Esta semana Colombia fue notificada de manera clara de la verdadera posición del uribismo frente a la democracia: desean borrarla de tajo y establecerse definitivamente en el poder mediante el uso abierto de cualquier tipo de triquiñuela, sea política o jurídica. De ello es prueba irrefutable la propuesta de extender el periodo del actual gobierno y de otras autoridades durante dos años más; es decir, prolongar por dos años el gobierno que termina en 2022, llevándolo hasta el 2024. De esa manera se saltan las elecciones de 2022, algo que les libera de la tarea de tener que robárselas mediante fraude electoral. Tal maniobra se les hace necesaria ante la certeza de que el uribismo como proyecto político hoy está hundido, y que el proyecto que encabeza Gustavo Petro es el casi seguro triunfador en 2022. Por ello el uribismo asume la empresa de destruir la poca democracia que queda en nuestro país.
Sin duda la sociedad colombiana no vive en una democracia plena. Aspectos vitales para una democracia, como son los derechos sociales y económicos de los ciudadanos, son cosa casi inexistente, solo reconocidos en el papel, pero no materializados en la realidad. De manera que solo en el aspecto político, y de manera muy restringida, se observa algún atisbo de democracia en el país, expresada en la realización de elecciones periódicas y la existencia de partidos legales de oposición. Pero hoy el uribismo enfila baterías contra esos resquicios de democracia, al tiempo que, paradójicamente, acusa a Petro de amenazar la democracia.
Sin duda, el uribismo representa una amenaza para lo poco que queda de democracia; y lo es desde que capturó el poder en 2002. Cuando el número 82 asumió la presidencia, no existía la posibilidad de la reelección. Esta solo fue posible mediante la reforma, mediante conductas delincuenciales, de un “articulito” de la constitución, para beneficiar al “presi” de turno en 2006. En 2010 se realizó una intentona para permitir un tercer período presidencial para el mismo gobernante; eso, sin duda, hubiese llevado a la concentración de todo el poder en la figura de Uribe, garantizando su permanencia definitiva, vitalicia, en el poder. Solo el actuar de la Corte Constitucional salvó a Colombia de semejante tragedia. La corte consideró que un tercer periodo presidencial de Uribe anularía la existencia de pesos y contrapesos en el diseño institucional del poder político. Sin embargo, hoy Tomás olvida todo eso y acusa, falsamente, a Petro de querer quedarse en el poder durante tres períodos. El que las usa las imagina.
La nueva intentona de mantener ilegalmente al uribismo en el poder, esta vez a través de un títere del “presidente eterno”, sigue un patrón parecido a las anteriores maniobras utilizadas para lograr el mismo fin: una excusa, antes fue derrotar a las Farc, ahora es la pandemia; y similares instrumentos políticos: sombríos políticos de tercer nivel dispuestos a cometer cualquier ilegalidad para beneficiar a su benefactor, ayer fueron Yidis y Teodolindo, hoy son varios representantes sin ninguna trascendencia. Uribe acostumbra a usar el mismo libreto una y otra vez, hoy sigue haciendo uso de los discursos de la seguridad y del castrochavismo.
De momento, como en el 2010, la maniobra parece no haberle resultado a Uribe. Pero se debe estar alerta. El uribismo, esa asociación de narcotraficantes y corruptos, está dispuesto a realizar toda maniobra política posible para mantenerse en el poder y no permitir la renovación política que los aterroriza tanto. La posibilidad de transformar a Colombia está en las elecciones de 2022, ese día Colombia podrá elegir entre el uribismo criminal y un Pacto Histórico que garantice derechos sociales, económicos y políticos a los colombianos. Para la democracia colombiana es primordial la defensa de la realización de esas elecciones en las fechas establecidas por la constitución.