Cuando dentro de más de mil años se cuente y revise la historia de este atormentado país de mierda, seguramente muchas páginas de sus gozos y lamentos estarán dedicadas a él. Cada sociedad en su momento crea e idolatra a sus héroes y villanos, según hayan leído o no a Walter Benjamín.
Entonces para esos años (¿3018, quizá?) el mundo estará peor por cuenta de la nanotecnología que nos hizo más gigantes, pedantes e insoportables. Con dos mares de plástico a lo lejos y desde nuestros refugios apocalípticos, todavía discutiendo entre los partidarios de él y los en contra de él.
Irremediablemente quedaremos condenados como Sísifo a pagar esa eterna pena de los dioses de la irracionalidad política que nos gobiernan a su antojo desde esos tiempos lejanos del siglo XXI.
Para muchos resultaría lógico o ilógico que un personaje de su calaña o talante haya impuesto la paz –a su manera- en medio de tribus ideológicas que se disputaban el territorio de ese atormentado país tropical, productor de políticos degenerados y exportador de cocaína y de ciclistas.
Pero su tesis brillante y sanguinaria –dirían combinados los dos extremos- imperó por muchos años en ese territorio y tanto se impuso, que lo convirtieron en un megalómano –no por cuenta de él- sino por obra y desgracia de sus seguidores; una curiosa tribu de admiradores ciegos que lo volvieron tótem para siempre.
Entonces las crónicas –marcianas- de los Bradbury de la época se desplegarán en largas ficciones que –todavía- acudirán a su defensa eterna y a la descomposición y composición de un discurso totalizante y amenazador –obviamente- que gobernó a la sociedad y que dio buenos resultados.
¿Para qué desechar lo bueno por arriesgarse a conocer lo desconocido?
Esa era la racionalidad del siglo XXI en ese país de mierda enclavado en las montañas andinas y de espaldas a sus dos mares. Hilarante mil años después repasar las crónicas de la época y las defensas –y autodefensas- que se hacían de él.
Indemne pasó a la historia, cuando se revisan las páginas almacenadas y los datos encriptados en los museos digitales de ahora.
Él fue su mejor autodefensa.
De nada valieron los argumentos del sistema jurídico endeble de ese momento. De nada valieron los resoplidos incesantes de medio país acostumbrado a protestar a cada rato con razón o sin ella. De nada valieron los kilómetros de tinta impresa y en bits sobre sus denuncias, investigaciones, chuzadas, apostolados macabros y de amistades tipo narcos Netflix.
En estos tiempos, muchos años después de esas crónicas históricas. Resulta ridículo y humorístico al mismo tiempo, que una sociedad se rigiera a cada momento por dos adverbios muy abundantes en el lenguaje de esa época: sí y no.
Pero maravilloso también que esos dos adverbios del castellano de la época permitieran conducir a la sociedad como una escueta expresión del poder del lenguaje.
Coda: un milenio después, los herederos políticos y sanguíneos de él, insisten en el honor eterno al líder como baluarte democrático insuperable. ¡Curiosidades del pasado!