Álvaro Uribe tiembla ante la posibilidad de que Gustavo Petro llegue a la presidencia de Colombia en 2022. Sabe que si ello sucede será despojado de su propio poder y de la aureola de gran colombiano con la que el establecimiento lo ha investido, además tendrá que rendir cuentas ante la justicia. Para un personaje como Uribe ser llevado ante los tribunales y dar cuenta de sus muy cuestionadas actuaciones realizadas durante más de cuarenta años de carrera política sería la más terrible hecatombe.
Hoy, y para el 2022, parece dada una unión de elementos que hacen parecer posible el sueño de que la Colombia excluida alcance el poder político por primera vez. La pasada elección presidencial dejó claro que millones de colombianos están decididos a votar por una opción política diferente a la de quienes han ejercido el poder en beneficio propio y en perjuicio de las grandes mayorías.
La gestión de Duque, en nombre del uribismo, le dejó claro a miles de colombianos que cambiar personas y votar por alguien que ríe, canta y baila no cambia nada, prueba de ello son las grandes movilizaciones de finales del año pasado. Petro, por su parte, se muestra tan lúcido y lleno de propuestas como siempre. Solo falta cautivar a un millón de votantes adicional a los que creyeron en su propuesta hace dos años. Y los elementos señalados anteriormente indican que es posible y Uribe lo sabe.
Pero no, Uribe no permitirá eso sin dar la pelea. Viejo zorro de la política, sabe que la clave de su éxito está en movilizar la opinión de los colombianos en torno a determinados fantasmas, en apariencia terribles. Sus dos elecciones y la primera de Santos las hizo en torno al discurso de la guerra y a Duque lo hizo elegir con el discurso de la amenaza del castrochavismo.
Con las FARC desmovilizadas, el discurso de la guerra ya no le alcanza para manipular a millones de colombianos que ven a la pobreza, la desigualdad y la corrupción como problemas de mayor importancia. Ante ello Uribe, buen culebrero, se la juega por reencauchar el discurso del fantasma del castrochavismo con dos nuevas palabrejas: neocomunismo y prechavismo.
El héroe del Ubérrimo le apuesta a que los colombianos caerán dos veces en la misma trampa; que, de nuevo, van a creer que Petro convertirá a Colombia en otra Venezuela y que no se fijarán en que su discurso es todo lo contrario a la política del gobierno venezolano.
Petro propone abandonar el petróleo como eje de la economía, centrarse en la producción nacional en el campo y la posterior industrialización de esa producción, enfocándose en el abastecimiento del mercado interno y las exportaciones, estimulando así el empleo e irrigando riqueza dentro de la sociedad colombiana.
Estos dos años y las elecciones de 2022 dirán a quién escucharon los colombianos: si a quien les grita “viene el lobo prechavista a imponer el neocomunismo” para mantenerlos en la miseria en que los han sumergido los poderosos de siempre o si a quien se presenta con un programa centrado en el reconocimiento de sus derechos y la generación de riquezas para la sociedad.
Posdata. Julito Sánchez considera que la desobediencia civil es propuesta política si viene de Uribe, pero es anarquía si viene de Petro. El doble rasero de siempre.