Cuando era joven creía que toda la gente de izquierda era culta y la de derecha bruta. Estudié en una universidad pública y mis profesores, marxistas casi todos, me deslumbraron. Después no sé qué les habrá pasado a los izquierdosos. Los encuentro, sobre todo a los más jóvenes, confundidos, despistados y tan sectarios y cerrados como cualquier seguidor de Laureano Gómez o Uribe. No aprecian a Bach, nunca leerían La montaña mágica, no saben quién es Rimbaud y, lo más grave, no conocen la Historia con hache mayúscula. A mí se me hace que los muchachitos se meten al Congreso de los Pueblos o a Marcha Patriótica por puro afán de posar de choco-locos, porque se sienten solos y sus espíritus gregarios necesitan sentirse acompañados. En el fondo los entiendo y hasta los envidio: la promiscuidad en ese tipo de grupos y las fiestas que vienen cada fin de semana entre ese parche seudomarxista llegan a ser muy divertidas.
Desde esta columna, en aras de la ecuanimidad, he dado varillazos a la izquierda y al uribismo. Creo que si usted lee con regularidad esta columna podría calificarme como un opinador izquierdoso más bien mamertoso. Una de mis obsesiones ha sido criticar y hasta burlarme del expresidente Uribe y de algunos periodistas o políticos que han sido afines a sus ideas. Nunca con ellos he tenido una reconvención, una amenaza, una queja. Por eso me sorprende que hace unas semanas intenté entrar al bar de unos integrantes de Marcha Patriótica en Cúcuta y me negaron la entrada porque soy un enemigo de la causa. Según el dueño yo soy un uribista redomado, un oligarca que “ha hablado mal de compañeros de la UP asesinados”, haciendo referencia a esta columna “Las Farc propiciaron el exterminio de la UP”en donde cito el libro del sociólogo Steven Dudley Armas y urnas que muestra la falta de compromiso que tuvieron las Farc a la hora de defender a los integrantes de la UP cuando el Estado y la ultraderecha colombiana decidió exterminarlos.
El bar era un roto infecto en donde adentro, en un patio cobijado por un frondoso árbol de mango, dos borrachos terminaban un frasco de alcohol antiséptico aderezado con frutiño de fresa. Según me decía el dueño, en los grupos de estudio que hacían en la tarde, me habían hecho una especie de juicio y yo había salido con la nota más baja de todas: yo era un pitiyanqui uribista, el perverso y deforme hijo que podrían tener José Obdulio Gaviria y Lilian Tintori. Me tuve que largar de ahí, contento de paso porque me habían dado tema para esta columna. Cuando uno tiene más de cinco años con una columna, conseguir tema semanal se convierte en una cruz que cada vez cuesta más trabajo llevar.
¿Qué es lo que pasa, chicos?
¿Por qué tanta indolencia, tanta bajeza moral?
¿Qué es lo que pasa, chicos? ¿Por qué tanta indolencia, tanta bajeza moral? No lo digo por la intolerancia de no dejar entrar a un bar a una persona que piensa distinto, sino, ¿por qué se está leyendo tan mal? Los mejores conversadores que conozco son gente de izquierda: León Valencia es un tipo que ha leído desde Thomas Mann hasta a Pedro Juan Gutiérrez. Ha visto desde El espejo de Tarkovsky, Hasta Breaking bad. Escucha a Roberto Ledesma con la misma pasión que se puede sollar un concierto de los Rolling Stones. De dogmático no tiene nada. Lo mismo puedo decir del gran Hernán Suarez quien a sus 85 años conserva la frescura de haber sido un aventajado discípulo de Estanislao Zuleta. Bajeza moral es no respetar el legado de la izquierda, un legado estético intelectual que nos debería comprometer a ser mejores lectores, no por compromiso, sino por placer.
Por esa pereza mental que paraliza a los jóvenes de izquierda de este país es que la Universidad Nacional tiene un representante estudiantil que posa sonriente, como un aprendiz de lagarto, con Maria Fernanda Cabal en una foto que sube sin problemas a Facebook. Por esa pereza mental es que ya no hay grupos de estudio en donde se diseque a Marx o a Norberto Bobbio. No, ahora se reúnen los viernes en cualquier Café Cinema a hacer la previa para después irse a bailar reguetón y cantar a voz en grito las canciones de Maluma, el mismo cantantico paisa del que tanto denigrarán a punta de memes —su única forma de lectura y protesta social— en la depresión pospepa del lunes.