas a diestra y siniestra, se le arrodilló a Yidis Medina, inició una campaña en todos los medios de comunicación donde día y noche nos exponían las ventajas de continuar con la presencia del mesías en la presidencia. Pero nuevamente fracasó, no derrotó a ninguna de las tres fuerzas guerrilleras existentes en el país, todo lo contrario, las llevó a perfeccionar sus tácticas de guerra de guerrillas.
Pero ya Uribe era un adicto a las mieles del poder, buscó por todos los medios hacerse reelegir en una segunda oportunidad para lo cual, demostrando el desprecio que ya era habitual en él hacia la constitución, quiso llevar a cabo un referendo que no prosperó, y no lo hizo porque ya en ese punto de la historia gran parte de sus áulicos habían abandonado el barco. No en vano esos 8 años de patria boba se caracterizaron por sus altos índices de violación a los DD.HH dado por desplazamientos, masacres y como no mencionar los fatídicos falsos positivos que aún están en espera de su propio tribunal de Nuremberg. La libertad de prensa se vio coaccionada y coartada, todo el que no estuviera con Uribe estaba en contra de la nación, por lo tanto no merecía otra cosa que el desprecio y la violencia tanto física como verbal. Fueron en el sentido literal 8 años de terror, donde se creó un espejismo que nos hacía creer que estábamos en un paraíso.
La doctrina narcoparamilitar copó todas las esferas del estado, más de 60 congresistas, jueces, magistrados, alcaldes y toda una caterva de criminales que se volvieron el faro de una nueva moralidad a expensas del estado de opinión que el uribato estaba construyendo. La condiciones laborales empeoraron, los derechos a la salud y la educación se fueron borrando poco a poco, todo se redujo a una lógica de seguridad restrictiva y retaliativa donde lo importante era poder viajar así no se tuvieran las condiciones para hacerlo o en poder ir a la finca así no se tuviera finca. La ubre del presupuesto nacional era mordida por los legionarios al punto que personajes como Uribito se dieron el gusto para destinar de forma fraudulenta miles de millones de pesos para todos aquellos terratenientes que como niños buenos habían financiado la campaña presidencial del “patrón”.
Pero ante el fracaso de sus delirios de perpetuarse en “cuerpo” en el poder, lo quiso hacer en “alma” y buscó una ajena, que a la larga le resultó más torcida que sus propios principios, por eso en una especie de ruleta rusa en el 2010 lanzan la candidatura del “uribista” Juan Manuel Santos, quien pese a no ser la mente más brillante de la política, no se dejó reducir al de un títere para hacer show de ventrílocuo. Santos deslindó el terreno con su antiguo jefe político y puso a volar su propia agenda de gobierno, algo que despertó el disgusto y odio de AUV, pero ya era muy tarde. Hay que aclarar que ese no fue el punto de quiebre que marcó la bancarrota del uribato, toda vez que desde sus comienzos el uribismo cayó en un barranco moral, donde todo valía en cuanto fuera necesario para derrotar a su enemigo histórico, es decir las guerrillas. Fu un proyecto anencefalo en principios éticos, que no dio ningún valor al factor humano y al desarrollo social del país, un proyecto que trató de borrar a la clase trabajadora como sujeto político histórico por medio del estímulo a la subcontratación, a la flexibilización laboral que sólo beneficiaba a pequeños grupúsculos empresariales; por eso desde sus inicio dio un salto al barranco moral cuyo discurso hoy afortunadamente se pierde en el eco del olvido. Y eso lo enfurece, no queda duda, por eso cada vez que habla se le nota más dilatada la vena de la frente, su tono de voz tiende ser el del grito desesperado y su rostro desprende amargura. Pero ya es muy tarde, este cambio no tiene reversa.
Y vuelvo a mis amigos conversos, quienes no dudan en sentirse “salvados” de esa especie de sífilis de la política en que se convirtió su antiguo credo, quienes por lo menos hoy en día pueden hablar mirando a los ojos, contrario a quienes persisten “contagiados” cuya torticolis del remordimiento les impide siquiera alzar la cabeza. Pero no puedo negar que esta semana tuve una leve sensación de misericordia hacia el mesías furibundo, cuando con lágrimas en los ojos(claro que son lágrimas de cocodrilo) le suplicaba a su antiguo subalterno que por favor no fuera a firmar el acuerdo de paz este 26 de septiembre, que mejor debatiera con él ese día para lo cual ya había reservado pasajes y hotel en Cartagena; pero Santos no es bobo, por algo dejó de ser uribista, la firma del acuerdo de Paz no tiene reversa así como también los cambios que de ella se espera que emanen. Pero no cantemos victoria, la serpiente del Uribismo aún carga veneno en sus colmillos.