Sin duda alguna considero que Uribe nos quedó debiendo a los colombianos el “corazón grande” o al menos a quienes no hacemos parte de las férreas filas del “uribismo”, en el contexto de la política colombiana. En este sentido, es muy difícil ser imparcial a la hora de analizar a un personaje que ha protagonizado el escenario político del último siglo y que tiene una postura beligerante y ofensiva frente a todo lo que él considera el socialismo del siglo XXI, “castrochavismo”, “narcoterrorismo” o al actuar de las juventudes de las “Far”.
Es claro que todos, en cierto sentido, somos un producto y que para el caso que nos ocupa el papel de “el salvador gran colombiano” se lo atribuyó Álvaro Uribe Vélez gracias a su entereza en una oscura época en donde la administración saliente de Andrés Pastrana Arango tenía nuestra nación al borde del colapso por la injerencia de las guerrillas, los secuestros y los atentados terroristas. Uribe se supo vender, desde el principio atacó de frente a las guerrillas y logró doblegarlas con su esquema de gobierno de “seguridad democrática”.
Sin embargo, el problema reside en que su método involucró una ofensiva armada ilegítima de campesinos pobres, ciudadanos sin opciones y mercenarios armados en conjunto con información proporcionada por organismos de inteligencia del Estado. Al principio parecía un trabajo colaborativo entre “colombianos de bien” y fuerzas armadas, o así nos lo querían vender, pero la desigualdad, la falta de oportunidades, la corrupción y el narcotráfico son elementos que permean y desdibujan cualquier actividad del Estado.
Es que, siendo objetivos, incluso suena apenas comprensible el hecho de que algunos terratenientes y empresarios, que no obtuvieran defensa eficaz de su derecho a la propiedad privada por parte del gobierno, se armaran hasta los dientes usando grupos ilegítimos para combatir la cruel escalada de las guerrillas en Colombia, pero, como lo he mencionado antes, la escena tiene demasiadas variables y el resultado del conflicto sigue siendo incierto.
Tan incierto que algunos grupos de autodefensas, combatían el conflicto armado apalancándose con recursos provenientes del narcotráfico y terminaron aterrorizando al campesinado colombiano, a madres, a niños y a ancianos que se vieron obligados a huir hacia las capitales, abandonando sus tierras, de las cuales tímidamente obtenían lo necesario para sobrevivir.
Incluso algunos sectores de las guerrillas en un inicio efímero tuvieron un nacimiento lleno de ideales de bienestar e igualdad social y, así mismo, los paramilitares nacieron fruto de la necesidad de auto-defenderse y proteger la propiedad privada en territorios alejados de los centros administrativos de gobierno, pero ambas estructuras, por la dinámica misma de la guerra, se convirtieron casi instantáneamente en hijas del narcotráfico y del terrorismo.
Entonces, a lo que me refiero es que, para mí como ciudadano, si estoy frente a un fusil apuntándome en la cabeza, es “la misma vaina” si es un guerrillero o un paramilitar. Ambos armados gracias a la corrupción y la droga. Los ideales se difuminaron por el contexto colombiano que le metió coca a la receta del terror. ¿Y qué tiene que ver Uribe en todo esto?
Bueno, para un amplio sector de la población Uribe representa los ideales de la “gente de bien”, gente trabajadora, “echada pa' lante”, gente con temor de Dios y gente que quiere proteger a la familia (conformada por hombre y mujer únicamente) como núcleo de la sociedad. Ese es el discurso que nos repite la propaganda a diario en los medios masivos de comunicación.
Sin embargo, siendo un dirigente de su magnitud el costo político de su poder se construyó a costa del sufrimiento de miles de familias colombianas que quedaron en medio de su discurso de “mano dura corazón grande” y “paz sin impunidad”. La frase que le dio de nuevo la presidencia, a través de Iván Duque, sin duda tuvo que provenir, como todo producto, de algún especialista en mercadotecnia política que comprende bien la naturaleza conflictiva del colombiano promedio.
A estas alturas, siendo el conflicto más antiguo del hemisferio occidental, Álvaro Uribe Vélez debería saber que su promesa de acabar con las Farc mediante medios militares (mano dura) es una ilusión y que la única forma de combatir la guerra es atacando a un enemigo milenario que ha afectado a todas las civilizaciones, la injusticia social. No obstante, aceptar que su guerra es un fracaso significaría dar al menos en parte la razón a las juventudes “castrochavistas” por cuanto la política pública es el único medio para la construcción de la paz. Siempre que exista la hambruna prosperará la delincuencia.
Uribe es culpable, por acción o por omisión, de miles de muertes en la medida de que en el ejercicio de sus deberes como dirigente de la nación permitió que grupos armados de autodefensas prosperaran en nuestro territorio, atacando sin piedad no solamente a la guerrilla sino a comunidades inocentes. De la mano del poder político vino el poder económico, la acumulación de tierras, el beneficio recurrente a grupos empresariales afines a sus intereses y la corrupción.
Álvaro Uribe Vélez logró ser alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia, presidente en dos ocasiones (modificando la constitución a su antojo), fue capaz de colocar en el poder a dos presidentes de su elección y de subir 19 senadores a su nombre en las últimas elecciones. Durante estos periodos él ha consolidado un poder político que pone y quita, como fichas, funcionarios de todas las regiones y de todos los niveles del poder público y privado.
Dado lo anterior, resulta importante mencionar que el conflicto del uribismo con la Justicia Especial para la Paz (JEP) no tiene ni tendrá nada que ver con la “paz sin impunidad” sino que se trata del miedo a la verdad como medida de reparación del daño.
Muchos colombianos desconocen que la JEP tiene la facultad de disminuir penas por la comisión de delitos dentro del contexto del conflicto armado a cambio de reparación de las víctimas, incluyendo la verdad como medio de reparación.
Por poner un ejemplo práctico, si un paramilitar asesina a un miembro de mi familia y se le ofrece una rebaja de pena porque brinde información respecto al autor intelectual del montaje de la estructura militar o de los recursos mediante los cuales se beneficiaron para armarse en contra de mi familia y de terceros, es evidente que toda esa información hace parte integral del concepto de justicia.
Las rebajas a cambio de reparación pueden llegar a ser tan importantes que muchos políticos corruptos temen por verse afectados y es por ello que el discurso de “paz sin impunidad” resulta tan relevante. No interesa al sector más conservador que se conozca de su apoyo a estructuras paramilitares ya que no solamente combatieron a las guerrillas sino que también masacraron ciudadanos inocentes y se lucraron con el fruto del narcotráfico.
Es una apreciación lógica inferir que los pecados, conexiones y delitos del expresidente y exsenador de Colombia son tan graves que, muy a pesar de su inmensa burocracia y de su inmenso poder público y económico, la verdad respecto de sus directrices en gobierno poco a poco está saliendo a la luz para beneficio de todos los ciudadanos, incluyendo los uribistas.